“Por lo menos ha tenido el detalle de morirse en viernes, mañana no se trabaja y la gente podrá cumplir viniendo al entierro, así el domingo se queda libre para descansar”
OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias
22/10/21. Opinión. La conocida escritora malagueña Dela Uvedoble, https://www.elblogdedela.com, es colaboradora habitual de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com semanalmente. Esta hilvanadora de historias nos regala dos textos originales con dos imágenes, de las que también es autora, dentro de su sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Cinco lustros y un día’ y ‘La heredera’...
Cinco lustros y un día
“Por lo menos ha tenido el detalle de morirse en viernes, mañana no se trabaja y la gente podrá cumplir viniendo al entierro, así el domingo se queda libre para descansar.
La muerte da mucho trajín menos al muerto que gana todo el protagonismo sin mover un músculo.
Ya decía yo que la siesta se alargaba. “¡Alfonso, levanta hijo que no llegas!” le grité desde la puerta. No se movió y sordo no estaba, aunque se lo hacía a conveniencia.
Al tocarlo ya lo encontré algo destemplado, lo volví hacia mí puesto que yacía de espaldas y me di cuenta de que se había muerto.
Tenía cara de dormido feliz, un rostro de difunto perfecto para lucirlo en la caja. Lástima que ahora esté de moda cerrarla.
Llamé a mis hijos y a chacha Puri y como era de esperar chillaron y lloraron, que es lo decoroso.
Pronto llegaron los vecinos, menos mal que el óbito me pilló arreglada, solo tuve que cambiarme la blusa azul por un jersey negro. Al ser la falda gris marengo ya me veo apropiada.
Aviso a todos los contactos que tiene en su agenda. Se quedan consternados. Algunos prometen pasarse por el tanatorio, otros se disculpan.
En una libretita voy apuntando las reacciones, así cuando les toque a ellos sabré con quién debo cumplir y con quien no. Urbanidad se llama esto.
Me preguntan qué cómo fue “de repente” suelto y se oye un suspiro. Luego que sí hay misa “por supuesto y sepelio” somos una familia muy tradicional.
Mi hija me mira como si fuera un monstruo “¿mamá cómo puedes estar tan entera en un momento así?” es muy joven y aún no sabe de apariencias ni obligaciones. Cuando yo muera no se acordará de avisar a nadie y me encontraré con la iglesia medio vacía, como si fuera una mendiga zarrapastrosa. Dios no lo quiera.
Le ponemos, entre chacha Puri y yo, el traje de padrino de cuando se casó mi cuñada. Le está chico “tragaba como una lima” digo. La chacha Puri lloriquea “¡daba gloria ver con las ganas que comía, tó lo que yo aviaba le gustaba!”.
Opto por descoser los costados a la chaqueta y dejarle el pantalón bajo el vientre. Remeto los perniles y listo.
Así, peinado, no lo había visto desde que nos casamos.
Los hijos se despiden de él con aprensión “lo vemos raro” -dijeron. “La muerte, que trastoca las facciones” argumento, pero la verdad es que estaban acostumbrados a verlo hecho un adán.
Ya en la soledad del tanatorio, después de los pésames y mientras que los que se quedan al velorio cabecean en los sobados sillones me acerco al escaparate donde lo han colocado.
Vaya porquería de corona que ha mandado su hermanita, muchísimo mejor la de los compañeros de trabajo, donde va a parar.
Me voy al aseo y me refresco un poco.
Mañana será duro pero pasado estaré libre. Casa y cama para mí y chacha Pura pá su pueblo que está muy mayor.
Que goce vivir en soledad y ocuparse solo de una, yo que siempre he estado entregada a ellos, hechesita una esclava.
Conservándome aún más que apetecible no quiero más hombre, ni para un rato ¡que asco por Dios!
Debo procurar no dormirme pues si me ven frescachona vayan a decir que no he sentido a mi marido”.
Saca del bolso la libreta y se entretiene poniendo cruces en la lista a todo el que no ha cumplido.
La heredera
Llegas muy contenta del almacén de pinturas donde te han recomendado a un profesional que es un miguelangel. Todos celebramos este hecho pues es cierto que la casa necesita un remozado urgente después de tantos años cerrada. Se te ve ilusionada por primera vez en mucho tiempo.
Nos enseñas el muestrario y coincidimos en que un gris claro le dará luz a los cuartos, ya de por sí oscuros por dar al interminable pasillo y al patio interior.
Tú, en cambio, te empeñas en lacarlo todo en rojo y negro. Te han cautivado unas fotografías de la última mansión decorada por el artista, al estilo chinesco. También opinas que el corredor se acortaría ópticamente entelado en seda estampada con ramas de cerezo y pagodas.
El horror reflejado en nuestras caras no te frena. “La vivienda es mía, el dinero de la herencia también así me voy a dar el gusto de tener un hogar de revista”.
Seis meses y medio y ocho mil euros después, el caserón de tus padres se parece a la mansión de Fu Manchú.
Tú continúas diciendo que ha quedado de película, obviando apellidarla de terror.
“Mi marido lleva toda la razón: yo también pienso que la casa está espantosa, pero mantendré que me encanta hasta “el día en que haga uso del seguro de deceso” y entrecomillo esta frase para que no se escapen las palabras y me hagan delación.
Podría haberme ido a una clínica de estética y quitarme veinte años, quince kilos y dos kilómetros de arrugas, pero no. La herencia de Tita Engracia dilapidada en laca china.
Y eso que ignora la cuantía real de los costes, no han sido ocho sino treinta y ocho mil los euros que se ha tragado el caserón.
Esta mañana, al despertar, sentí escalofríos al ver el techo tan negro y brillante; me pareció estar dentro de un zapato de charol. Y los azulejos rojos del baño imprimían reflejos de carne desollada a mi piel. Tuve que aplicarme las cremas con los ojos cerrados por la aprensión.
Mi señor esposo ha dormido en el pasillo, con la angustia de que en cualquier momento lo iba a sobrevolar un dragón.
No me he equivocado tanto desde que predije que mi matrimonio sería para siempre. De esta nos divorciamos. Al tiempo.
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