“No suelen manifestarse de manera consciente, pública o explícita, habitualmente se establecen y operan de modo encubierto y soterrado, desde la sombra”
OPINIÓN. El ademán espetao. Por Jorge Galán
Artista visual y enfermero
29/09/21. Opinión. El artista visual Jorge Galán escribe en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre las distancias sociales: “Su interés radica en que, precediendo a la acción social, se sitúan en un limbo fuera de lo moralmente consensuado. Su mediatización en el comportamiento habitualmente acarrea efectos perniciosos, pero no siempre se consideran socialmente reprobadas. Interfirieren en...
...innumerables aspectos de las relaciones entre las personas y acaban produciendo la desavenencia, la segregación, el distanciamiento y en ocasiones, hasta el aislamiento o la exclusión social, sin llegar a ser identificados claramente como comportamientos antisociales”.
Otras distancias sociales
La pandemia ha ampliado nuestro vocabulario con términos como “distancia social”. Todos tenemos una idea clara de su significado. No trataré aquí este sentido físico de distancia, sino el sociológico: la separación simbólica que experimentamos respecto a otras personas o grupos. Una distancia social que media en la posibilidad de identificarnos con otros ciudadanos y actuar en consecuencia.
En las sociedades existen numerosas pautas de comportamiento en las relaciones sociales de sus individuos. En su mayor parte atienden a premisas de carácter universal, comunes a muchas sociedades. Contribuyen a la cohesión social, favorecen la empatización con los demás y funcionan como lubricante en la convivencia evitando conflictos. Son dinámicas y permeables, las incorporamos educacionalmente en la crianza de los nuevos individuos, como una parte imprescindible para la capacitación de la vida en grupo.
Entre estos comportamientos sociales y los que conocemos como comportamientos antisociales, -que implican una perturbación de los primeros-, existe una serie de pautas que llamaré "distancias sociales", más cercanas a lo que conocemos como actitudes. Estas actitudes suelen quedar fuera de los convenionalismos sociales y antisociales, más bien es la ponderación de las mismas la que conduce a unos o a otros.
Su interés radica en que, precediendo a la acción social, se sitúan en un limbo fuera de lo moralmente consensuado. Su mediatización en el comportamiento habitualmente acarrea efectos perniciosos, pero no siempre se consideran socialmente reprobadas. Interfirieren en innumerables aspectos de las relaciones entre las personas y acaban produciendo la desavenencia, la segregación, el distanciamiento y en ocasiones, hasta el aislamiento o la exclusión social, sin llegar a ser identificados claramente como comportamientos antisociales.
No suelen manifestarse de manera consciente, pública o explícita, habitualmente se establecen y operan de modo encubierto y soterrado, desde la sombra. Son actitudes que el subconsciente colectivo evita, porque responden a un conflicto de interés que se establece entre individuo y sociedad. Se produce una pulsión a medio camino entre la represión y sublimación freudianas, pero desde una psique colectiva.
Más allá de plantear un estudio conductista, me resulta muy interesante el análisis de algunas de estas "distancias sociales", por habitar encrucijadas ajenas al convencionalismo moral, sobre las que no solemos establecer cuestionamiento alguno, cuando a veces representan un verdadero lastre en nuestra convivencia en sociedad.
Aunque podríamos hablar de muchas "distancias sociales" he incluido las tres que considero más extendidas, arraigadas y singulares respecto a otras sociedades de nuestro entorno. Son la normalización del nepotismo, el paternalismo y la infravaloración generalizada de lo público.
Normalización del nepotismo
No sería acertado calificar el nepotismo -una cuestión tan antigua como la civilización- como propio. Sin embargo, sí que hacemos excepcional su tolerancia, su normalización y su interiorización. Pocas sociedades nos igualan, alguna de nuestro entorno mediterráneo, como la italiana o la griega, obviando sistemas poco democráticos, donde de manera incuestionable, el nepotismo se muestra estrechamente ligado a cualquier forma de poder.
Nuestra particular relación con el favoritismo, el amiguismo o el favorecimiento a nuestros allegados se ha llegado a convertir en un derecho sujeto a exigencia que se despliega sin pudor. A pesar de que suele ser un elemento legislado y penado en determinadas circunstancias en sistemas democráticos, -también en el nuestro-, contemplamos asíduamente cómo siempre acaban aflorando casos de nepotismo por doquier, desde el entorno político, el entorno judicial o el laboral, no digamos en entornos mucho más reducidos e impermeables, menos públicos.
Nos hemos acostumbrado peligrosamente a su presencia, a tolerarlo, cada vez produce una menor denuncia o rechazo social, en ocasiones lo llegamos a valorar como algo inevitable; una suerte de capitulación social al defecto, una especie de contrabando instaurado del mérito, en el que no es negativo participar, es negativo participar y ser descubierto. En su manifiesto atentado al mérito, el favoritismo acaba horadando multitud de facetas de la vida social, pero especialmente la confianza en la meritocracia, la idea de justicia social y de equidad.
El paternalismo
Con el paternalismo ocurre algo parecido, en ocasiones aparece solapado al nepotismo, aunque es una actitud mucho más compleja. No siempre está considerado como un concepto inmoral o peyorativo, puesto que se presupone una intención benefactora. Existen ámbitos donde la actitud paternalista está normalizada y escasamente cuestionada, como el jurídico, la salud, la religión, etc.
La faceta del paternalismo más cuestionable en nuestra sociedad es la que, precisamente se despliega en su ámbito original; el familiar, el paterno-filial o el educacional, cuyo objeto es el vástago. Su problema es esencialmente práctico; supone una usurpación de la autonomía y pone de manifiesto que ciertas condiciones del que lo recibe puedan ser puestas en peligro por él mismo. En su expresión superlativa desplaza a los otros tipos posibles de paternalismos, ocupando su espacio.
Desarrollamos un paternalismo que irremediablemente suele acabar en superprotección. Ocasiona habitualmente una psicofactura manifiesta de individuos burbujas, impermeables a emociones ajenas, sustraídos de la capacidad empática, porque el cénit de su particular mundo -creado en petit comité- acaba en las propias emociones. En resumen, se termina sustrayendo la autonomía y la capacidad de resolver por sí mismo las vicisitudes que le traerá la vida, pero esa incapacidad, con el tiempo, se resolverá en desprecio e intransigencia hacia los demás.
La infravaloración generalizada de lo público
En la valoración de lo público nos enredamos en un problema conceptual, pero que se desarrolla en el plano práctico. La diferencia entre lo público y lo privado suele analizarse desde una perspectiva política. Sin embargo, ambos espacios tienen fundamentos psicológicos, sociales y culturales que son previos a ella. Ambos conceptos mantienen una interdependencia semántica compleja y polimórfica, que como sociedad tenemos tendencia a convertir en una simplificación grotesca de una disyunción excluyente y negativizada.
Lo que a priori puede resultar paradójico, esto es; que lo público pueda ser causa de distancia social, tiene su origen en la interpretación que hacemos colectivamente de su significado. Nuestro concepto de lo común, lo público, "lo que es de todos", se establece desde la negación de la otra parte; lo que no es privado, "lo que no es de nadie".
De esta forma, al convertirse en un "lo que no es privado" queda sustraido de sentido, de positividad, de razón de ser, de justificación de su existencia, se le sustrae nuestra relación de pertenencia, nuestra responsabilidad implícita.
El resultado es evidente; se cae reiteradamente en el descuido, el mal uso, el abuso y la infravaloración, quedando expuesto a nuestra relación de interés individual. Se activan entonces actitudes basadas en el aprovechamiento y la explotación de lo público fuera de lo reprobable y mucho más allá de lo necesario.
Podría poner innumerables ejemplos, desde el uso de los espacios, las instituciones, las prestaciones, los servicios públicos, etc. Me es imposible eludir una escena que jamás olvidaré. Haciendo turismo en Frankfurt, paseaba por un parque público, me llamó la atención un pequeño espacio vallado pero accesible, con un montón de juguetes: muñecos, peluches, pelotas, aros. Seguidamente una familia con dos niños se aproximó y entró a coger un par de juguetes, un triciclo y una pelota. Cuando terminaron se adentraron nuevamente en el vallado, dejaron los juguetes cuidadosamente y se marcharon.
Comprendí que esa escena no podría verla aquí. Sentí vergüenza.
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