“En nuestra cultura latina la barra está indisolublemente unida a la taberna, la cantina, el bochinche, incluso a los bares de alterne. Al vino, la cerveza, las tapas y, también al vaso largo”
OPINIÓN. Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA
22/06/20. Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres Bernier, comienza su nuevo espacio de colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un texto donde habla de la barra de los bares: “La barra, en sus tres versiones, de pie, acodado y en taburete, según el estado de embriaguez y la edad, es un lugar de encuentro,...
...previsto o espontáneo, de charla, de disputa, incluso de meditación en el que interviene, junto a uno mismo, amigos, clientes del bar y, sobre todo, la figura central y de difícil desempeño: el camarero, capaz de no perder el hilo de varias conversaciones a la vez a la par que servir las comandas”.
Alabanza y defensa de la barra
He de reconocer que la barra de los bares y demás lugares de consumo de bebidas y comidas forma parte de mi hábitat social, tanto como el cuarto de baño del doméstico. Y he de lamentar que desde hace tiempo vengan sucediéndose atentados, agresiones, desprecios y ahora violencia legal sobre esta sacra institución, patrimonio material e inmaterial de mi humanidad.
La barra, en sus tres versiones, de pie, acodado y en taburete, según el estado de embriaguez y la edad, es un lugar de encuentro, previsto o espontáneo, de charla, de disputa, incluso de meditación en el que interviene, junto a uno mismo, amigos, clientes del bar y, sobre todo, la figura central y de difícil desempeño: el camarero, capaz de no perder el hilo de varias conversaciones a la vez a la par que servir las comandas.
En nuestra cultura latina la barra está indisolublemente unida a la taberna, la cantina, el bochinche, incluso a los bares de alterne. Al vino, la cerveza, las tapas y, también al vaso largo. Las mesas están reservadas para las parejas, familias y las comidas. Son más serias, pero menos trascendentales y divertidas.
El primer atentado de calado vino, como no, de los barbaros del norte como diría, mi llorado Luis Racionero, y no me refiero al norte próximo, que se defiende bien desde sus "pub" y "bistrot", sino al de ese otro imperio que ha logrado pasar de la barbarie a la decadencia sin haber llegado nunca al esplendor (sic. Racionero). Los culpables de habernos llenado las calles de grandes salones de hamburguesas y centros comerciales con expendedores de comidas étnicas y lugares centrales para sentarse a comer, lo más incómodos posibles para que haya mayores rotaciones. Lo malo es que su imperial influencia ha invadido todos los centros turísticos que le son tributarios. En Puerto Vallarta, Jalisco, de donde es el Tequila y las Cantinas más tradicionales, al entrar en cualquier establecimiento "típico" se encuentra uno con una barra de notorias dimensiones llena de bandejas y una legión de meseros y garroteros que la ocupan e inmediatamente preguntan, en inglés por supuesto aunque seas negro zahino, ¿Donde quiere sentarse el señor?. Sin entender que el señor quiere barra y pegar la hebra con potenciales compañeros de copas y camareros de sabiduría encastrada por la experiencia.
He de confesar que he conocido a multitudes de personas muy interesantes en la infinidad de barras que he recorrido, dentro y fuera del país, y que entre mis mejores amigos se encuentran muchos camareros y dueños de bares, relaciones que han germinado entre horas y horas de barra.
Pero por si no hubiese ya agresiones a la barra con los "nuevos modos de vida", ahora en la época de la pandemia, hasta el propio gobierno que nos arrojó en su día fuera de los bares, en la desescalada nos impide por orden ministerial apesebrarnos en nuestras barras queridas sin razón alguna que podamos comprender. Entendemos que haya que guardar la distancia social, algo que puede cumplirse en las barras de dimensiones generosas, pero se me hace difícil comprender por qué podemos hacinarnos alrededor de una mesa hasta diez personas y no podemos gozar de una tapa y una cervecita en la barra, aunque sea con escafandra.
Pero mucho me temo que haya un designo demoniaco de acabar con las barras, que el "gran hermano" termine considerándolas subversivas, lugares de contubernios y de posibles conciliábulos revolucionarios, o, dicho de otro modo, lugares de lesa humanidad. Si eso ocurriera, no lo duden, pasaré a la clandestinidad y montaré un mueble bar con taburetes en mi casa, como los de los años cincuenta, donde practicaré el onanismo tabernario, aunque sea en vasos esmerilados de colorines, que tan de moda estuvieron en su época.