“No se me pasó la manía con los años, sigo coleccionando nombres fugaces cuando viajo; la última ocasión fue yendo hacia Almería, por una carretera que transita entre montañas cortadas como bizcochos”
OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias
12/11/21. Opinión. La conocida escritora malagueña Dela Uvedoble, https://www.elblogdedela.com, es colaboradora habitual de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com semanalmente. Esta hilvanadora de historias nos regala dos textos originales con dos imágenes, de las que también es autora, dentro de su sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Salmo gozoso’ y ‘Caminos’...
Salmo gozoso
Nunca he sabido pedir, ni siquiera en la cama.
Yo siempre hice lo que me mandó Agustín y tuvimos tres hijos la mar de hermosos.
Ahora eso sí, aparte de las cosquillas cuando me toca la espalda me parece que orgasmos no he sentido.
A él se le vuelven los ojos, se atiesa, convulsiona y se desinfla sobre mí.” ¿Has disfrutado?” -pregunta- “sí” -contesto- y se duerme.
Me gustaría que me tocara más antes del acto, pero con caricias de novios antiguos, como si aún me quisiera.
La Salvi dice que me toque yo, que tantee mis dobleces hasta dar con el botón que da calambres de gustillo.
A mí me daba vergüenza, pero lo hice, y fue la primera vez que el chispazo casi me derrite el cerebro. Cosa más rara, pero rica. Y qué rabia que él, con lo listo que es, no sepa que existe.
De pequeña, cuando me preguntaban por lo que quería para reyes, me cortaban a la segunda petición con el dicho: “No pidas más, que parece que te ha hecho la boca un fraile”. La frase también valía para ropa e incluso comida. Así que me hice a todo y fui conformándome. Si en un restaurante me daban un plato incomible o la peluquera me freía el pelo, callaba. Fui una ganga para desaprensivos hasta que un día, ordenando los cajones, un calcetín se puso a moverse como bicha con San Vito. Resultó contener un dildo color fucsia que vibró ante la presión fortuita de mis dedos.
Esa noche, mientras Agustín se duchaba, hurgué por vez primera en su cartera, encontrando tarjetas vip de clubes gays y facturas, pagada al contado, por cientos de euros en champán. Fue entonces, como dice el salmo, que ‘Vi’.
Entré en mis “días de furia” que espero me duren siempre, y exigí a mi marido una tarjeta de crédito propia y cambiar el cuarto de baño y la cocina. Él rió muchísimo pensando que bromeaba, pero en la cena le serví el rabo con pisto y entendió.
Hicimos un pacto: yo me voy con la Salvi dos fines de semana del mes y él hace lo propio con sus amigos.
Ya sé protestar, reclamar y pedir; la Salvi me ha enseñado a usar la lengua como es debido.
Caminos
De pequeña, cuando iba en autobús, adquirí la costumbre de leer cuanto letrero pasara ante mi ventanilla.
Muchas veces no comprendía el significado de alguna palabra, por ejemplo, RECAUCHUTADOS así que la convertía en retahíla para no olvidarla y repetírsela a mi madre, conocedora de todos los vocablos del mundo.
No se me pasó la manía con los años, sigo coleccionando nombres fugaces cuando viajo; la última ocasión fue yendo hacia Almería, por una carretera que transita entre montañas cortadas como bizcochos.
Discurre el camino flanqueado por el milagro de los invernaderos, esos mares de plástico. En los recodos se atisba el de verdad, tan lleno de ese material como los primeros, ambos preñados de pobres gentes que buscaban su pan.
En la lejanía compiten en brillo, hiriendo los ojos viajeros.
Dicen que las fronteras tienen que definirse para conservar la identidad (pues la propia siempre es la mejor) de ahí los letreros bautizando cada trecho de asfalto. Vuelvo a la niñez y al pasar bajo el que pone MATAGORDA imagino una planta comestible de cogollo colosal. GUARDASVIEJAS se me antoja un almacén para guardeses jubilados y al pasar por BALANEGRA se me disparan las mientes y monto un Cluedo.
A incierta edad, si se dejan las chaladuras, es para sustituirlas por otras.
Y no me veo coleccionando vitolas.