“Cientos de alumnos de Enseñanza Secundaria realizaron sus viajes de fin de curso a Mallorca porque ya no podían retrasar más su vuelta a la normalidad de la discoteca y el alcohol”
OPINIÓN. Sin conclusiones. Por Antonio Álvarez
El escritor es un traductor15/07/21. Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el megabrote de Mallorca y la actuación de los profesores durante el curso escolar, que “han custodiado sanitaria y civilizadamente a los alumnos para que no hubiera ningún brote pandémico en los centros. Lo lograron,...
...además, siendo respetados por los jóvenes. Por el contrario, en cuanto acabaron las clases y pasaron el testigo de la custodia sensata al ámbito familiar, han salido a luz los rotos y descosidos de tanta madre y tanto padre irresponsables y adoradores de una engañosa y hueca libertad”.
Profesores responsables
Uno procura estar informado de lo que ocurre en su entorno social a través del periodismo escrito -sobre todo, si está bien escrito-, de reportajes, artículos y ensayos. Me interesa no lo que refleja la marejadilla de la actualidad, sino las corrientes profundas, las que no vemos, pero acaban empapándonos a todos. Al leer, es fácil pararse, rebobinar la lectura y exclamar, en voz baja y sin soberbia: ¡Eureka! Eso fue lo que me ocurrió días atrás a propósito de un despropósito temerario. Cientos de alumnos de Enseñanza Secundaria realizaron sus viajes de fin de curso a Mallorca porque ya no podían retrasar más su vuelta a la normalidad de la discoteca y el alcohol. Tras leer el titular informativo y poco más, levanté la vista y me autocritiqué con sonrojo, porque, de entrada, había supuesto que los tales viajes estaban organizados y, por consiguiente, tutelados por los responsables de los centros educativos. Aclarado de inmediato mi error, me estampé contra la realidad que sospechaba, pero de la que no tenía constancia colectiva e inequívoca: las madres y los padres de esos jóvenes llevaban más de un año sin enterarse de la heroicidad del conjunto de profesores de Primaria y Secundaria de España. Vivimos sacudidos sin piedad por el torbellino periodístico, atrapados en un trasmallo informativo que arrastra todo por igual y casi nunca retiene las noticias de gran calado, aquellas que, positivadas por cada uno en su líquido crítico, son capaces de revelarnos los fondos en los que, de verdad, vivimos. Por esos mismos días, Andreas Schleicher, director de Educación de la OCDE, opinaba en El País (18-VI-2021) sobre la gran diferencia observada en la duración de los cierres escolares con motivo de la pandemia, incluso en los países desarrollados: “El caso de España ha sido muy impresionante. Cuando se produjo el cierre escolar, el país fue también muy rápido a la hora de establecer una alternativa digital. Las autoridades lo han hecho bien”.
O sea y para entendernos, en los miles de centros educativos de España, sin mayores alharacas informativas, sin bullas tertulianas que se dieran por aludidas ni apertura de telediarios como los vistos tras la muerte de Rafaela Carrà, los profesores habían conseguido que cientos de miles de niños y jóvenes asimilaran a la perfección el terrible riesgo sanitario que todos corríamos, si no cumplíamos unas determinadas normas de conducta. ¡Chapeau, pues, para los docentes españoles! Sin embargo, parte de la otra parte educativa, esa que solo está interesada en que sus vástagos aprueben con la nota de corte requerida para las mejores aventuras universitarias, esa que clama por la libertad de sus hijos, sigue sin enterarse de que el mundo entero está atenazado, angustiado por un bichito que se nos ha colado por todas partes, salvo por una en el caso de estos progenitores: la inteligencia y sensibilidad de vivir junto a los demás. Mientras tanto y a lo largo de todo un curso académico, los profesores -empleados del Estado despreciados, incluso agredidos, al menos desde la época de Esperanza Aguirre- han custodiado sanitaria y civilizadamente a los alumnos para que no hubiera ningún brote pandémico en los centros. Lo lograron, además, siendo respetados por los jóvenes. Por el contrario, en cuanto acabaron las clases y pasaron el testigo de la custodia sensata al ámbito familiar, han salido a luz los rotos y descosidos de tanta madre y tanto padre irresponsables y adoradores de una engañosa y hueca libertad.
En la ingenua esperanza de que el largo tránsito impuesto por el virus de la Covid nos enseñara a cambiar algunas de nuestras prácticas individuales y sociales, algunos tardamos un poco más en darnos cuenta de lo evidente: el ser humano, como colectividad es el mismo de siempre, porque el de ayer es el mismo que el de hoy menos las circunstancias actuales. Mientras idolatremos las lentejuelas del progreso -concepto peliagudo como pocos-, mientras el ombligo de la irresponsabilidad individual y, por consiguiente, social sea nuestro centro de gravedad, tardaremos demasiado en equilibrar los derechos y los deberes propios de la vida en comunidad.
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