“Creo en las Santas Bibliotecas, en la comunión de las lenguas, el esplendor del pecado, la resurrección de las almas rebeldes, que se sientan a la derecha y a la izquierda para tener perspectiva”

OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble

Hilvanadora de historias

23/04/21. Opinión. La conocida escritora malagueña, Dela Uvedoble, es colaboradora habitual del EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com semanalmente. Esta hilvanadora de historias nos regala dos textos originales con dos imágenes, de las que también es autora, dentro de su sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Jugarreta’ y ‘Credo del Libro’...

Jugarreta


“Déjenos las llaves y despreocúpese”

-decía la publicidad de la empresa de mudanzas-
“Trasladamos sus pertenencias garantizando la integridad”.

Y si, todos los enseres habían aterrizado en buen estado en el piso nuevo: la nevera, con media sandía dentro, envuelta en siete capas de film transparente y el cajón del gato, sin haberse derramado ni uno solo de sus granos antiolor. Los muebles bien ensamblados y en el sitio indicado.

Estaba todo menos los libros.

Ella se había cuidado de guardarlos bien protegidos, comprando cajas de cartón recio para que aguantaran el peso, rotuladas por autor como corresponde a una leyente bien nacida.

Las había dejado tras la puerta cubiertas por una sábana: veinte cajas en filas de a cinco superpuestas. Y allí se habían quedado.

Los mozos se defendieron con el argumento de que no las habían visto, aún así se ofrecieron a volver por ellas, pero en una semana.

Además, habían devuelto las llaves al propietario del piso, siguiendo sus instrucciones.

Llamó a su antiguo casero y lo que oyó casi le provoca una embolia: “pensé que no los querías y llamé a una organización que los recoge, se los llevaron ayer”.

Su coche se tragaba, con la gula de un cocodrilo, la bicha gris de asfalto. Por teléfono no conseguía hacerse entender y temió lo peor.

De la oficina de la organización la mandaron al almacén. Era una nave inmensa repleta de todo lo imaginable y lo inimaginable que pueda albergar una casa. Un purgatorio donde las pertenencias de los muertos, o de los vivos que mejoran su sueldo, esperan volver a ser atractivas para alguien.

Entonces llegó el camión. Ansiosa preguntó si sus cajas estaban en él. El conductor, rascándose la barba, respondió con desgana de lunes: “Tó lo de papé se descarga en una tienda que lo compra al peso”.

Corrió desesperada llegando al punto de ver algunos de sus libros yaciendo en un contenedor, revueltos en impudicia con revistas, telenovelas y enciclopedias.

Buceando a pulmón solo pudo rescatar de aquel mar muerto treinta y cinco kilos de su memoria.

Credo del Libro


Creo en ti, Libro todopoderoso, conocedor del Cielo y de la Tierra.

Creo en la Imaginación, tu única madre, Nuestra Señora que fue concebida por obra y gracia de las musas y la educación.

Creo en las Santas Bibliotecas, en la comunión de las lenguas, el esplendor del pecado, la resurrección de las almas rebeldes, que se sientan a la derecha y a la izquierda para tener perspectiva.

Creo hasta cuando destilas hiel porque enseñas lo que no procede.

Sé que eres verdugo de la envidia y la ignorancia, que sanas la mesa que cojea, avivas el fuego que no prende, conservas la flor que fue deseo.

Creo en el Espíritu del Narrador Omnisciente, que no juzga ni a vivos ni a muertos.

Creo que tu vida será eterna y tu reino no tendrá fin.

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