Para que una cosa sea interesante, basta con mirarla mucho tiempo

OPINIÓN. Sin conclusiones. Por 
Antonio Álvarez de la Rosa
El escritor es un traductor

08/06/20. 
Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna en Santa Cruz de Tenerife Antonio Álvarez de la Rosa en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com nos habla sobre el neoliberalismo: “Cuarenta años de matraca propagandística que, en España y entre otros muchos perjuicios, ha servido para saquear las arcas públicas en provecho de unos cuantos...

...y ha dejado en las cunetas del Estado del bienestar a millones de personas, han quedado enmudecidos tras la pandemia del coronavirus. Con algo más de un par de meses transcurridos, la salmodia neoliberal ha hecho mutis por el foro y ni siquiera sus defensores políticos y apolíticos se han atrevido a mentarla”.

Cantos de sirena

Cuando empecé a calibrar el tonelaje reflexivo de la correspondencia de Gustave Flaubert, me topé con una pequeña y enjundiosa reflexión suya. En una carta, fechada el 16 de septiembre de 1845, o sea, a la tierna edad de sus 24 años, le espeta a Alfred Le Poittevin, uno de sus pocos grandes amigos, confidente y, por si fuera poco, tío de Maupassant, el escritor al que, mucho más adelante, Flaubert bautizó como “heredero”: “Para que una cosa sea interesante, basta con mirarla mucho tiempo”. Recuerdo que, en un primer momento, me pareció una suerte de boutade, casi una ocurrencia. Poco a poco, sin embargo, fui dándome cuenta de que ese consejo es lo que poetas, novelistas y científicos practican, si quieren descubrir algo nuevo. Y ya que hablo de poesía, ¿cuánto tiempo pasó, por ejemplo, Luis Feria mirando a uno de sus árboles preferidos para acabar escribiendo esta especie de haiku: “En el almendro en flor // ¿cuál es la mariposa”. (Cuchillo casi flor, ed. Pre-Textos, 1989).

Desde hace muchos años, procuro que caminar por las calles no tenga solo una finalidad práctica. Los rostros de mis conciudadanos, incluso medio ocultos como ahora, y toda suerte de carteles, anuncios, frases, inscripciones, avisos e tutti quanti, me sirven de escaparate en el que contemplar(me), tratar de sacar la nariz no solo por encima de la mascarilla y escuchar lo que no se oye. Mirar, pues, para ver algo distinto, para pre-ver antes de saber. Incluso enmascarillado es posible ir por las calles de la existencia sin las anteojeras de la caballería. Durante estos días de reaprendizaje social, de quietud forzada y, a ratos, gozosa, me he ido quitando la coraza del pesimismo de la inteligencia y me he probado la chaqueta del optimismo, dicho sea con perdón del gran Gramsci. No, por supuesto, el chaquetón del buenismo que, me temo, también puede ser sinónimo de miedo.

En el inventario provisional de lo que estamos viviendo, subrayo la condición social del ser humano. Más o menos desde la década de los ochenta, veníamos escuchando los cantos de sirena de los neoliberales, capitaneados por un presidente de los EEUU y por una Primera ministra de Gran Bretaña. A su rebufo, miles de políticos, profesores de Economía, financieros, empresarios, machacaban desde páginas, altavoces, aulas y cámaras aquello de “no hay sociedad”, “el Estado es el problema”, decenios dedicados a consagrar el interminable crecimiento económico como la salvación planetaria y demás lindezas que prometían a la grey ciudadana un nuevo contrato social: derechos e intereses para los individuos aislados y autónomos, pero no para los que se agruparan en defensa del bien social. Cuarenta años de matraca propagandística que, en España y entre otros muchos perjuicios, ha servido para saquear las arcas públicas en provecho de unos cuantos y ha dejado en las cunetas del Estado del bienestar a millones de personas, han quedado enmudecidos tras la pandemia del coronavirus. Con algo más de un par de meses transcurridos, la salmodia neoliberal ha hecho mutis por el foro y ni siquiera sus defensores políticos y apolíticos se han atrevido a mentarla.

Ojalá se refuerce la convicción de que necesitamos encontrarnos con los demás para comprobar que somos miembros de la “sociedad”, un ente corporativo que los poderes del mercado y de las finanzas han desprestigiado hasta límites totalitarios, como en los casos de Brasil y EEUU. No somos ni solo individuos, ni solo socios. Ambas condiciones nos enriquecen. De ahí que este planetario paréntesis haya vuelto a rehabilitar al Estado, es decir, a la representación y organización de la colectividad que somos.

¿Dónde están ahora todas aquellas ventajas de las privatizaciones fulminantes que prometían una prosperidad sin fin? ¿En qué búnker, también exclusivo, ha pasado el confinamiento la medicina privada? Frente a tanta calculada brutalidad del mercado, el Estado español y los restantes europeos, incluido el supra Estado con sede en Bruselas, han podido luchar y controlar la hecatombe sanitaria no solo utilizando los servicios públicos, sino abriendo el grifo de los gastos para paliar, en la medida de lo imposible, el paro masivo y la demasiada hambre. El ejemplo del señorito Boris Johnson, Primer ministro y discípulo de Margaret Tatcher, es paradigmático. Primero, deja al margen al Estado y lo confía todo a la responsabilidad individual y, segundo, regresa a la casilla social para evitar una auténtica escabechina sanitaria y social.

No sé si acabaremos colectivamente aprendiendo algo de esta crisis que nos llegó sin ser llamada. Me conformaría con que agrietásemos el tópico de la individualidad por encima de todo, de la privatización como maná salvador del mundo, y empezáramos a ver las ventajas de compartir, de ser cívicos, de apartar la vista de nuestro ombligo y a rechazar las desventajas del “ande yo caliente…”. Aquello de que “el mercado se regula solo” ha quedado arrumbado desde el primer asalto de este combate, justo cuando necesitábamos una mascarilla y el tal mercado y sus mercachifles nos la cobraban a precio de oro.

Puede leer aquí anteriores entregas de Antonio Álvarez de la Rosa:
- 21/05/20 Darse o no darse cuenta
- 07/05/20 La memoria de un maestro
- 23/04/20 Un virus trilateral
- 26/03/20 Retroevolución
- 12/03/20 Callejeando por los diccionarios
- 27/02/20 Vivir y morir en paz
- 24/02/20 Jean Daniel: la exigencia moral

- 13/02/20 La política de la mentira
- 30/01/20 Camus está donde siempre
- 16/01/20 Proust: la memoria de la novela