Quizá el secreto de este apartamiento de los viejos radique en que no queramos vernos en ese espejo que refleja el futuro de los más jóvenes. La aversión va mucho más allá de la estética imperante e, incluso, del complejo de Peter Pan y del egoísmo de no ocuparse de los demás

OPINIÓN. Sin conclusiones. Por 
Antonio Álvarez de la Rosa
El escritor es un traductor

15/09/20. 
Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna en Santa Cruz de Tenerife Antonio Álvarez de la Rosa en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com nos habla sobre la actitud de la sociedad ante las personas mayores: “La secular y mayoritaria admiración y respeto por la ancianidad han mutado en un generalizado utilitarismo y maltrato familiar,...

...social e institucional. La ética ha sido barrida por los beneficios financieros. En el epicentro del confinamiento, cuando escaseaban los ataúdes para enterrar a tantos miles de ancianos encerrados entre cuatro paredes ajenas, supimos que la inmensa mayoría de las residencias privadas en España pertenecen a grupos empresariales que cotizan en Bolsa”.

Los viejos al fresco

El hecho de leer en un periódico la tragedia gerontológica que se ha vivido y se está viviendo en España pone de punta los pelos morales. Cuando a uno le toca de cerca y conoce a la persona secuestrada en una residencia de ancianos, la indignación se enrabieta, porque, más allá de circunstancias económicas, lo sucedido en nuestro país –también en la Francia de primerísimo nivel- es la prueba macabra del desplome de los valores humanos.

La secular y mayoritaria admiración y respeto por la ancianidad han mutado en un generalizado utilitarismo y maltrato familiar, social e institucional. La ética ha sido barrida por los beneficios financieros. En el epicentro del confinamiento, cuando escaseaban los ataúdes para enterrar a tantos miles de ancianos encerrados entre cuatro paredes ajenas, supimos que la inmensa mayoría de las residencias privadas en España pertenecen a grupos empresariales que cotizan en Bolsa.

Lo había leído con anterioridad en el diario.es (27-X-2019): “La demanda se dispara y la inversión pública ni está ni se le espera. Una suma que suele tener idéntico resultado: la vía libre al negocio privado. Es lo que está ocurriendo con las residencias para mayores en España desde hace años, algo que se ha generalizado en la Sanidad pública tras los recortes”. Magnífico negocio, me decía, al recordar que somos el país con la tasa de esperanza de vida más alta del mundo, según la OCDE. Medio año después, el mismo diario.es (8-IV-2020) volvía a repicar con la misma alarma: “Grandes fondos de inversión y de capital riesgo, aseguradoras, constructoras y compañías participadas por grandes fortunas españolas copan el capital de las principales empresas del sector de las residencias de ancianos en España, un negocio de triste actualidad por la emergencia sanitaria del coronavirus”.

Los aldabonazos anti geriátricos vienen resonando en demasiados lugares de Europa desde hace unas cuantas décadas. Como siempre ocurre, los terremotos sociales tardan demasiado en ser percibidos por los sismógrafos colectivos. Lo único que asumimos con mucha rapidez y glotonería es la velocidad tecnológica. De ahí que recuerde ahora una noticia leída a comienzos de este siglo, una advertencia que ya radiografiaba la verdadera entraña de una sociedad. Procedía de Italia, país miembro del club de los más ricos, laboratorio político famoso por anticipar en sus retortas lo que, al poco, aparece en el nuestro. Sin embargo, la derecha, aquí, allá y hasta acullá, no ha cambiado desde los lejanos tiempos del neorrealismo, cuando las pantallas mostraban los entresijos de la pobreza tras la Segunda guerra mundial, los de una nación que sufría y se reía de sí misma. Y no cambian porque más allá de los datos macroeconómicos o de las cantidades del Producto Interior Bruto destinadas a tal o cual finalidad, algunas decisiones políticas revelaban, antes como ahora, la auténtica epidermis de los gobiernos. Girolamo Serchia, por aquel entonces ministro de Sanidad de uno de los tantos gobiernos de un Berlusconi depredador de la democracia, alumbró una de esas ocurrencias que desnudan lo que ocultan las estadísticas y demás números presupuestarios, una de esas patochadas que ponen al descubierto algunos de los valores escondidos bajo la retórica al uso. El ministro recordó dos cosas: el año anterior, o sea, en el 2003 y solo en Génova, habían muerto 845 ancianos a causa del calor tórrido. Ante esa eventualidad, el político decidió utilizar los supermercados y multicines. En cuanto comenzaran a apretar las temperaturas y para que disfrutaran del bienestar merecido tras una larga vida de trabajo y de dedicación a Italia, los mayores de 65 años serían recogidos en sus domicilios y depositados en ambos espacios ciudadanos, siempre que dispusieran de aire acondicionado. Con la fresca, regresarían a casa y ¡hasta mañana! Para que no le tildaran de lunático, el ministro se apresuró a señalar que esta idea ya había sido puesta en práctica en otro país que, como todos sabemos, se destaca por la miseria pública en protección social: “Trasladar a los más frágiles -¡qué maestros del eufemismo!- a zonas refrigeradas es una fórmula ya ensayada en Estados Unidos”, argumentó. Además de darle a su bufonada el respaldo del modelo norteamericano, el pragmático Serchia reconoció que Italia no era un país rico, porque “no podemos permitirnos mantener durante tres meses estructuras climatizadas especialmente para tal fin”.

Uno ya no se asombra, porque todo forma parte –lo sepamos o no- de nuestra condición humana, capaz de albergar la actitud más sublime o la mentecatez más profunda. Sin embargo, lo que sí le puede ocurrir al ciudadano que tenga abiertos los ojos y los oídos mentales es que dé un respingo de sorpresa al toparse con una noticia como esta que comento, tan lejana y tan cercana. Tras lo grotesco del asunto y como bálsamo mental, me imaginaba a los viejos de las ciudades sentados, paciente y disciplinadamente, en los pasillos de un centro comercial o en las butacas de un cine. Puestos a construir el guión de esta patochada política, me preocupaba el desarrollo de los acontecimientos. Con preocupación, veía al anciano diabético junto a los botes de mermelada, al colesteroso llegándole el tufillo de los salchichones, al lumbálgico harto de estar sentado en una butaca y tragándose películas durante horas. Eso sí, todos al fresco. El juego de palabras, entonces, se pone a tiro. No solo porque hablemos de políticos frescos, en la acepción de “personas de pocos escrúpulos o miramientos”, sino porque la verdadera situación de los ancianos se las traía y trae “al fresco”. Más allá de la estadística mortuoria, nada les importan las razones de esta disparatada solución ni de convertir a los ancianos en moneda de cambio.

Quizá el secreto de este apartamiento de los viejos radique en que no queramos vernos en ese espejo que refleja el futuro de los más jóvenes. La aversión va mucho más allá de la estética imperante e, incluso, del complejo de Peter Pan y del egoísmo de no ocuparse de los demás. Por cierto, en los cada vez más caóticos Estados Unidos algunos políticos conservadores sugieren “sacrificar a los débiles” –otro eufemismo para no hablar de viejos- y conseguir relanzar la economía. Invito al lector a que recuerde granujadas políticas, similares y cercanas, y actúe en consecuencia.

Puede leer aquí anteriores entregas de Antonio Álvarez de la Rosa:
- 02/07/20 Microantología de nuestra estupidez
- 18/06/20 Escuchar
- 08/06/20 Cantos de sirena
- 21/05/20 Darse o no darse cuenta
- 07/05/20 La memoria de un maestro
- 23/04/20 Un virus trilateral
- 26/03/20 Retroevolución
- 12/03/20 Callejeando por los diccionarios
- 27/02/20 Vivir y morir en paz
- 24/02/20 Jean Daniel: la exigencia moral

- 13/02/20 La política de la mentira
- 30/01/20 Camus está donde siempre
- 16/01/20 Proust: la memoria de la novela