“Las “tribus”, a día de hoy, me parecen –y me han parecido siempre– la forma más inadecuada que existe de socialización e incardinación en la realidad en la que vivimos y a la que nos debemos”
OPINIÓN. Cuarta cultura. Por Ramón Burgos
Periodista14/12/20. Opinión. El periodista Ramón Burgos escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre los grupos que hacen presión para beneficio propio: “Sean del tipo que sean –políticas, religiosas, sin o con ánimo de lucro, etc.–, tienen en sí mismas el estigma mal entendido de lo particular, que roza lo anti-democrático o, en el peor de los casos, se lo salta a la torera. La conservación de las tradiciones...
...no justifica, en ningún caso, el aislamiento del bien común en beneficio, siempre, de ventajas particulares”.
“Tribus”
Con la solicitud de disculpas y perdón para sus componentes, las “tribus”, a día de hoy, me parecen –y me han parecido siempre– la forma más inadecuada que existe de socialización e incardinación en la realidad en la que vivimos y a la que nos debemos.
Sean del tipo que sean –políticas, religiosas, sin o con ánimo de lucro, etc.–, tienen en sí mismas el estigma mal entendido de lo particular, que roza lo anti-democrático o, en el peor de los casos, se lo salta a la torera. La conservación de las tradiciones no justifica, en ningún caso, el aislamiento del bien común en beneficio, siempre, de ventajas particulares.
A estas alturas, cuando escuchamos casi a diariamente los términos “dignidad” e “independencia”, es increíble que aún no hayamos encajado el puzle de la globalidad, aquello por lo que tantos y tantos han entregado sus vidas y haciendas.
Es difícilmente creíble que, por ejemplo y de manera regular, sigamos anteponiendo las cuotas políticas por encima de la valía de las personas. Y si esta afirmación os provoca alguna duda, os digo, de antemano con toda decisión y acción, que pongo mi nombre en todas las listas de verdadera lucha contra la discriminación, la violencia y la desigualdad de cualquier tipo.
Mantengo una vez más –aún a riesgo de ser tachado como repetitivo–, que la libertad individual, e incluso la colectiva, empiezan y acaban donde no hay egoísmo ni egocentrismo, amén de otras virtudes ciudadanas, y no tan ciudadanas, que han de adornarnos en nuestras labores y en nuestro descanso.
Y sin que podamos permitirnos vacilación alguna en el aludido compromiso, no perdamos tampoco el sentido de “comunión”, porque lo grave, aunque sí lo sea, no es vender a nuestro hermano por un puñado de monedas… Lo más grave es que esta deleznable actitud lleve intrínseca la marca del desprecio.
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