“Tras la hecatombe económica generada por la Segunda Guerra mundial, al menos en Europa y en los EEUU de América los grandes motores de la prosperidad colectiva fueron la reducción de la desigualdad y la inversión educativa”
OPINIÓN. Sin conclusiones. Por Antonio Álvarez
El escritor es un traductor
01/06/23. Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre las desigualdades: “Las desigualdades en el mundo entero provocan un estruendo silenciado. Nada nuevo en la historia de la humanidad. Sorprende, sin embargo, que en nuestra blogoesfera de la instantaneidad,...
...cuando todos creemos estar al tanto de todo, la desigualdad, como la carcoma, siga siendo el gran topo roedor de nuestras sociedades. Solo lo escuchamos cuando se nos agrieta el suelo de la convivencia”.
Apuntes sobre la desigualdad
Las desigualdades en el mundo entero provocan un estruendo silenciado. Nada nuevo en la historia de la humanidad. Sorprende, sin embargo, que en nuestra blogoesfera de la instantaneidad, cuando todos creemos estar al tanto de todo, la desigualdad, como la carcoma, siga siendo el gran topo roedor de nuestras sociedades. Solo lo escuchamos cuando se nos agrieta el suelo de la convivencia. De ahí que me parezca oportuno hermanar dos sonares reflexivos que nos ayuden a detectar y, por consiguiente, a recordar que, por ejemplo, tras la hecatombe económica generada por la Segunda Guerra mundial, al menos en Europa y en los EEUU de América los grandes motores de la prosperidad colectiva fueron la reducción de la desigualdad y la inversión educativa.
El primer texto es de Victor Hugo, fue escrito en 1846 y permanece inédito en español. Forma parte de un enorme mosaico de textos que, como tal, el escritor francés no vio publicado y que encierra fragmentos de notas sueltas, diario íntimo, testimonios, aforismos, discursos, incluso profecías geniales como: “El egoísmo es una isla. Dicho esto, acabo de escribir la historia de Inglaterra”. En francés existe una magnífica edición, titulada Choses vues (Cosas vistas), Gallimard, 2002:
“Ayer, 22 de febrero, me dirigía a la Cámara de los Pares. Por la calle Tournon vi venir a un hombre escoltado por dos soldados. Era un hombre rubio, pálido, delgado, huraño, de unos treinta años, el pantalón de tela muy gruesa, los pies desollados dentro de unos zuecos y unas sangrientas vendas alrededor de los tobillos que hacían las veces de calcetines; una camisa corta, manchada de barro por la espalda, señal de que, normalmente, se acostaba en el suelo; la cabeza descubierta y con los pelos erizados. Llevaba un pan bajo el brazo. A su alrededor, el pueblo comentaba que había robado ese pan y que por eso se lo llevaban. Al pasar por delante del cuartel de la policía, uno de los soldados entra y el hombre permanece en la puerta, custodiado por el otro soldado.
Un coche se había detenido ante la puerta del cuartel. Se trataba de una berlina blasonada, con los faroles rematados por una corona ducal, tirada por dos caballos grises y con dos lacayos en polainas situados en la parte de atrás. La mirada del hombre, fija sobre ese coche, atrajo la mía. En él iba una mujer tocada con un sombrero rosa, con un traje de terciopelo negro, fresca, blanca, hermosa, resplandeciente, riendo y jugando con un encantador niño de dieciséis meses, oculto bajo las cintas, encajes y pieles.
Esa mujer no veía al hombre terrible que la miraba.
Me quedé pensativo.
Para mí ese hombre había dejado de ser un hombre, era el espectro de la miseria, era la aparición, deforme, lúgubre, a plena luz del día, a pleno sol, de una revolución aún sumida en las tinieblas, pero cercana. Antaño, el pobre se codeaba con el rico, el espectro se encontraba con la gloria, pero no se miraban. Pasaban de largo. De esa forma, la cosa podía durar mucho tiempo. Sin embargo, en cuanto ese hombre se da cuenta de que esa mujer existe y esa mujer no se da cuenta de que el hombre está ahí, la catástrofe es inevitable”.
El segundo texto es de Manuel Álvarez de la Rosa, catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social. Forma parte de “Caminos de la igualdad”, o sea, del capítulo I de El valor de la igualdad y el Derecho del Trabajo, publicado por la editorial Comares en 2020:
“La igualdad, por de pronto, es un elemento constitutivo de la sociabilidad humana formada por individuos con identidades propias, diferentes entre sí y con proyectos y desarrollos vitales también diversos. Será en el seno de la sociedad cuando surge el principio moral de la igualdad no como hecho sino como prescripción, precepto o norma[1]. El alcance del valor moral de la igualdad cuando deviene norma jurídica habrá de afrontar dos aspectos sustanciales: tutelar las diferencias entre individuos para que una identidad no sea jurídicamente superior a otra y reducir o eliminar las desigualdades de carácter externas al individuo, de naturaleza económica o social, que impidan, menoscaben o limiten el desarrollo de una vida digna.
Es cierto también que las desigualdades socioeconómicas no dejan de crecer y la opinión pública tiene de ellas una cumplida información. Ante esta evidencia, la paradoja resulta llamativa y se relaciona con una cuestión central: en los sistemas democráticos se conocen las desigualdades, pero a veces se eligen opciones electorales que rebajan la justicia social o, incluso, aceptan que las medidas en pro de un mejor reparto de las oportunidades y de la riqueza no funcionen o funcionen mal. No cabe duda que hay un hondo problema de educación en valores referidos a la dignidad humana. Para no continuar por este camino que conduce a reflexiones de filosofía política, de ética, quizás sea conveniente dejar al menos constancia de una idea: para no ser actores y cómplices de las desigualdades no parece que exista otro camino mejor que “inscribir la lucha contra las desigualdades en una lucha colectiva, en un problema público”.
Las reflexiones sobre la igualdad deben servir para moverse con criterio en los debates presentes en las sociedades contemporáneas más avanzadas. Debates que van del alcance de los servicios sanitarios a los programas de inserción; de la educación pública a la formación profesional; de las condiciones de trabajo a los modelos de contratación o a la extinción de las relaciones laborales; del trabajo a la vida personal; de la intimidad a la libertad de expresión. Todos ellos y tantos más no dejan al margen, antes al contrario, la presencia de la igualdad en su siempre doble expresión o vertiente: la igualdad en relación con la responsabilidad personal de nuestros actos y aquella relacionada con la tarea colectiva que radica en los poderes públicos y justifica su intervención tanto para protegerla como para que la vida de cada cual no se vea lastrada por su propia situación económica, raza, género u orientación sexual o situación de dependencia”.
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