Entre todos los tesoros que nos regalan los clásicos -desde Homero hasta, digamos, Flaubert- está el de aclararnos la actualidad de nuestro día a día

OPINIÓN. Sin conclusiones. Por 
Antonio Álvarez
El escritor es un traductor

17/02/22. 
Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre política y literatura: “Nada hay en lo sucedido ayer y en lo que nos ocurra hoy o mañana que no haya sido tratado por la literatura o por los pensadores ya desde hace cientos o miles de años...

...Podríamos abrir el noticiario de cualquier televisión del mundo con una reflexión o con unos versos procedentes de ese inventario y daría la impresión de que ellos ya escribieron sobre lo que acaba de suceder”.

El discurso de siempre

Entre todos los tesoros que nos regalan los clásicos -desde Homero hasta, digamos, Flaubert- está el de aclararnos la actualidad de nuestro día a día. En esencia, nada hay en lo sucedido ayer y en lo que nos ocurra hoy o mañana que no haya sido tratado por la literatura o por los pensadores ya desde hace cientos o miles de años. Podríamos abrir el noticiario de cualquier televisión del mundo con una reflexión o con unos versos procedentes de ese inventario y daría la impresión de que ellos ya escribieron sobre lo que acaba de suceder. En estas dos últimas semanas y como una forma de respirar por encima del esmog electoral de nuestras queridas Castilla y León, me daba por recordar y comparar lo que mi amigo Gustave Flaubert había dejado escrito, para la eternidad de la literatura, en una de las más bellas escenas de Madame Bovary, la novela que publicó en 1857, o sea, hace 165 años. (Tardó, por cierto, cinco meses en escribir el capítulo de los Comicios agrícolas, el VIII de la 2ª parte, unas 25 páginas en total. Nada extraño, por cierto, para quien haya saboreado la precisión de su escritura).


La descripción, afirma Flaubert en una carta a George Sand, siempre es una forma de venganza. De ahí que en este caso contemplemos, desde la visión del novelista y su tierna ironía, un panorama costumbrista, pintoresco, el retrato de lo que hoy llamaríamos una Feria de ganado a la que asisten, además de unos doscientos campesinos, un grupo de burgueses ricos y el consiguiente cortejo de cargos políticos y representantes de diferentes profesiones. En esa escena polifónica se entrecruzan los requilorios seductores del futuro amante de Emma, la farfolla de los discursos oficiales y los mugidos de las vacas, toda una enciclopedia de estupideces, lugares comunes, falsas monedas individuales o sociales, tópicos que revelan el desprecio hacia los humildes, la hipocresía o la mentira, un discurso sobre el poder que muestra la lozanía de esta novela. Por ejemplo, el triunfalismo de siempre que anuncia una nueva era de prosperidad para el pueblo tras las penas y pesares del pasado…


Pero señores- proseguía el Consejero-, si aparto de mi memoria tan sombrías escenas y dirijo la mirada hacia la situación actual de nuestra hermosa patria, ¿qué veo? El comercio y las artes floreciendo por doquier; por doquier, nuevas vías de comunicación, como arterias nuevas en el cuerpo del Estado para establecer nuevas relaciones; nuestros grandes centros manufactureros han recuperado su actividad (…), la confianza que renace y Francia que, por fin, respira…”.

Si a este párrafo le quitamos la hojarasca retórica del tiempo -cada época tiene la suya- y la reemplazamos por el lenguaje del consulting (lo de consultoría parece viejuno): performance, eficacia, productividad, impacto, implemento…, podríamos llegar a una conclusión que, me parece, abarataría las consultas electorales, pues no harían falta tantos asesores de comunicación ni a la derecha ni a la izquierda de nuestro panorama partidista (Al de la ultraderecha le sale gratis, porque solo insulta y trata de detener el reloj de la historia). El párrafo citado, que invito a releer, no solo es ficción, es, también, la prueba de que al poder no lo salen ni canas, porque siempre ha lucido sus mejores melenas de león rampante. Haciendo un poquito de memoria, recuerdo cómo en la reciente crisis, se hablaba, por poner unos pocos ejemplos, de “crecimiento negativo” en vez de emplear directamente el término decrecimiento. O la expresión “desaceleración de la economía”, como indica Álex Grijelmo (La seducción de las palabras, Taurus, 2000) que “puede embaucar al destinatario hasta hacerle pensar que la economía llevaba una marcha positiva muy acelerada, y que por eso no importa que pierda velocidad”. ¡Qué sarcasmo, en este caso el de la derecha, para hablar de “devaluación competitiva de salarios”! Un doble golpe maestro del discurso de siempre. En el caso español, ¡niega la reducción de los mismos e impide incluso la subida del salario mínimo! Y así ad nauseam

Puede leer aquí anteriores artículos de Antonio Álvarez de la Rosa