“La improvisación y falta de garantías están provocando el insomnio en muchos progenitores. A quién le sorprende a estas alturas que, tras tantos años de paupérrima natalidad se mantenga el número de alumnos y el hacinamiento por aula que existen”
OPINIÓN. El ademán espetao. Por Jorge Galán
Artista visual y enfermero16/09/20. Opinión. El artista visual Jorge Galán escribe en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el rebrote del coronavirus: “La percepción de que, tanto el esfuerzo individual y social en prevención, la pérdida de vidas, el desgaste de sanitarios, como la minimización del deterioro económico producido por el confinamiento se han disipado por un oscuro y profundo sumidero es sólo superada...
...por la sensación de desconsuelo de que volvería a suceder una y mil veces”.
La única certeza
Tras los últimos coletazos del período estival, volvemos a padecer la ya recurrente pesadilla epidémica. Nuevamente nuestras cifras de contagios empiezan a emular las ventas de Amazon. La covid-19 otra vez monopoliza informativos, televisiones, prensa y redes, por si quedaba algún despistado que no se hubiese dado cuenta entretenido con algún buen libro.
Nuestro descanso ha sido tan efímero como el silencio entre el romper de dos olas. La sensación de alivio tras el fin del confinamiento, con la temporada veraniega por delante, ha dado paso vertiginosamente a la inquietud y preocupación por los nuevos rebrotes, y a la incertidumbre de la vuelta al cole, por supuesto.
La percepción de que, tanto el esfuerzo individual y social en prevención, la pérdida de vidas, el desgaste de sanitarios, como la minimización del deterioro económico producido por el confinamiento se han disipado por un oscuro y profundo sumidero es sólo superada por la sensación de desconsuelo de que volvería a suceder una y mil veces.
El final del Estado de alarma, de la desescalada y del control central de la crisis epidémica no ha hecho sino evidenciar que nuestro elenco político hace ya mucho que no está preparado para solucionar problemas, sino más bien para evitarlos, esconderlos, regalarlos o amortizarlos en rédito electoral.
Las responsabilidades de gobierno se arrojan como una patata caliente, los discursos se transforman en sus contrarios bajo el peso de la (in)competencia y donde dije digo, digo Diego. Medidas antes criticadas en cualquier sentido ahora son tomadas como propias, de la misma forma que la demora ajena antes censurada se justifica cuando es inherente o la cuestionable liquidación de libertades individuales sólo es ejercida por el rival.
El futuro que nos viene definido por la crisis es variable y difícilmente calculable, pero la gestión de la misma, tanto a nivel central como autonómico, no disipa ninguna duda, más bien las alimenta, lo que genera en la ciudadanía gran desconfianza. Se vuelve a reaccionar tarde, se vuelve a improvisar. La planificación de la salud pública carece de sentido, de transparencia, y a veces, de la más mínima lógica o funcionalidad. La efectividad de las estrategias en salud a menudo queda supeditada de forma soterrada por el coste económico que conllevan.
Nuestro problema para minimizar las consecuencias de esta crisis es doble; por un lado las deficiencias estructurales que durante años no se han abordado con la correspondiente profundidad, y que como en sanidad o en educación, hemos terminado asimilándolas como irremediables, a las que tenemos que sumar las deficiencias coyunturales que, nuestro plantel político y su atocinado organigrama de acólitos de dudosa utilidad real se empeñan en perpetuar con nocturnidad, alevosía y una autocomplacencia infinita.
Hemos sido testigos de una desescalada bajo el criterio de comités de expertos que luego de forma asombrosa no existen, de responsabilidades en las residencias de mayores que según quien, corresponden al otro, de estados de alarma que, si primero se equiparan a dictaduras, más tarde se solicitan, de carencias intolerables de recursos sanitarios que según quién o qué comunidad o gobierno esté implicado, son o no tolerables, de medidas que antes eran un despropósito y que bajo el peso de la responsabilidad luego se reproducen. En incontables ocasiones, la acción política termina en la judicialización de sus contenidos, mostrando su manifiesta inoperancia.
La política del reproche infinito campa a sus anchas indolente ante las deficiencias que inevitablemente produce. Nuestro sistema hace aguas desde hace mucho, pero es en situaciones límite como ésta, cuando ofrece su verdadera cara, o cuando se vuelve incapaz de ocultarla. Obviamente esta situación sostenida de irresponsabilidad se consolida a base de falsedades, medias verdades, falta de transparencia y un respaldo mediático que funciona como tamiz de informaciones que exageran la recriminación del adversario pero filtran el error propio. Por no mencionar la propagación de bulos y desinformaciones en redes sociales.
Estamos tristemente acostumbrándonos a que nuestros políticos descarguen sus obligaciones sobre nosotros. Sistemáticamente se inunda de medidas a la población pero se eluden las responsabilidades de gobierno, medidas que difícilmente son entendibles por sus contradicciones y su rigurosidad o laxitud en según qué entornos. Mascarillas que en un principio y ante la falta de abastecimiento se declaran como innecesarias, incluso para sanitarios, más tarde se obliga a su uso a toda la población bajo imperativo de sanción en cualquier espacio fuera del domicilio, cuando además se gravan con un IVA del 21%, más alto que cualquier otro país de nuestro entorno. En cuanto a la distancia interpersonal, medida clave para evitar el contagio, contemplamos sectores regulados al milímetro en contraste con otros que parecen gozar del beneplácito ideológico o económico. Mientras en el transporte público se continúa con aglomeraciones poco justificables, la venta de coches de segunda mano ha aumentado ante la falta de confianza del usuario en los mismos.
Es evidente la falta de control que ha existido en lo referente a movimientos de personas, que ha finiquitado la temporada turística tan prematuramente como se quiso que empezara. La dependencia económica del turismo nos hizo presenciar situaciones tan contradictorias como ver llegar a los primeros turistas de vacaciones cuando algunos aún no podíamos cambiar de provincia. Nuestra excelsa hospitalidad (con mínimos casos) luego fue compensada con restricciones por parte de los demás en cuanto empezamos a tener positivos otra vez.
Por otro lado, la vuelta al curso escolar promete ser tan interesante como una serie de Netflix de reciente estreno. La improvisación y falta de garantías están provocando el insomnio en muchos progenitores. A quién le sorprende a estas alturas que, tras tantos años de paupérrima natalidad se mantenga el número de alumnos y el hacinamiento por aula que existen. Resulta dudoso que cuando en normalizadas circunstancias no se ataca un problema estructural, se haga ahora deprisa y corriendo porque llega una pandemia. En plena segunda ola, el nuevo curso escolar presencial puede durar menos que Pinocho en una tienda de bricolaje. Con total seguridad no nos mantendrá indiferentes.
La relajación en la vigilancia epidemiológica durante el verano ha sido otro factor clave para que nos veamos en la situación actual. Una vez superada la tormenta hospitalaria nos damos el lujo de mandar al ostracismo a la atención primaria y la salud pública. Centros de salud cerrados, rastreadores que no se contratan, consultas médicas telefónicas y demoras en la atención de más de quince días nos devuelven a la aglomeración en las urgencias hospitalarias; no se amontone usted, que ya lo hago yo. Recientemente (7 de septiembre) se modifican los protocolos de actuación médica frente a la covid-19, relajando criterios de altas en contagiados sintomáticos leves sin necesidad de comprobación con PCR negativa, en pleno aumento de contagios.
Un problema tan complejo como la pandemia, que implica tantos aspectos de la sociedad y de la propia vida en comunidad necesita, además de las correctas estrategias de salud, la suficiente coordinación, competencia y constante evaluación de sus resultados. Premisas que se escapan en cuanto el engranaje administrativo carece de fluidez entre niveles, se arrastran deficiencias estructurales graves, las medidas quedan supeditadas en exceso al coste o en cuanto los implicados en todo su desarrollo están más interesados en el reproche que en la colaboración.
En resumen, un despropósito administrativo de la pandemia que, si mal empezó en marzo situándonos como una de las peores referencias en contagiados y fallecidos, gracias a una deficiente gestión del gobierno central, promete mantenernos en el top ten a pesar de mascarillas, distancias, confinamientos, estados de alarma, rastreadores, traspaso de competencias, ideologías, asesores por decenas y expertos varios. Los nuevos rebrotes, las consecuencias económicas y el cierre de empresas, el paro, la capacidad sanitaria, la vuelta al cole y el circo político y mediático al que nos tienen ya acostumbrados nos mantendrán muy ocupados este otoño. Esa es la única certeza.
Puede leer aquí anteriores entregas de Jorge Galán:
- 01/07/20 Apuntes sobre pueblo y multitud
- 17/06/20 Aquí su publicidad
- 03/06/20 Repúblicavirus 7.0 -Parasitismo partitocrático y otras endemias-
- 14/05/20 Repúblicavirus 6.0 -Distanciamiento social ¿oxímoron y/o eufemismo?-
- 06/05/20 Repúblicavirus 5.0 -Recuento en el descuento-
- 22/04/20 Repúblicavirus 4.0 -Crónica de dos engaños masivos-
- 08/04/20 Repúblicavirus 3.0 -Sanitarios ¿kamikaces o fungibles?-
- 25/03/20 Repúblicavirus 2.0. -Si no hay mascarillas será porque no hacen falta-
- 17/03/20 Repúblicavirus 1.0
- 11/03/20 La senda del borrego
- 19/02/20 La prisión de Narciso
- 05/02/20 Perpetuar la desazón
- 27/01/20 Dar desazón por descanso II
- 22/01/20 Dar desazón por descanso
- 08/01/20 ¿Bailar pegados es bailar?