Dejando a un lado el sarcasmo, que utilizo como defensa por no caer en el improperio, es necesario tomar el asunto con menos distancia y aclarar aspectos de esta lacra social que seguimos soportando tan frecuentemente el colectivo sanitario

OPINIÓN. El ademán espetao. Por 
Jorge Galán
Artista visual y enfermero

14/10/20. 
Opinión. El artista visual Jorge Galán escribe en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la violencia hacia los profesionales de la salud: “Las agresiones a los profesionales sanitarios constituyen un problema grave y de importantes consecuencias que hasta hace muy poco tiempo era prácticamente desconocido y ha permanecido silenciado por su escasa denuncia. Forma parte...

...de la violencia que en el conjunto de la sociedad impera en muchas ocasiones, a los sanitarios se les ha perdido el respeto, las agresiones son el pan nuestro de cada día en la sanidad española, especialmente en atención primaria y en urgencias”.

Violencia Saludable

La violencia saludable agrupa una serie de conductas de mediana y baja intensidad, aunque en ciertas ocasiones deriva directamente en el mamporro. Su finalidad consiste fundamentalmente en equilibrar las espectativas hipertrofiadas del individuo postmoderno (sometido sistemáticamente a una ensoñación contínua) con la frustrante realidad que difiere de ellas, también suele ser muy útil para mitigar la ansiedad, templar el alma, sosegar el espíritu, reponer el ego y además, tiene una lista de efectos psicosomáticos sumamente placenteros, en ocasiones más intensos que una clase de autoestima.

Se ejerce habitualmente contra aquellos individuos o colectivos de la sociedad que parece que están puestos ahí para joderle a uno, para cortar el buen rollito, paz, amor y el plus pa el salón. Estos anti flower-power que se empeñan a menudo en la perturbación de lo anárquico, en sacarse continuamente leyes, normas y conductas de la manga, de dudoso resultado y siempre, por supuesto, en contra de nuestros intereses.

A veces podemos apreciar la violencia saludable en los estadios de fútbol, con frecuencia en los encuentros de categorías locales, dirigida expresamente hacia el árbitro, que se empeña en pitar en contra de nuestro equipo, el muy hijo de puta. Otras veces podemos ver como se manifiesta en los colegios, hacia ese maestro cabrón, que no sabe dónde tiene la cara y que termina jodiéndome las vacaciones porque se empeña en suspender a mi Johnatan, que es un angelito. Aparece con reiteración hacia el camarero, que es un flojo y trabaja menos que el cuñado de Rocky, que tiene tal despiste que nos deja para comer los últimos, o no nos hace ni puñetero caso cuando lo requerimos para otra caña. Suele también aparecer hacia esos desgraciados policías locales que te ponen una multa a tí, que has aparcado mal por primera vez en tu vida -obligado por las circunstancias-, pero no son capaces de ver la doble fila permanente que colapsa a diario la calle de tu casa, los muy peseteros y selectivos pitufos.


Resulta además concomitante y sinérgico, que precisamente este tipo de actitudes violentas y saludables viene a manifestarse, con mayor asiduidad, en el ámbito de la salud. Podemos citar el ejemplo de esos matasanos que se hacen pasar por médicos,  que provocan este tipo de respuestas agresivas de la gente, ante la dudosa y cuestionable coartación de libertades autodestructivas a la que llaman medicina, empeñada en destruir los mayores placeres materiales de la vida que dan un perfecto equilibrio a los chakras.

O esas petulantes pinchaculos, que se hacen llamar enfermeras, colaboradoras necesarias en este shamanismo torturador moderno, proyectado en la prospección del sacro cuerpo de las personas a través de los orificios naturales, o en perforarlo directamente, cuando esos tragaderos no llegan donde se quiere sondear, están provocando la violencia como legítima defensa a sus acciones agresivas al cuerpo, nuestro templo.

Lo peor es cuando se asocian en sus fechorías matasanos, pinchaculos y limpiaculos, entonces pueden llegar a coordinarse -excepcionalmente- con el fin de prolongar el dolor o el malestar de forma inmisericorde y gratuita, cuando todos sabemos que la enfermedad, circunstancia tan antinatural, debería estar ya erradicada de nuestras vidas con los avances tecnológicos que existen, en ocasiones parece que la mantienen en un estado de suspensión con tal de no perder los trabajos. Con lo sencillo que resulta llevar dosmil lauris en el bolsillo, que te impongan las manos y te lo curen todo a distancia, o que te den a ingerir una mágica agua de recuerdos a precio de Dom Perignon, que te elimina cualquier molestia, mitiga cualquier dolencia y además te quita la sed. Resulta una auténtica locura.

Dejando a un lado el sarcasmo, que utilizo como defensa por no caer en el improperio, es necesario tomar el asunto con menos distancia y aclarar aspectos de esta lacra social que seguimos soportando tan frecuentemente el colectivo sanitario (y otros también). En mi experiencia, como en la de otros muchos compañeros del sector de la salud que podrían suscribirme, no ceso de toparme una y otra vez, casi en cada turno de trabajo, con esta desagradable y triste realidad. La violencia, en muchas de sus expresiones, sobre todo verbal pero también física, se suele erigir como protagonista del encuentro entre el usuario del sistema de salud y el trabajador sanitario, instaurada ya como una circunstancia habitual y normalizada. Mal asunto.


A lo largo de mi experiencia de 25 años como enfermero he recibido varias agresiones verbales, insultos, coacciones y amenazas, afortunadamente ninguna física. Con el tiempo vamos desarrollando un sexto sentido para prevenirlas y evitarlas, pero a veces es totalmente imposible. El perfil del agresor suele ser una persona que ya viene predispuesta al conflicto y lo suele ir explicitando, a modo de queja y protesta contínua, extendida a todo cuanto le ocurre, es muy común el calentamiento del resto de usuarios previo a la agresión al sanitario. Excepcionalmente suele ser una acción espontánea e imprevisible.

Recientemente han vuelto las concentraciones en repulsa a estas agresiones, como la convocada por el sindicato Satse hace un par de semanas en el Clínico, tras una nueva agresión a una enfermera de urgencias. Los aplausos desde los balcones, tan televisivos durante el pasado confinamiento, han resultado ser un espejismo aún más breve que el ministerio de Màxim Huerta. Más bien parece haberse tratado de un gesto social de condescencia: una palmadita en la espalda por idiotas. Como dato lamentable, a pesar de estos meses de confinamiento en casa, en Andalucía han aumentado las agresiones a sanitarios con respecto a otros años, en este primer semestre de 2020. Increíble pero cierto. En Málaga se registraron 108 agresiones en centros sanitarios, de ellas 25 físicas y 83 verbales.

Podría extenderme en una interminable lista de estudios y estadísticas al respecto, pero éste no es el medio ni la forma, me centraré en hacer referencia a las conclusiones más reveladoras sobre este asunto, centrándome en nuestra querida Málaga, que tristemente se sitúa a la cabeza de las provincias andaluzas en número de agresiones a sanitarios desde hace años.

La primera cuestión sería resaltar que la inmensa mayoría de los profesionales agredidos no presenta denuncia judicial (80%). Por lo que podemos deducir con facilidad que los ya tristes datos que analizaremos no son más que la punta de un iceberg mucho mayor.


Uno de cada tres sanitarios ha sido víctima o testigo de una agresión física, dos de cada tres de una verbal (insultos, amenazas o coacciones). La proporción entre agresiones físicas/verbales suele andar en torno a 1/4. Médicos y enfermeras son con diferencia los profesionales más agredidos (85%), sobre todo mujeres (75%). Los tiempos de espera (40%) y el trato recibido (25%) suelen ser los motivos más alegados por los agresores. En su mayoría suele ser el usuario (65%), seguido de los familiares (25%). El agresor suele ser hombre (60%) y reincidente (11%).

Cada día más de dos profesionales del SAS sufre una agresión (2,43).  Casi el 10% de la plantilla del SAS ha sufrido agresión en los últimos 10 años. De los últimos 15 años, sólo en 3, Sevilla ha superado a Málaga en número bruto de agresiones, pero según la ratio agresiones/nº de sanitarios (más objetiva), Málaga es la primera en Andalucía: 13% frente al 12% de Córdoba o el 10% de Sevilla en 2019. Málaga es también la provincia que presenta los casos más graves de agresiones como son las agresiones físicas, con 515  en los últimos 10 años.

Las comunidades con mayor incidencia acumulada de agresiones durante los últimos años han sido Extremadura y Andalucía. En contraposición a un descenso anterior, desde el año 2010 las cifras han aumentado de forma notable en toda España, ésto puede llevar a pensar que con el comienzo de los recortes ha aumentado la presión asistencial y por tanto, un importante factor desencadenante del aumento de las agresiones, no en vano,    la principal causa de éstas son los factores relacionados con el centro (60%) -tiempos de espera, información, presión asistencial, demoras, etc-, muy por encima del trato, el error o el contacto con el sanitario, aún siendo un problema complejo y multifactorial que también está relacionado con circunstancias del agresor.

A pesar de cambios legislativos recientes que definen la agresión al sanitario como «delito de atentado contra autoridad», la intervención de los correspondientes Ministerios Fiscales de las Comunidades Autónomas, el aumento de las penas y los planes de choque de los sistemas sanitarios, el problema de las agresiones sigue en crecimiento en los últimos años, y lo peor es que seguirá aumentando mientras que no se aborde su causa fundamental, que está estrechamente relacionada con la pérdida de recursos y la falta de solvencia de un sistema sanitario bajo mínimos desde hace años, que no es capaz de solucionar con eficacia la demanda poblacional. Provocando en numerosas ocasiones que el personal sanitario acabe siendo objeto de la frustración del usuario, derivada de una atención sanitaria con frecuencia deficiente en relación a las espectativas, a lo que habría que unir un déficit educacional, la normalización cada día más evidente de la violencia en la sociedad, y también la falta de información, además de otras causas.


Sólo hay que recordar las ratios sanitarias de nuestra querida Málaga al respecto: es la provincia con menos camas hospitalarias públicas por habitante de todo el país, la provincia con mayor pérdida de plazas de empleo público en sanidad (1893), la primera en pérdida de camas hospitalarias en los últimos años, la segunda con menos enfermeros por habitante sólo superada por Granada, Andalucía es la comunidad con mayor número de pacientes por médico en atención primaria, etc, etc, etc. Con esta paupérrima infraestreuctura sanitaria pasa lo que pasa, y luego las tortas son para los que dan la cara en el día a día, porque culturalmente, aquí somos mucho de gritar la protesta al empleado, pero luego no sabemos redactar una queja por escrito a quien hay que hacerlo. Si sumamos factores podemos patentar un cóctel explosivo, si comparamos ciertas condiciones con el resto del estado, los sanitarios andaluces somos los peor remunerados (con notable diferencia), los que tienen una mayor carga laboral y los más agredidos. Una alegría.

Las agresiones a los profesionales sanitarios constituyen un problema grave y de importantes consecuencias que hasta hace muy poco tiempo era prácticamente desconocido y ha permanecido silenciado por su escasa denuncia. Forma parte de la violencia que en el conjunto de la sociedad impera en muchas ocasiones, a los sanitarios se les ha perdido el respeto, las agresiones son el pan nuestro de cada día en la sanidad española, especialmente en atención primaria y en urgencias.


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