“La manipulación en redes es sólo una parte del falseamiento y tratamiento sesgado de la información que hoy día podemos apreciar en múltiples medios, tanto en prensa escrita, digital y medios de masas como radio y televisión”
OPINIÓN. El ademán espetao. Por Jorge Galán
Artista visual y enfermero11/11/20. Opinión. El artista visual Jorge Galán escribe en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la manipulación en redes sociales: “Las redes sociales no fueron creadas para lanzar mentiras y convencer a la sociedad de algo. Sin embargo, a medida que su uso se ha instalado en nuestras vidas, el flujo de información que las recorre, se ha convertido en una mercancía utilizada con diferentes...
...propósitos, de la que se renta suculento provecho en múltiples sentidos”.
Manipulación en redes: conceptos
Recientemente hemos comprobado la controversia generada con una de las últimas medidas del Gobierno; la creación de un Comité de la Verdad para actuar contra la desinformación y «la difusión deliberada a gran escala y sistemática de mensajes falsos» que «persiguen influir en la sociedad con fines interesados y espurios». De una u otra forma, esta noticia de repercusión nacional, ha puesto de actualidad una investigación que llevaba realizando semanas sobre la propagación de bulos en las redes sociales y que, ante la profundidad y complejidad del asunto, abordaremos por partes y en varios artículos. Más adelante entraremos a valorar si esta medida es acertada, pertinente, adecuada o representa algún menoscabo de la libertad de expresión o informativa, como se ha denunciado en algunos medios gráficos y televisivos. Pero resulta oportuno comenzar por lo básico para comprender la magnitud del tema.
La manipulación en redes es sólo una parte del falseamiento y tratamiento sesgado de la información que hoy día podemos apreciar en múltiples medios, tanto en prensa escrita, digital y medios de masas como radio y televisión. La fidelidad con la verdad de lo que sucede en el mundo cada día se vuelve más frágil. Hemos pasado de tendencias ideológicas en los diarios, que nos ofrecían una parte interesada o parcial y poco objetiva de los contenidos informativos a una auténtica jungla informativa de la mentira y el infundio, que gracias a la velocidad y anonimato del medio digital, está transformando aceleradamente la percepción social de la realidad sobre numerosas circunstancias.
Las redes sociales no fueron creadas para lanzar mentiras y convencer a la sociedad de algo. Sin embargo, a medida que su uso se ha instalado en nuestras vidas, el flujo de información que las recorre, se ha convertido en una mercancía utilizada con diferentes propósitos, de la que se renta suculento provecho en múltiples sentidos.
La utilización mercantil y publicista primero, y la generación de corrientes de opinión, la desinformación y las noticias falsas o fake news después, han invadido las entrañas de internet en general y de las plataformas sociales más populares en particular: facebook, tweeter, instagram, whatsapp, youtube, etc.
Como se apuntó en el pasado artículo «Opino, luego existo», la falta de presencia corporal y el anonimato en las redes sociales sustrae la responsabilidad y el compromiso en los contenidos de la comunicación, se contribuye a la generación de una realidad alterada y emocionalmente extrema. Pero la manipulación de la realidad que se ha instaurado en la redes sociales no es producto de estas actitudes individualizadas en exclusiva, aunque a menudo tomen parte en la transmisión de estas informaciones ficticias, sino de una orquestación planificada y basada en la suplantación de perfiles reales controlados a distancia.
Redes sociales como Twitter o Facebook se han inundado de perfiles falsos o automatizados que intoxican y confunden a millones de usuarios, es lo que se conoce como bots, robots virtuales que suplantan personalidades para falsear opiniones, emitir bulos y generar confusión informativa. Ya son muchos los especialistas en el análisis de redes que alertan de estas campañas de falsedades enfocadas exclusivamente en el propósito político, la propagación de noticias falsas que provocan descrédito en el adversario o reafirman la postura de la propaganda propia. Como ya mencionó Hobbes, en El Leviatán, «quien tiene la información (o la desinformación en este caso), tiene el poder».
No nos debería sorprender, por tanto, que incluso en un contexto en el que el concepto de verdad ha ido perdiendo peso progresivamente, los contenidos que emiten los grandes medios se presenten ante la opinión pública como imparciales y objetivos. Nada más lejos de la realidad. Aquellas instancias que ejercen la dominación en sus distintas formas, empezando por el Estado, los partidos políticos y siguiendo por el poder financiero, han reclamado desde siempre el monopolio en el uso de la información. Lo que se emite a través de los grandes medios tiene una capacidad de influencia muy elevada. La disposición para imponer qué es lo verdadero e incluso qué discursos pueden hacerse un hueco en la sociedad y cuáles carecen por completo de sentido, sigue en la actualidad en manos de una minoría con el poder suficiente para determinar y legitimar ante la población una imagen concreta de la realidad.
Tras esta evidente situación actual, se esconde un problema holístico y un debate tanto filosófico, antropológico, teológico, científico como lingúistico considerablemente complejos y antiguos, que tiene mucho que ver con la esencia misma en la forma en que nos representamos la realidad, como una imagen de ella, sobre la que ejercen influencia numerosos sesgos.
Habitualmente utilizamos el sentido de los términos realidad y verdad de manera solapada, no en vano, constituyen dos abstracciones cuyos recorridos semánticos pueden llegar a tantos destinos como enfoques o puntos de vista se les apliquen. Podríamos referirnos a una verdad ontológica, epistemológica, formal, paradigmática, experimental, trascendental o cultural en función de su propia referencia. En cuanto a la realidad podemos referirla como abstracta, concreta, perceptiva, metafísica, existencial, racional, empírica, fenomenológica e incluso distinta a «lo real», como apunta Lacan. Podríamos también hablar de ella en plural; de múltiples o infinitas realidades y no de una sola.
Verdaderamente constituye un discurso cuyo desarrollo ha acompañado al ser humano desde los albores de su existencia y que aún hoy podemos considerar como no finalizado. Ni el concepto ni la consideración moral de la verdad (o la falsedad) han tenido una valoración uniforme a lo largo de la historia. Sería muy interesante trazar un recorrido conceptual al respecto, pero la profundidad de esta temática es equiparable a la evolución del propio discurso filosófico o artístico a lo largo de los tiempos. Sería considerablemente complejo abordarlo en una tesis, no ya en un artículo.
Únicamente señalar al respecto que es Platón quien establece una connotación negativa que permanece durante siglos acerca de «lo falso», una constante en la interpretación clásica de la bondad y la maldad. Formula una imagen de la realidad que no aspira a la referencia, a la duplicidad o a la copia. Es el phàntasma. La falsedad es un lenguaje ajeno, tiene vida propia y puede ser república. Bajo esa óptica, se define como capaz de atentar contra la doxa. Por así decirlo, la falsedad constituye una otra realidad con el dudoso objetivo de sustituir y alterar la realidad consensuada. En un sentido más lingüistico, Aristóteles formula su retórica, frente a la dialéctica y la lógica, cuya influencia también permanece hasta nuestros días.
Será Kant, con sus categorías apriorísticas, quien abrirá el plano de la configuración de la realidad a los propios mecanismos con los que se dota el sujeto para conocerla, que también determinan la manera en que la entendemos, a partir de aquí la realidad no es percibida como algo «dado».
Con el tiempo, esta visión es modificada y reformulada por un incontable número de eruditos, hechos históricos y cambios en la forma de vida y la cultura, que han terminado ramificando de una forma rizomática el marco conceptual de todo este entramado.Todos los términos morales, como ya señaló en su día Nietzsche, son producto de un conjunto de doxas o sentidos sociales establecidos legitimados porque son capaces de liquidar y sancionar los conflictos, las paradoxas, permitiendo así una suerte de ilusión de paz social, comunión cultural y equilibrio espiritual. La verdad se ha constituido históricamente como uno de los ejes morales centrales de la sociedad. Mediante su apelación, se han establecido un conjunto imponente de instituciones y regulaciones que determinan el mantenimiento del estándar moral representado por la verdad y por la necesaria voluntad de veracidad en el lenguaje social, ya que permite la credibilidad pero también la credulidad.
En aras de la adecuación al medio presente convendremos primero -cual epígrafe wittgensteiniano-, que la cualidad de verdad únicamente existe en la parte referencial de la realidad, esto es; los hechos o lo que sucede no poseen la cualidad de verdaderos o falsos, sino nuestra representación de ellos, lo que contamos (referenciamos) de lo que sucede o lo que contamos de los hechos. La verdad podríamos sintéticamente (y casi atomizadamente en un sentido púramente práctico) describirla como la coincidencia entre un enunciado y los hechos, o la realidad a la que dicho enunciado se refiere, o la fidelidad de una idea a ésta.
El fenómeno de la posverdad o mentira emotiva describe la distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones emocionales y a las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes y tendencias sociales. Es preciso aclarar que «lo emocional» no necesariamente debe tener una connotación negativa en este caso, más bien hablaríamos de su apelación a una gestión donde se mantiene impermeable a la razón.
Para algunos autores la posverdad es sencillamente falsedad o estafa encubiertas con el término políticamente correcto de «posverdad», expresión que ocultaría la tradicional propaganda política o el uso de las relaciones públicas como instrumento de manipulación.
Actualmente el mecanismo más utilizado para influir sobre la mente de los individuos es la manipulación intencionada de la verdad por los medios de comunicación masiva, los cuales, a su vez, obedecen a grupos de poder e influencia que controlan los medios económicos. Ésto sucede con los grupos importantes de comunicación y también con los grupos organizados que emiten bulos por las redes sociales. De forma conjunta alimentan una debilidad mental que daña la capacidad de pensamiento crítico e independiente del ciudadano.
Como indicó Foucault, las instancias de poder son capaces de crear proposiciones acerca de la realidad y formas de observar lo que ocurre a nuestro alrededor, con lo que se acaba generando una tendencia, unos saberes determinados que conforman al sujeto a través de su forma de hablar, de pensar y, en definitiva, de vivir en cada una de sus acciones. Estas instancias de poder se pueden permitir, cada vez con mayor intensidad, engañarnos en mayor grado del que podemos imaginar.
Analizaremos en las siguientes entregas algunos casos concretos, el modus operandi de estas multinacionales de la desinformación, las herramientas psicológicas que utilizan, su influencia en la geopolítica mundial y algunos casos conocidos que hemos tenido en nuestro país.
Puede leer aquí anteriores entregas de Jorge Galán