“Estas manifestaciones negativas de los jóvenes actuales, hay que buscarlas en las pocas exigencias y las muchas facilidades que encuentran en su entorno familiar y formativo respecto a exigencias, a pautas de conducta y a acceso a los bienes que desean y solicitan”
OPINIÓN. Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA
30/09/21. Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la educación, a raíz de un artículo de Luis Rojas Marcos: “Según los datos que proporciona este prestigioso siquiatra, en los últimos diez años, un 20% de los adolescentes de los países...
...desarrollados tienen problemas de salud mental, un 43% presenta trastorno por déficit de atención o hiperactividad, ha aumentado el 37% los casos de depresión y ha aumentado el 400% los casos de suicidio entre los 10 y catorce años. ¿Qué está fallando en los procesos educadores sobre la vida por parte de padres, formadores y la sociedad en su conjunto?”.
La educación de los jóvenes y sus consecuencias
El prestigioso siquiatra Luis Rojas Marcos nos hace reflexionar en un artículo sobre el estado preocupante de la educación, esto visto desde una perspectiva integral, de los jóvenes de hoy en día. En los últimos 15 años los investigadores han elaborado una serie de estadísticas sobre la evolución de lo que podríamos llamar “enfermedades de carácter mental” infantil de los niños y adolescentes que están alcanzando unas proporciones preocupantes.
Según los datos que proporciona este prestigioso siquiatra, en los últimos diez años, un 20% de los adolescentes de los países desarrollados tienen problemas de salud mental, un 43% presenta trastorno por déficit de atención o hiperactividad, ha aumentado el 37% los casos de depresión y ha aumentado el 400% los casos de suicidio entre los 10 y catorce años. ¿Qué está fallando en los procesos educadores sobre la vida por parte de padres, formadores y la sociedad en su conjunto?
Hay que partir de un hecho que nos envuelve todos y que Bougman calificó como la sociedad “líquida”. En efecto, vivimos en una envoltura social cada vez más etérea y frágil, donde las condiciones materiales y las inmateriales, entre ellas los valores, son cada vez más provisionales, y la velocidad con que cambian mayor. Esto provoca inseguridad y rápida obsolescencia, que también afecta a los adultos e irremisiblemente transmiten a los jóvenes, que comienzan en el camino de la vida. Cuando lo que nos rodea no tiene al menos cierta permanencia es fácil caer en estados de ansiedad y de desequilibrio, incluso de anomia, que deberán ser manejados con habilidad por nuestros responsables directos y acompañantes.
Un segundo factor que incide en estas situaciones es el haber situado la competitividad como referencia de toda la existencia. Debemos ser mejores que los demás y para ello hay que sacrificar, entre otras cosas, el tiempo libre y de atención a la familia al tiempo de trabajo o de relaciones laborales. Ese afán, no de superación propia que eso es muy loable, sino de superación a los demás de nuestro entorno laboral no tiene límites, olvidándonos de la necesaria atención a la educación de nuestros hijos y de las personas con que nos relacionamos, especialmente los docentes y formadores en general.
Por último, existe otro factor muy relacionado con el anterior, el consumismo sin límites a que la sociedad capitalista nos conduce y excita. Esto que se ve alentado por la publicidad, los medios de comunicación, pero también por esa competitividad referida, ya que los signos externos que el consumo o la posesión de bienes en general supone, es un signo de distinción social y por ello de superioridad. Esto se ha sabido trasmitir perfectamente a los jóvenes desde pequeños, de manera que ellos mismos “exigen” el último móvil, las últimas zapatillas de deporte, gamificadas según usos, y la marca de ropa que ven publicitada por sus ídolos del deporte o de la música, aunque para los estratos bajos de renta sean imitaciones, mejores o peores, procedentes de cualquier rincón del planeta con mano de obra que trabaja en condiciones de semiesclavitud.
Todo esto lleva a desequilibrios personales en los jóvenes (y también en los adultos, pero estos tienen mayor control sobre ellos) que cada vez actúan de forma más anómala en sus vidas cotidianas y, lo peor muchas veces sin que sus propios padres se den cuenta, ocupados como están en ser competitivos y aparentar importancia ante sus amigos y compañeros de trabajo.
Para el prestigioso siquiatra, estas manifestaciones negativas de los jóvenes actuales, hay que buscarlas en las pocas exigencias y las muchas facilidades que encuentran en su entorno familiar y formativo respecto a exigencias, a pautas de conducta y a acceso a los bienes que desean y solicitan. Igualmente a la alimentación que llevan y al estilo de vida sedentario, a lo que se ha unido cada vez de forma más intrusiva la falta de socialización directa y de creatividad originada sobre todo por una excesiva atención, fijación podría decirse, digital.
Hay virtudes que ya las ponían de manifiesto los clásicos, especialmente los estoicos, y que deberían estar presentes en la formación de los hombres del mañana. Una la necesidad de dedicar tiempo de la vida a uno mismo, pero no solo a cuidarse físicamente, sino también en la mente y en el espíritu. Otra, la austeridad, o no centrar la vida en el consumo compulsivo a que nos induce la máquina capitalista y que no solo nos hace esclavos de algo innecesario, sino también destructores de la naturaleza por un consumo excesivo e indebido de recursos.
Esta sociedad está desequilibrada y descompuesta, y eso transmite a sus futuros miembros, y si no se remedia, así continuará hasta que colapse y se autodestruya. En una frase del famoso Lou Marinoff, hace falta “más Platón y menos Prozac”.
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