“Decía Henry Jeanne, ministro de cultura belga, que los hombres destruimos aquello que perseguimos y deseamos. Eso parece el resultado final del turismo de masas”

OPINIÓN. 
Piscos y pegoletes
. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA


23/09/21. 
Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el turismo de masas: “Si realmente se llega a dar un cambio de modelo, no parece que se produzca por iniciativa de los consumidores, ni de los empresarios turísticos que viven...

...de esa masificación, ha de ser de las autoridades públicas que regulan el sector y sus más directas áreas de influencia (medio ambiente, cultura, deporte,…) y con un cambio de la opinión pública sobre las preferencias en el empleo del ocio”.

La letal invasión de las masas

La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente. ¿Por qué lo es ahora?
Ahora, de pronto, aparecen bajo la especie de aglomeración, y nuestros ojos ven dondequiera muchedumbres. ¿Dondequiera? No, no; precisamente en los lugares mejores, creación relativamente refinada de la cultura humana, reservados antes a grupos menores, en definitiva, a minorías. La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Ya no hay protagonistas: sólo hay coro.
Ortega y Gasset.

“La rebelión de las masas”

¿Qué habría pensado Ortega si hubiese vivido después de la segunda gran guerra observando lo que se llamó la era del consumo de masas apoyada por las innovaciones tecnológicas y las economías de escala? Posiblemente se hubiera horrorizado, sobre todo ante su poder y su agresividad en temas como el medio ambiente, el consumo de recursos y el escaso respeto por la cultura en su más sublime sentido.

Desde la perspectiva del turismo, la crisis del Coronavirus ha puesto de manifiesto varias falencias de nuestro modelo turístico, ya conocidas pero nunca planteadas con tanta intensidad y premura. Entre ellas destaca la propia insostenibilidad del modelo, y más concretamente la superación de la capacidad de carga medioambiental, cultural y social, en muchos puntos concretos del territorio de uso turístico, incluso en destinos completos. Espacios naturales y urbanos se ven sometidos a presiones de uso que impactan negativamente sobre los propios recursos atrayentes y sobre los residentes habituales de los destinos.

Esto ha llevado a la conjetura de que en la recuperación del turismo tras la pandemia se defenderá la sostenibilidad por parte de los gestores públicos y que existirá una mayor conciencia en el mismo sentido por parte de los turistas. Sin embargo, en la “rentreé” que está suponiendo el verano del 2020, nada de esto ha sucedido, sino todo lo contrario.

En determinados puntos de la costa de Málaga con escasa capacidad de carga, he podido ver a la gente, más nacionales que extranjeros, intentar llevar hasta la arena los coches con toda la parafernalia de equipamiento habitual en los años sesenta, pero menos justificable ahora. Además, han hecho caso omiso a protección civil y a los voluntarios locales cuando intentaban detenerlos, llegando incluso a tener que intervenir la guardia civil y la policía local, bloqueando los accesos. ¿Dónde está el nuevo modelo turístico?


Por otra parte, es comprensible esta presión después de haber “machacado” al consumidor medio de España y media Europa sobre la bondad del turismo de sol y playa y, correspondientemente, después de haber construido miles y miles de plazas de alojamientos vacacionales en las costas, sin importarnos donde, y sus aledaños.

Decía Henry Jeanne, ministro de cultura belga, que los hombres destruimos aquello que perseguimos y deseamos. Eso parece el resultado final del turismo de masas. Si realmente se llega a dar un cambio de modelo, no parece que se produzca por iniciativa de los consumidores, ni de los empresarios turísticos que viven de esa masificación, ha de ser de las autoridades públicas que regulan el sector y sus más directas áreas de influencia (medio ambiente, cultura, deporte,…) y con un cambio de la opinión pública sobre las preferencias en el empleo del ocio.

Esto deberá suponer, entre otras cosas, el aumento de la demanda del turismo de cercanía, de los turismos específicos en general, de los de interior y de los de salud y deporte. No debemos de olvidar que en este cambio se quedarán sin empleo muchas personas y desaparecerán muchas empresas, aunque se crearán otras nuevas y otros puestos de trabajo.


Sin embargo, el hombre de la cale, embrutecido por un consumismo alienante y más pendiente de sus derechos individuales que de sus deberes colectivos, parece no querer enterarse que ha llegado una época de renuncias, de nuevas lecturas de la vida cotidiana, y que no puede seguir las pautas del modelo de consumo turístico que hasta ahora ha sido predominante.

Esta rebelión perpetua del consumo masificado tiene que cortarse a riesgo de que no nos quede nada que consumir. No se trata tanto de no hacerlo, sino de hacerlo de otra manera.

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