“Aun concediendo que los ciudadanos tengan mayor conciencia de la necesidad de sostenibilidad turística, no ponen medios para su consecución, o, en todo caso, piensan que ‘renuncien los demás, pero no yo’”

OPINIÓN. 
Piscos y pegoletes
. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA


14/10/21. 
Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el turismo cultural, que por su propio carácter está “menos masificado que el llamado de sol y playa, y que en tiempos de pandemia lo ha hecho más apetecible, aunque en ciertos lugares y...

...ocasiones ya ha llegado a elevados niveles de masificación con manifestaciones de “overturismo” y gentrificación turística, creando conflictos con los propios residentes y efectos de banalización en los propios recursos”.

La euforia del turismo cultural

El turismo cultural es concebido como una forma de turismo alternativo que encarna la consumación de la comercialización de la cultura. Elementos escogidos de cualquier cultura pasan a ser productos ofertados en el mercado turístico”
Agustín Santana. Universidad de la Laguna

El turismo cultural, algo que existió antes de que se le pusiera ese nombre (de hecho el turismo empezó como cultural cuando en el SXIX comenzaron a desplazarse los nobles y burgueses por el mundo bajo lo que se denominó el “gran tour”) se ha puesto cada día más de moda. Aunque siempre se afirma que es un turismo con mayor gasto medio y más respetuoso con el medio en que se desarrolla, al final parece ser que ni gasta tanto, ni es tan respetuoso con los recursos que consume ni con la forma de consumirlos.

A ello han contribuido varios factores. En primer lugar la maleabilidad del propio recurso. Talcott Parsons definía la cultura como “las pautas que tiene el individuo para enfrentarse a los problemas de la vida y la muerte”. Bajo esta perspectiva, cultura es todo y, por lo tanto, el turismo cultural también. Una manifestación cultural como teatro, deporte, o congresos de todo tipo, puede ser un atractivo turístico, pero lo mismo una manifestación folklórica o artesana. Como es fácil de comprobar, cualquier hecho social puede tener una aplicación turística. Sin embargo la realidad es que dentro del turismo se tiene una visión más reducida sobre los hechos culturales, centrándose en los monumentos, tradiciones, gastronomía… y también en temas medioambientales.

Un segundo factor es el desarrollo del turismo urbano. Aunque el ámbito rural también está lleno de recursos culturales para impulsar el turismo, no podemos negar que es en la ciudad donde más se ha desarrollado el turismo cultural, tanto por su monumentalidad como por sus tradiciones y su intensa actividad social, aunque en esto influirá su historia y su tamaño.

Otro tercer factor que propicia el turismo cultural es su propio carácter, menos masificado que el llamado de sol y playa, y que en tiempos de pandemia lo ha hecho más apetecible, aunque en ciertos lugares y ocasiones ya ha llegado a elevados niveles de masificación con manifestaciones de “overturismo” y gentrificación turística, creando conflictos con los propios residentes y efectos de banalización en los propios recursos.

Cuando hablamos de turismo cultural lo primero que se nos viene a la cabeza es las visitas a los monumentos de general reconocimiento y popularidad, pera cada vez el inventario de “productos culturales” turísticos es más extenso, incluso dentro de los hitos monumentales. Esta expansión se ha producido a costa, sobre todo, de los aspectos inmateriales de la cultura y por lo tanto de bases interpretativas que precisan de mayores conocimientos y apoyos tecnológicos.

Si algo ha quedado claro al iniciar la salida de la pandemia es que la demanda ha vuelto con características muy parecidas. A la etapa anterior, incluyendo los excesos en la capacidad de carga (masificación-gentrificación) en los puntos y recursos clave de oferta cultural. Esto supone que, aun concediendo que los ciudadanos tengan mayor conciencia de la necesidad de sostenibilidad turística, no ponen medios para su consecución, o, en todo caso, piensan que “renuncien los demás, pero no yo”. Visto esto hace falta poner en marcha otras políticas y medidas que eviten tanto los conflictos con los residentes como el deterioro de los recursos.

Si nos paramos a pensar con serenidad, hay un hecho de suma importancia que va a influir en la presión de los flujos del turismo cultural en determinados espacios ciudadanos. Es el propio crecimiento de la oferta alojativa que genera nuevos flujos que, sin duda, presionan sobre los “espacios comunes” y sobre los principales hitos de atracción. Como pueden ser, en caso de Málaga, el Museo Picasso, la Catedral, el Caminito del Rey. Es evidente que ante los aumentos de demanda se puede responder con incrementos de la oferta, creando nuevos productos culturales, u otros complementarios a los principales atractivos, pero esto no es inmediato y, además, no impide que los nuevos turistas demanden los productos turísticos principales del destino. Regular este aumento, a veces abrupto, de la demanda es complicado y no siempre justificable (excepto cuando se centra en puntos estratégicos como los centros históricos), por lo que muchas veces es preferible aplicar otro tipo de medidas.

Otras medidas que se aplican para hacer menos insostenible los destinos y recursos culturales, son el aumento de los precios, el establecimiento de cupos y el desvío de flujos de demanda a otros lugares. El aumento de los precios como respuesta lógica del mercado ante un aumento de la demanda ha de tener en cuenta el grado de rigidez de la misma, así como los efectos sobre los turistas de rentas más bajas que pueden quedarse fuera del disfrute de estos bienes en razón de sus pocos recursos, aunque esto puede compensarse con medidas de apoyo (descuentos para colectivos desfavorecidos, franjas de horarios o meses de baja demanda con precios diferenciados, etc…).

El establecimiento de cupos es una medida de control directo que se aplica cuando fallan las medidas disuasorias, en nuestro caso cuando la demanda es suficientemente rígida como para no hacer caso a la subida de los precios. Como ejemplo tenemos casos como la Alhambra, el Caminito del rey o el museo Picasso. Hay no obstante medidas que permiten un mejor aprovechamiento, como ampliación de horarios, mejor aprovechamiento de los flujos o creación de productos diferentes que puedan atender los excesos de demanda.

Por último, tenemos la posibilidad de la creación de productos sustitutivos que puedan recoger los excedentes de demanda. Esto no es siempre posible y también requiere  otras políticas públicas de apoyo. Sin embargo, es una vía de creación de nuevos atractivos y una oportunidad de afianzar el destino ante la competencia, por lo que debe de estar presente n los programas de planificación turística.

Otro tema sería los efectos que los incrementos continuados del turismo cultural sobre los “bienes comunes”, así como los indirectos sobre la población residente del lugar donde se desarrollan, tema mucho más complicado. Pero esto ya lo trataremos en otro artículo de manera más específica.

Puede leer aquí anteriores artículos de Enrique Torres Bernier