Sería necesaria una gruesa enciclopedia de la pandemia; faltan artículos para expresar la incompetencia reiterada y mantenida, la contínua falta de previsión y anticipación, la falta de transparencia y casi lo peor, la intencionada utilización como arma de división y desgaste por la mayoría de nuestros políticos: una pandemia de guerrillas

OPINIÓN. El ademán espetao. Por 
Jorge Galán
Artista visual y enfermero

20/01/21. 
Opinión. El artista visual Jorge Galán escribe en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la tercera ola del coronavirus: “Es innegable que una primera responsabilidad es achacable a la relajación de las medidas antes de la navidad, con incidencias acumuladas en todo el territorio aún por encima de 200 nuevos casos/100.000 habitantes, ya casi llegamos a los 600. Pero no...

...es menos cierto que la segunda corresponde al ciudadano de a pié, ése mismo que protesta de la saturación informativa y mediática sobre la pandemia, ése que lleva meses repitiendo afiladas críticas que le eximen de aplicar el sentido común”.

Suspenso covictivo

Sería necesaria una gruesa enciclopedia de la pandemia; faltan artículos para expresar la incompetencia reiterada y mantenida, la contínua falta de previsión y anticipación, la falta de transparencia y casi lo peor, la intencionada utilización como arma de división y desgaste por la mayoría de nuestros políticos: una pandemia de guerrillas. Como ejemplo reciente el último episodio con la vacunación; el «no me das vacunas pero tampoco las pongo» de Ayuso o el «vamos lentos por precaución» de Fernández Vara, que deja caer entre líneas un peculiar ensayo clínico con residencias de mayores y sanitarios como justificación, sobran las valoraciones. No solo podríamos adjudicar un suspenso general, sino que la nota media estaría cercana al muy deficiente en demasiadas materias, independientemente de la formación a la que pertenezcan y del gobierno que se trate.

Resulta muy curioso que se empezara a hablar de confinamientos, endurecimientos de medidas y terceras olas justo a partir del fin del período navideño -el día de Reyes-, como manifestaron los gobiernos de ciertas comunidades autónomas, que desaparecieron durante todo el período inhábil. Nuestra particular epidemia ya desarrolla fuertes connotaciones lectivas: descansa fines de semana y festivos para coger fuerza y contagiar con mayor intensidad en los días laborables.


La profunda dependencia del consumo que nuestro sistema económico manifiesta se vuelve asfixiante cuando otro factor distorsionador como la pandemia entra en escena y permanece. Sería maravilloso poder afirmar que el dilema salud-economía no es tal, porque debe prevalecer ante cualquier aspecto la salud, pero en nuestro perfil de libre mercado cada vez más neoliberal es una verdad tan obvia como triste. Tal vez sea la crudeza de esta afirmación la que nos encadena (o mejor, encadena a la clase política) a repetir los mismos errores frente a la pandemia.

Después del estrepitoso fracaso del «sálvame verano» volvemos a caer en el «sálvame navidad», ambos descalabros han propiciado la llegada prematura de las correspondientes olas de contagios y aumento de muertes. Se nos viene encima un precioso comienzo del año 2021 (y no por lo meteorológico). Esta disminución de las medidas de prevención por motivos económicos y no sanitarios produce dos evidentes inconvenientes; transmite un falso mensaje de éxito y relajación por un lado, y por otro deja un gran espacio abierto a la responsabilidad tanto individual como colectiva, responsabilidad en la que, a estas alturas y al igual que la clase política, suspendemos covictivamente. Muy a nuestro pesar en este tema -y va siendo hora de que lo vayamos asimilando e interiorizando-, el suspenso de unos cuantos, aunque no sean mayoría, nos hace suspender a todos.

Este reciente período navideño nos ha mostrado una cara quizás encondida entre tanto despropósito político. Esa parte que trata de las responsabilidades de la población. Un gran número de ciudadanos que, nada menos que casi un año después del destrozo causado por el virus, siguen viviendo en un estado permanente de ensoñación hedonista impermeable al estrés, que los coloca ya en una posición de desprecio hacia el resto. Existe una parte importante de la sociedad que sigue mostrándose indolente frente a las consecuencias que provocan sus actitudes, y se muestra reacia a asumir la más mínima responsabilidad individual encaminada a la prevención.


Es innegable que una primera responsabilidad es achacable a la relajación de las medidas antes de la navidad, con incidencias acumuladas en todo el territorio aún por encima de 200 nuevos casos/100.000 habitantes, ya casi llegamos a los 600. Pero no es menos cierto que la segunda corresponde al ciudadano de a pié, ése mismo que protesta de la saturación informativa y mediática sobre la pandemia, ése que lleva meses repitiendo afiladas críticas que le eximen de aplicar el sentido común, ése que tiene una solución alternativa para todo flotando entre axiones neuronales, pero que nunca consigue conjugar. Esa actitud tan extendida del que necesita la presencia de otros para recoger la caquita de su perro (o en este caso ponerse una mascarilla o separarse un par de metros). En definitiva, ese capitán a posteriori que constantemente sabe extraer del cajón del cuñadismo alguna excusa que le permita mantenerse en un plano superior a medidas, normas, reglas o legislación alguna que atenten a su individual derecho a la diversión, normas que en cierta forma igualitarizan en exceso a la masa rebaño-democrática de la que siempre se autoexcluye.

Parece que nada pudiera hacer la enfermedad, la muerte o el estropicio laboral o económico de muchos frente al epicureísmo y la voluptuosidad infinitos instaurados ya como valores centrales y dominantes en esta sociedad enfermiza del deleite sibarita y la moral por parcelas. Hemos sido testigos en esta navidad de infinidad de reuniones sin medidas preventivas, con exceso de personas y sin mascarilla, aglomeraciones en centros comerciales, comidas de empresa encubiertas en reservados de restaurantes, fiestas en chalés, en naves industriales, aglomeraciones sin control en eventos y un largo etcétera que empieza ya a producir, en la parte que se aplica, considerable hastío.

La fiesta del consumo en que se ha convertido la navidad ha sido utilizada como una herramienta de reactivación económica cortoplacista y un bienquedo ante mi parroquia, aún a sabiendas de las consecuencias sanitarias que nuevamente provocarían. No parece un intercambio demasiado inteligente, han generarado nuevas restricciones y consecuencias en morbimortalidad y en economía. En Andalucía, el Sr. Bendodo culpó a la cepa británica -y más tarde se desdijo obligado-; nada como rebuscar en la gaveta de las excusas, siempre se encuentra la adecuada y siempre «a toro pasado». El «se cancela la navidad» era para aguafiestas y cicateros. Como consecuencia, el auge de contagios ahora ha provocado mayor saturación y bajas en los servicios sanitarios encargados también de realizar la vacunación. Error al cuadrado.


Otro incomprensible episodio son las nuevas restriciones en Andalucía vigentes desde el 15 de enero, donde como novedad se introduce el sesgo ideológico, que permitirá esquiar e irse de caza, en contraposición a los niños se le cierran los parques infantiles. Les ha faltado permitir las corridas de toros para completar el paquete. Para qué vamos a mencionar la disputa por la hora del toque de queda, nuevo capítulo surrealista; ahora los que confinaron no quieren y los que criticaron el confinamiento y ahora quieren no les dejan. Peores que los niños en una barbacoa, con semejante asunto entre manos.

Tristemente la llegada de las vacunas no va a suponer un punto de inflexión en la incidencia hasta que se llegue a la suficiente población, como mínimo superior a la mitad. Sus efectos van a ser progresivos; ya hemos comprobado la lentitud del ritmo de vacunación, aún está por ver la duración de la inmunidad proporcionada, así como la efectividad ante actuales o futuras cepas o mutaciones, como la británica, la brasileña o la sudafricana, también hay que incluir a la parte que aún rechaza la vacunación por diferentes motivos (rapidez de aparición, brevedad del ensayo clínico, efectos adversos y alguna que otra alegación kafkiana y conspiranoica como los microchips, el control de masas y el 5G como catalizador).

Existe un intenso debate sobre la mesa a día de hoy respecto a las medidas de prevención en la propagación de contagios, un modelo de restricciones laxas y demoradas en el tiempo y otro de medidas más duras y breves como el confinamiento estricto de corta duración y de forma selectiva. Hace ya algunos meses que muchos expertos se expresan a favor de la segunda estrategia. Existen ejemplos que demuestran su efectividad, como son Australia, Nueva Zelanda, Corea,Tailandia o China. Incluso el FMI lo recomienda, alegando que se produce menor deterioro para una recuperación económica más rápida a medio plazo. Sin embargo la OMS solo avala el confinamiento total «como última opción cuando han fallado todas las anteriores». El dilema está servido.


Existe una clara diferencia entre oriente y occidente a la hora de funcionar como una unidad social en estas circunstancias, donde se requieren comportamientos colectivos, y por tanto, en la propia evolución positiva de la pandemia. Parece que ellos decidieron combatirla y nosotros convivir con ella. El individualismo de masas genuínamente occidental -positivo para otras eventualidades- funciona como un verdadero obstáculo para consensuar y cumplir medidas. La proyección de la voluntad del individuo se impone constantemente a la de la comunidad en cualquier episodio de conflicto. Lo que paradójicamente provoca que el que se autolimita (o no requiere restricciones o imposiciones autoritarias) cada vez solicita medidas más drásticas por la actitud indolente de otros. La división y el enfrentamiento están servidos. Esperemos entre tanto despropósito político no acabar como nuestros vecinos italianos, donde comercios y ciudadanía se han abandonado ya a la desobediencia generalizada en cuanto a restricciones. Como reflejaba el título, tras casi un año de pandemia, los datos hablan por sí solos; seguimos anclados en el suspenso covictivo...

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