“Las gentes de aquella ciudad despertaron con los hombros cubiertos de ceniza. Al cepillarlos caigan letras al suelo. Las aristudas se quedaban enganchadas en la ropa. Las redondeadas rodaban debajo de los muebles y los coches”
OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias
06/05/22. Opinión. La conocida escritora malagueña Dela Uvedoble, https://www.elblogdedela.com, colabora semanalmente con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com. Esta hilvanadora de historias nos regala un texto original con una imagen de la que también es autora, dentro de su sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Re-Nacimiento (Trescientos sesenta y cinco jornadas desde...
...el incendio de una librería)’.
Re-Nacimiento
(Trescientos sesenta y cinco jornadas desde el incendio de una librería)
Dijeron, los que vivían cerca, que el olor a quemado los alertó. Sin embargo, no consta que nadie apercibiera los gritos espantados de Lolita ni los chapoteos de Moby Dick para remover todo un océano, salpicarlo fuera del libro y apagar las llamas. Don Alonso Quijano alias el Quijote pensó que los lengüetazos rojizos eran los resplandores de Aurora, aunque fuese prima noche y no hizo por huir, consumiéndose allí mismo por los pies de página, junto a Sancho que aun sabedor de la tragedia se negó a dejarlo solo.
Las gentes de aquella ciudad despertaron con los hombros cubiertos de ceniza. Al cepillarlos caigan letras al suelo. Las aristudas se quedaban enganchadas en la ropa. Las redondeadas rodaban debajo de los muebles y los coches. Cuentan que los bomberos tuvieron que despegar de las suelas de sus botas alfabetos enteros, enredados entre sí como zarzas; a las grafías más intoxicadas hubo que practicarles el boca a boca para reanimarlas.
Muchos libros murieron aquella madrugada luctuosa, pero, incluso antes de que desapareciera el triste humo de la incineración, sucedió algo maravilloso. Todo el mundo se puso a barrer con cuidado las letras, a engrasarlas con tinta y ponerlas a salvo dentro de sobres: pequeños para las minúsculas, grandes para las mayúsculas. En cucuruchos de papel de estraza para la tipografía grande de los títulos. Los acentos, junto a toda la puntuación, en tarros reciclados de cristal convenientemente enjuagados y secos, con tapaderas de lata agujereadas para que respirasen.
Maestros y magas escribidores llegaron de todas partes del país a dibujar su nombre en las blancas hojas de cortesía de los libros salvos. Infinidad de lectores hicieron colas larguísimas esperando recibir el maná de los renacidos infinitos en un junco.
El dueño de aquellos personajes heridos supo reconstruirlos machihembrando todas las cosechas de signos que la ciudadanía le llevaba en cestos de mimbre, forrados para que no se escurrieran. Podía verse, junto a sus ayudantes, inclinado hasta muy tarde sobre el mostrador chamuscado engarzando nuevamente las hojas huérfanas en sus libros.
La lejanía lo parece más mirando hacia el futuro que revisando el pasado, pero esta desgracia aconteció tan sólo hace un año.
Hoy, tras una vuelta al sol, las cosas parecen volver a su ser. Otros Quijotes se asoman a la luna del escaparate. Las ballenas esperan sumergidas a ser devueltas a la vida por ojos lectores y las Lolitas siguen balanceando sus escurridas caderas dentro del hula hoop, bajo la vieja muralla de piedra.
Prometo que esto que narro como un cuento acaeció de verdad, quedando recogido en las crónicas inmortales, para que generaciones venideras recuerden que las leyendas están vivas.
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