“Al menos yo, quiero –exijo– ser miembro activo de una sociedad comprometida e inmersa en un territorio que abarca todo el mundo conocido”
OPINIÓN. Cuarta Cultura. Por Ramón Burgos
Periodista
01/06/20. Opinión. El periodista Ramón Burgos comienza su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo donde habla de la solidaridad y el desarrollo común: “Justicia para un hábitat con realidades comunes duraderas y no parches de “pan, circo y toros”: comunicaciones perdurables, inversiones plurales, coordinación en las acciones de desarrollo, posicionamiento cultural compartido,...
...rechazo a las decisiones unilaterales y no democráticas, puesta en valor de todo aquello que nos es propio, organización de la convivencia real que evite diferencias inadmisibles, y, así un largo, pero concreto, etcétera de cuestiones pendientes que no se pueden retrasar más”.
Cuarta Cultura
Meses atrás, iniciaba un discurso sobre mi empecinamiento en mantener que la mal denominada “Utopía para la solidaridad y el desarrollo común”, también llamada por mí “Cuarta Cultura”, no sólo es deseable, sino que, abandonados los egocentrismos, puede ser una realidad más que cercana.
En el “totum revolutum de maximización de ganancias” que estamos viviendo desde hace ya demasiadas fechas, sin que existan acciones coordinadas al respecto para encontrar las soluciones necesarias e inmediatas, sigo observando la presencia de ese mal espíritu que nos persigue: la confianza ciega en el advenimiento divino, sin intervención terrenal alguna.
Me habéis oído decir que necesitamos más líderes que antepongan los intereses generales a cualquier directriz partidista, avanzando, sin desmayo, en los objetivos acordes con los tiempos que vivimos.
Pero estos “conductores de personas e ideas” a los que me refiero no soñéis que han de venir de tierras lejanas; estoy seguro que ya están aquí.
Somos todos nosotros, tanto en cuanto entendamos que es el tiempo de la reunión, el tiempo de la conciliación, evitando así que sigamos en la indefinición constante de observadores impenitentes, de protestones sin ton ni son; siempre a la espera de que otros resuelvan nuestros problemas.
Creo, sinceramente, que ha llegado el día de plantarse y dar un paso al frente, dejando atrás las reuniones particulares y los conciliábulos de intereses personales –los que, entre otras cuestiones, nos han llevado a un enfrentamiento inútil con diferentes zonas de nuestro país–.
Por ejemplo, y entre otras cuestiones, la necesidad de “recuperar el derecho a la ciudad”, algo que entiendo imprescindible para que este asentamiento en el que hoy vivimos, con las virtudes y defectos propios, pueda ser –y ya lo fue en tiempos pasados– el revulsivo que necesitamos todos para seguir avanzando en paz y concordia.
Justicia para un hábitat con realidades comunes duraderas y no parches de “pan, circo y toros”: comunicaciones perdurables, inversiones plurales, coordinación en las acciones de desarrollo, posicionamiento cultural compartido, rechazo a las decisiones unilaterales y no democráticas, puesta en valor de todo aquello que nos es propio, organización de la convivencia real que evite diferencias inadmisibles, y, así un largo, pero concreto, etcétera de cuestiones pendientes que no se pueden retrasar más.
Al menos yo, quiero –exijo– ser miembro activo de una sociedad comprometida e inmersa en un territorio que abarca todo el mundo conocido, porque considero que es posible y deseable alcanzar la unidad para el desarrollo igualitario: el imprescindible esfuerzo común que, estoy seguro, va más allá de cualquier experiencia anterior, y que evitará que nos consumamos en inútiles discusiones de patio de vecinos que nunca se acomodan a las leyes o a la razón.