“La verdad es que el mayor peligro de la democracia es su deslegitimación por parte de los votantes. Es eso sobre todo lo que debe de preocuparnos y por tanto, por el ideal que representa, corregirla y perfeccionarla”
OPINIÓN. Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA29/10/20. Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la democracia: “Es corriente considerar la democracia como el menos malo de los gobiernos, y ha llevado a este juicio las perversiones y limitaciones que se han ido produciendo en...
...los países democráticos. Entre ellas hay que destacar la corrupción, las burocracias, la profesionalización de la política que se ha convertido en un "oficio" muy lucrativo que te acerca al poder, y en general el distanciamiento de los órganos de poder y sus representantes, respecto a los ciudadanos”.
El mayor peligro de la democracia
Desde que en la Grecia presocrática se comenzó a discutir las formas ideales de gobierno lo que se consideró democracia, basada en la participación de los ciudadanos que merecía serlo, donde excluían ilotas, mujeres, metecos (no residentes) y pobres, fue una opción frente a otras maneras de gobernar como la aristocracia, tiranía y monarquía.
Es corriente considerar la democracia como el menos malo de los gobiernos, y ha llevado a este juicio las perversiones y limitaciones que se han ido produciendo en los países democráticos. Entre ellas hay que destacar la corrupción, las burocracias, la profesionalización de la política que se ha convertido en un "oficio" muy lucrativo que te acerca al poder, y en general el distanciamiento de los órganos de poder y sus representantes, respecto a los ciudadanos.
Hay que partir, no obstante, que la democracia, como otros muchos principios que rigen nuestra sociedad (libertad, justicia, libertad,...) son ideales hacia los cuales debemos de tender, y por ello cuidar e ir perfeccionando en el tiempo.
Yo, que en mis costumbres he tenido siempre tendencia hacia lo popular, incluso diría que a lo arrabalero, frecuento los bares y tabernas, que es donde va sobre todo el pueblo y donde se grita y expresan las ideas de todo tipo. Es allí donde últimamente oigo expresiones que me ponen los pelos de punta y que me recuerdan a años negros de nuestra historia, como "a los políticos habría que fusilarlos a todos, al coletas lo colgaba yo de un poste de la luz, el Rey tenía que sacar el ejército a la calle, en Cataluña tenía que meterse la legión”, y otras lindezas. En esta sarta de barbaridades lo único que falta son los insultos a la iglesia y sus ministros, seguramente por la poca importancia que ya tienen en la vida española.
No sé si expresiones como esos malos deseos se formularán en otros lugares de copas y tertulia como el Club Mediterráneo, El Candado o en los centros hípicos y de golf porque no los frecuento, aunque me figuro que no, al tratarse de personas con intereses distintos, serán sustituidos por descalificaciones entre partidos y grupos políticos. Me parecen más preocupantes los primeros que manifiestan más disconformidad con el sistema democrático, que con los que detentan el poder o pretenden hacerlo. Y me preocupa sobre todo sean personas de la clase trabajadora, que, en teoría son los que más le beneficiaría la profundización del régimen democrático.
Estas actitudes violentas empujan al enfrentamiento y fraccionamiento social, que en España ha tenido muy malos resultados y que debería preocuparnos a todos. Pero también es cierto que si se producen estas actitudes, aparte de la inveterada costumbre de trasladar cualquier mal a los que gobiernan, es por alguna razón y razones. Entre las que citaría los casos de corrupción que van apareciendo en el ámbito político, el exceso de prebendas de los que ostentan el poder, la contaminación de odio y mentiras en los medios de comunicación y la incompetencia de los responsables de tomar decisiones (no solo los políticos) y la burocratización de las relaciones de las administraciones con el ciudadano.
Sin duda, que el pueblo llano desconfíe cada vez más del sistema democrático, incluso que lo menosprecie, va a tener su factura para todos los españoles y traerá la desazón para aquellos como el que escribe lucharon para su instauración y contribuyeron a su desarrollo. Oportunistas y desaprensivos procurarán sacarle réditos aprovechándose de ese descontento. Pero la solución hay que buscarla en la propia clase política, hasta ahora más preocupada en sus propios intereses que en los del sistema en el cual se basa nuestra convivencia.
Por ello es a ellos a quienes corresponde rectificar en sus miras e intereses y exigirles que se plieguen a los de sus teóricamente representados. De lo contrario seguirá avanzando el descontento y esto puede empujarlos al abismo social del enfrentamiento y la violencia.
La verdad es que el mayor peligro de la democracia es su deslegitimación por parte de los votantes. Es eso sobre todo lo que debe de preocuparnos y por tanto, por el ideal que representa, corregirla y perfeccionarla.
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