“Es cierto que los cambios de los últimos tiempos han sido tan intensos como rápidos y radicales, pero muchos en general, han traído beneficios, al menos en el orden material”

OPINIÓN. 
Piscos y pegoletes
. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA


13/05/21. 
Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre los cambios en nuestra sociedad: “En los últimos cuatro lustros se han sufrido grandes crisis provocadas en muchos casos por los propios procesos de globalización, impulsados por un liberalismo agresivo y...

...un sistema financiero perverso en sus resultados. Estas crisis han llevado a hambrunas, sobre todo en los países menos desarrollados y han empeorado la distribución de la renta provocando desestabilización y descontento”.

Todo se derrumba

Es una frase que últimamente escucho con frecuencia y no solo entre gente de mi edad, sino también entre personas más jóvenes pero que han vivido la transformación de nuestra sociedad en los últimos treinta años. ¿Qué ocurre? ¿Por qué ese pesimismo atroz que nos invade?


Es cierto que los cambios de los últimos tiempos han sido tan intensos como rápidos y radicales, pero muchos en general, han traído beneficios, al menos en el orden material. También hay que admitir que estos se han producido a una escala cada vez mayor, incluso planetaria, y han afectado al mundo entero. Lo cierto es que cambios tan intensos y seguidos, que prometen ser aun mayores en tempos venideros, han conmocionado al hombre como individuo y a las sociedades como organizaciones. Nos derrumbamos por dentro y por fuera.

Pero la sensación de derrumbe no viene por los cambios abruptos, sino por como nos han afectado. De un lado están nuestros propios valores que queremos conservar ante el atropello de que son objeto, hasta por nuestros propios hijos, o más exactamente por las nuevas generaciones, abducidas y enfangadas por las nuevas tecnologías de comunicación y por el consumismo de objetos y modas de dudoso gusto y beneficio. Ya no se complace uno en la obra bien hecha sino en la nos sirve para nuestros fines y que desechamos al día siguiente. Tampoco se valora la experiencia, sobre todo la de los demás, y se desechan a las personas y sus opiniones como a los objetos de tecnologías antiguas. Los diálogos se convierten en espectáculos mediáticos o en discusiones de taberna y con la facilidad de entrar en “escena”, cualquiera se convierte en experto y sabio al mismo tiempo.

También hay que tener en cuenta que estos mismos cambios, inducidos muchos por la globalización y las nuevas tecnologías, no han sido siempre para bien, o, al menos no lo han sido para la mayoría de la población y en sus últimas consecuencias. En los últimos cuatro lustros se han sufrido grandes crisis provocadas en muchos casos por los propios procesos de globalización, impulsados por un liberalismo agresivo y un sistema financiero perverso en sus resultados. Estas crisis han llevado a hambrunas, sobre todo en los países menos desarrollados y han empeorado la distribución de la renta provocando desestabilización y descontento. Las políticas adoptadas para superar estas crisis han llevado también a las posibilidades de empleo y bienestar de los más jóvenes con las consiguientes protestas y desesperanzas de estos grupos que ven destrozados en muchos casos sus proyectos.

Otro tema que descorazona, y por tanto derrumba a las personas que vivieron en España la transición y el desarrollo es el desprecio que en este batiburrillo, cambalache le llamaría Enrique Santos Discépulo, se muestra hacia nuestro comportamiento los resultados que hicieron esta España posible. No solo no es justo, sino que es falso. Esta generación enormemente trabajadora, aunque mucho menos que nuestros padres y abuelos, hizo algo importante, hacernos ciudadanos civilizados de Europa y que dejáramos de matarnos, o hacernos matar, los unos a los otros. Esto también se nos derrumba.

No, no es buen tiempo para envejecer, si lo fue alguna vez, que ya nos persiguen incluso las “ruinas recientes” de derrumbes cotidianos entre los que apenas se atisba alguna rama enverdecida, algún milagro de la primavera.

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