“No te convence ninguno o ya los has leído. Los que llevas en tu lista no están. Sabes que lo eficaz sería preguntar al librero, pero así se pierde el placer de la búsqueda y la posibilidad de topar con tesoros”
OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias
15/07/22. Opinión. La conocida escritora malagueña Dela Uvedoble, https://www.elblogdedela.com, colabora semanalmente con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com. Esta hilvanadora de historias nos regala un texto original con una imagen de la que también es autora, dentro de su sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Los poetas siempre viven en el último piso’...
Los poetas siempre viven en el último piso
Atraviesas la puerta de la librería invitadoramente abierta, Buenos días, ¿donde están los poetas, por favor? El dependiente te mira extrañado, ¿los poetas?, me temo que hoy no hay conferencia de ningún autor. Te muerdes los labios y reformulas: perdón, quise decir la sección de poesía. Ah, por supuesto, en el tercer piso, aquí tiene el ascensor. Casi ofendida le sueltas con tono pelín sarcástico: prefiero usar mis viejas piernas -él cree que te has molestado- no lo digo por eso. Debe divertirte mucho verlo apurado pues tardas unos segundos en afirmar: lo sé hombre, era broma.
La escalera es magnífica, un trabajado tirabuzón de madera con escalones macizos sin contrahuella que ronronean bajo la pisada. Al terminar el sexto tramo la lengua te asoma entre los labios, pero tu honrilla ha quedado a salvo.
La planta está desierta y silenciosa, aunque sientes la vibración de cada panal de letras. Los lectores, como los murciélagos, sois capaces de captar ultrasonidos.
POESÍA dice un cartel sobre un estrecho estante. Te sorprende que otra persona acapare el espacio hurgando precisamente donde pensabas abrevar. Decides espulgar tú también e iniciáis una contienda para ver quién conquista más territorio. Si alguien os mirara por la espalda tendrá la impresión de que tocáis un piano vertical a cuatro manos.
Y ocurre lo natural. Diez dedos se ciernen sobre el mismo libro. Es mío, lo dejé aquí aparcado -te dice la intrusa con un acento extranjero que te sorprende- perdón, entonces -murmuras- y sigues buscando, las dos seguís buscando. Ella te oye rezongar -de un tiempo a esta parte hablas sola y lo que es peor, te contestas- ¿por qué no seré más alta? ¡maldita genética! Das gracias a tener las uñas largas así puedes enganchar un libro del lomo y arrastrar los dos anexos. No te convence ninguno o ya los has leído. Los que llevas en tu lista no están. Sabes que lo eficaz sería preguntar al librero, pero así se pierde el placer de la búsqueda y la posibilidad de topar con tesoros. A todo esto, percibes que tu contrincante huele muy bien, la notas detrás, antes de que te hable.
—No me lo llevo, ¿lo quieres?
—Si -le dices tomando el libro de su mano- gracias.
Ella se aleja y tú te quedas allí, con el libro que ha absorbido su perfume. Lo acercas al pecho y te parece que funciona como un marcapasos porque sientes un crujir en el interior como de motor que se pone en marcha. Sales corriendo tras ella y la encuentras en la segunda meseta, ella tampoco toma el ascensor:
Oye, ¿en tu país también viven siempre los poetas en el último piso?
Puede leer aquí anteriores entregas de Dela Uvedoble