Como debe serlo un buen narrador, Francisco Silvera es capaz de evocarte lo que no has vivido, de pasearte por donde no has estado, de reconocerte en una infancia que no has vivido

OPINIÓN. Sin conclusiones. Por 
Antonio Álvarez
El escritor es un traductor

20/01/22. 
Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el Libro de los silencios, de Francisco Silvera: “El poder mágico de la literatura, como en el caso de este libro, es hacernos andar por caminos, conseguir que veas y que nombres árboles, plantas, hierbas,...

...labores que, en el mejor de los casos, has visto de lejos, vivir, insisto, la nostalgia de lo que no has vivido. ¡Ahí es nada en estos tiempos estancados!”.

Cuaderno de apuntes: Suspendido en los silencios

En la selva se los libros editados, como en la del Amazonas, o cuentas con guías expertos o acabas perdiéndote por caminos muy publicitados, pero que no llevan a ningún sitio, al menos a ninguno que interese a tu apetito lector. En la última Feria del Libro celebrada en Málaga el azar y la necesidad convergieron en la sugerencia que me hizo un editor. “No te pierdas esta obra, ya te acordarás de mí”. Le hice caso, arriesgando incluso que se equivocara y disminuyera mi confianza en su varita de zahorí bibliográfico. A los pocos días, le agradecí el regalo de su descubrimiento. Acababa de sentir la maravillosa y excepcional experiencia de no querer que se acabe el libro que tenía entre manos, el deseo de que sus páginas se multiplicaran conforme veía, de reojo, la proximidad de su final. “Reloj, detén tu camino”, cantaba Lucho Gatica, eco del eco de “Ô temps! Suspends ton vol” del romántico Lamartine, o sea, el vano deseo humano de que el tiempo suspenda su vuelo y alargue las horas dichosas. En este caso, que consiguiera prolongar mi estancia entre las líneas del Libro de los silencios, de Francisco Silvera (EDA libros, 2018). Abro el volumen y en el valle formado entre las páginas 10 y 11 me siento bajo el fresco amparo de “la higuera pelada (que) se calienta lánguida al sol”, estampa idílica donde las haya. Al poco, pasa por allí Lorenzo, amigo del narrador, campesino que habita la Huerta del Sordo, habla desde el silencioso campo semántico de las palabras y me permite acompañarle en sus recorridos cotidianos sin salir de mi casa malagsueña (Magia de la literatura, por cierto, en este tiempo de confines confinados y poco convividos). Tras centenar y medio de páginas de prosa limpia, precisa, esencial, rica y musical, he regresado de ese viaje al mismo “campamento base” para seguir comprobando que “un aroma dulce, sencillo, una fragancia de sueño velado, de savia lechosa y afrutada, deambula por los nervios de la cúpula invertida que semeja la higuera” (p. 148).



Como debe serlo un buen narrador, Francisco Silvera es capaz de evocarte lo que no has vivido, de pasearte por donde no has estado, de reconocerte en una infancia que no has vivido. En este breve apunte tengo que frenar mi bulimia de citas invitadoras, de párrafos, expresiones, detalles que parecen nimios, pero que, como siempre ocurre, son los que acaban componiendo el tapiz de lo contado. No obstante, no me resisto a recomendar -cada lector tiene sus puntos de anclaje- la lectura de uno de los episodios, el titulado “Una mujer”. En dos páginas, una aventura sentimental en la que nada ocurre y ocurren muchas cosas. “La mañana es toda pájaros, torrenteras de piullidos inundan los valles, los breñales, los collados y las huertas. Entre tanto chirriar clama un perro lejano, y confundido con el aúllo se oye escalar un coche”. Lorenzo ha de bajar al pueblo para acudir a la consulta del médico y aprovecha el transporte que le ofrece una profesora del Instituto cercano. Al final del trayectp, cuando se baja del coche y echa a andar, se pregunta “¿A qué he venido yo al pueblo?”.

Suspendido en esos silencios, este libro me confirmó aquello que, me parece, dijo Lobo Antunes, el gran novelista portugués, algo así como “lo universal es lo local menos los muros”. El poder mágico de la literatura, como en el caso de este libro, es hacernos andar por caminos, conseguir que veas y que nombres árboles, plantas, hierbas, labores que, en el mejor de los casos, has visto de lejos, vivir, insisto, la nostalgia de lo que no has vivido. ¡Ahí es nada en estos tiempos estancados!

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