“En el fondo cuando entra uno en esta etapa que aunque es progresiva se nos presenta o la percibimos de repente, requiere que, por propia voluntad o forzado, un replanteamiento global de nuestra vida”

OPINIÓN. 
Piscos y pegoletes
. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA


09/09/21. 
Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la vejez: “Con lo primero que ha de luchar en la sociedad actual es que las personas mayores son mal valoradas, incluso despreciadas. La palabra viejo puede, incluso, ser usada como un insulto, equivalente...

...a inútil. El respeto a los mayores por su sabiduría ha desaparecido, se valoran más conocimientos concretos sobre temas prácticos. Al envejecer hay que admitir eso, que dejaremos de estar valorados, ya que seremos ‘inadecuados’ para los ‘nuevos tiempos’”.

El difícil arte de saber envejecer

Aunque la vejez parezca relativamente fácil de definir, por la edad de las personas según la esperanza de vida, por su aspecto, o por su salida del mercado laboral, una pequeña reflexión nos indica que hay varias clases de vejez. Se puede decir que hay una vejez estadística que se podría situar a partir de los 65 años, y que cada vez se retrasa más por las condiciones de vida. Otra, laboral, que es cuando de manera voluntaria o involuntaria, uno es excluido, o se excluye del mercado laboral. Hoy podemos hablar también de una vejez tecnológica, que puede afectarnos hasta hacernos ancianos funcionales, por inútiles, antes de tiempo. También podríamos hablar de una vejez “sentida”, la más peligrosa, que es cuando uno decide que ha llegado al final de su vida y se conforma, esperando con más o menos tranquilidad su conclusión.


Hay que partir del principio de que el hombre busca su propia felicidad durante toda su vida, de eso hablaron largamente los griegos, esté en la edad que esté, y que en la vejez también, aunque para ello deberá tener en cuenta y adaptarse una serie de circunstancias, propias y sobrevenidas, para lograrlo.

Con lo primero que ha de luchar en la sociedad actual es que las personas mayores son mal valoradas, incluso despreciadas. La palabra viejo puede, incluso, ser usada como un insulto, equivalente a inútil. El respeto a los mayores por su sabiduría ha desaparecido, se valoran más conocimientos concretos sobre temas prácticos. Al envejecer hay que admitir eso, que dejaremos de estar valorados, ya que seremos “inadecuados” para los “nuevos tiempos”. Esto, sin embargo, a cierta edad no debe de preocuparnos, como tampoco debe de hacerlo nuestro futuro profesional, por la sencilla razón de que no existe. Solo, y loablemente, debe preocuparnos nuestra salud, nuestra familia y nuestro lugar de vida.

Otro tema importante a tener en cuenta es que cuando entramos en la vejez, un hecho que además y a pesar de que es previsible, suele presentarse de repente y sin apenas avisar, se producen una serie de cambios, internos y externos, de difícil o imposible manejo. Internos son los alifafes propios de la edad y la frecuente decepción en la revisión de nuestros proyectos o sueños vitales que suele producirse en el inicio de la vejez.

Las limitaciones que muchas veces van más allá de lo físico, deben hacer que nos replanteemos algunos aspectos de la vida cotidiana y de nuestros proyectos. Así, debemos aumentar las revisiones médicas y, como los vehículos a motor, hacernos chequeos periódicos, tener cuidado con el tráfico, a veces también comienza a fallar el oído y la atención, los miles de obstáculos urbanos en las aceras y demás, ya que la tan cacareada accesibilidad brilla por su ausencia, y con los “locos en los distintos cacharros”.

Hay también que tener en cuenta, que con la edad, la falta de recursos y los fallos se transforman muchas veces en un exceso de quejas (evidentemente el mundo en que vivimos no está hecho ni se adapta a penas a nuestra situación de fragilidad). Debemos de tener cuidado, de eso a convertirnos en un viejo cascarrabias hay solo un paso. No debemos volcar en los demás, normalmente los que más nos quieren, nuestras propias falencias ni estados de humor. Esto, no obstante, no quiere decir que no exijamos nuestros derechos, de hecho deberíamos retomar el discurso de las “panteras grises”, sino que dominemos nuestros enfados.

Debemos también revisar nuestros proyectos, incluso aquellos que tenemos aparcados para la jubilación y adaptarlos al tempo que nos impone la nueva etapa de la edad provecta.

Sin embargo, todas estas adaptaciones no siempre son fáciles de hacer y menos admitir que son necesarias. Y esto ocurre porque para nosotros supone comenzar a reconocer nuestra propia vejez. En el fondo cuando entra uno en esta etapa que aunque es progresiva se nos presenta o la percibimos de repente, requiere que, por propia voluntad o forzado, un replanteamiento global de nuestra vida, que no de sus valores, que nos sitúe en una en mejor disposición para, si no alcanzar la felicidad, esa palabra que se inventó para fastidiarnos la vida, al menos en un estado de tranquilidad gozosa.

Posiblemente en muchos casos el primer problema que debamos lidiar es el económico. La supresión de la actividad laboral lleva aparejada en la mayoría de los casos, una pérdida de ingresos mayor o menor según la actividad a que nos hayamos dedicado, nuestras previsiones de ahorro y el patrimonio propio o heredado. Esto requiere en muchos casos replantearnos nuestras costumbres y reajustar los gastos que hacemos ordinariamente, procurando centrarlos en nuestras actividades de ocio. En este tema hay algo importante y es no llegar a este estado de jubilación con deudas, ni más servidumbres económicas que las imprescindibles. Hay situaciones trágicas, sin embargo, como en la última crisis financiera, en que muchos pensionistas tuvieron que emplear sus recursos y escasas rentas en socorrer las economías y necesidades de hijos y nietos, cosa lógica por otra parte, en las comunidades que se fundamentan en la solidaridad familiar.

Hay que reconocer que en esta sociedad que hemos construido bajo los principios de la competitividad el consumismo y que ha santificado al trabajo, esto ha llevado normalmente a sobrecargas laborales, a la emulación por el consumo y a que nuestro teórico tiempo libre también esté ocupado por actividades que terminamos considerando como necesarias y que le quitan a ese tiempo el calificativo de libre, muchas de ellas destinadas a sobresalir en nuestro segmento social, a veces de modo obsesivo. Cuando esto sucede la transición a la etapa del envejecimiento unido a la jubilación es, cuando menos, traumática, incluso dolorosa. Por lo tanto, la nueva situación que nos lleva al anonimato y a una vida más austera ha de ser prevista en lo posible. Para ello es fundamental el papel de la familia, aunque no siempre esto sucede por circunstancias diversas y también las relaciones con los amigos más allegados, incluso el recuperar antiguas amistades, seguro que muchas de ellas en similares circunstancias a la nuestra, con los que iniciar proyectos y disfrutar de recuerdos y satisfaciendo nostalgias y añoranzas.

En cuanto a adaptarse a un nuevo nivel de gastos no suele ser tan complicado como puede parecer. La posibilidad de compartir ciertas actividades con otros, viajes, alquileres, etc… y el prescindir de muchas cosas que no son realmente imprescindibles, puede ayudarnos. También hay personas que intentan buscar otros ingresos aunque estén jubilados. Esto tiene limitaciones legales al menos en Europa, pero en muchas ocasiones se acude a la economía informal o al trueque. El campo de la economía colaborativa “de verdad” es una buena oportunidad en época de vejez.

Pero el campo que a cierta edad puede llenarnos de auténticas satisfacciones y ayudarnos a alcanzar la tranquilidad placentera, es, sobre todo, el de las aficiones y ocupaciones habituales del ocio. Hay muchas personas que han tenido durante su vida activa otras ocupaciones al margen de su trabajo, mucho más satisfactorias que este, pues en ellas se realizaban como personas, cosa cada vez más difícil en las actividades laborales, de hecho muchas de ellas, por repetitivas o alienantes llegan a ser una auténtica tortura para las personas que son conscientes de su monotonía y aridez, por lo que la jubilación es un jubileo, es decir una alegría y una liberación.

Cuando se alcanza la edad a la que nos estamos refiriendo tienen la oportunidad de dedicarse plenamente a esas actividades que ya venían realizando o, en otros casos, que siempre quisieron hacer y su actividad laboral no les dejó. Estas pueden ser contemplativas (oír música, ir al teatro, leer,…) o activas (pintar, trabajar la cerámica o la madera, jugar al ajedrez…). Dedicarse a algo que a uno le gusta y por lo tanto le produce placer no es frecuente en el mundo actual y puede hacernos placentera nuestra postrera etapa vital.

Hay, sin embargo, personas que carecen de este tipo de adiciones y que están inclinados a temas más activos y participativos. Aquí caben también alternativas. La primera la posibilidad de seguir aplicando los conocimientos adquiridos en su vida profesional sin contraprestación económica, ayudando a los jóvenes o a las organizaciones sin ánimo de lucro. Otros tienen la posibilidad de integrarse en el amplio espectro de la sociedad civil, club, peñas, cofradías, otros tipos de asociaciones, muchas de ellas de proximidad como las que se crean en los barrios, ya sea de ayuda mutua o en defensa y difusión de las tradiciones.

Otro tema es el cultivo de los recuerdos. Los recuerdos no son otra cosa que la estela de lo vivido. Una estela muchas veces transformada por nosotros mismos según conveniencia y oportunidad. Los malos recuerdos, productos de desgracias o de nuestros pecados, procuramos alejarlos y condenarlos al olvido, sin saber que siempre aparecen al final de una u otra manera. Sin embargo, también hay buenos recuerdos, de personas y de vivencias y la vejez nos da una oportunidad de revivirlos y complacernos en ellos. Podemos reconstruir en la memoria y en el tiempo hechos felices, podemos volver a ver a personas o lugares que nos evocan momentos gratos de nuestro pasado, incluso de nuestra imaginación que conocimos personalmente o en libros o películas.

Por último, lo que si hay que destacar es que la vejez es una parte importante de la vida a la que merece la pena dedicarle atención antes de que nos llegue y nos avasalle. Es preciso hacer un planteamiento global de nuestro futuro que nos garantice para esa época difícil la “tranquilidad gozosa” a que ya me referí, puede ser incluso, lo más hermoso que vivamos en este mundo. Una buena forma de despedirse de él.

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