“El asesinato de un niño de nueve años por parte de un abusador sexual hace unos días, al igual que las dos niñas de Tenerife, o el “pececito” de Almería, nos impacta y conmueve profundamente por lo que de horror supone el agredir a seres inocentes e indefensos”
OPINIÓN. Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA
11/11/21. Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres Bernier, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre los asesinatos de menores: “Vivimos en una sociedad cada vez más materializada dominada por la competitividad y el consumismo y con unas pautas de cambio cada vez...
...más rápidas cuyo resultado es la insolidaridad y la falta de respeto al ‘otro’”.
El monstruo que llevamos dentro
El asesinato de un niño de nueve años por parte de un abusador sexual hace unos días, al igual que las dos niñas de Tenerife, o el “pececito” de Almería, nos impacta y conmueve profundamente por lo que de horror supone el agredir a seres inocentes e indefensos a los que se les arrebata la vida por motivos, que no razones, ajenos a ellos mismos, siempre relacionadas con desequilibrios de los agresores que encarnan la versión más manifiesta y cruel del mal.
Yo, que siempre me he considerado un agnóstico, solo he percibido la presencia de Dios ante la sonrisa de un niño que me transforma y me llena de alegría y eleva mi espíritu por encima de mis terrenales limitaciones y de las cadenas de la razón. ¿Cómo es posible entonces que alguien quiera destruir tanta belleza y tanta inocencia?
Cuando uno se encuentra ante estas circunstancias, a mi al menos me ha pasado con frecuencia, no puede dejar de preguntarse por la existencia del mal en el mundo y su posible arreglo y corrección, tanto en lo individual como en lo social. En todas las religiones el mal ha tenido un fuerte protagonismo y, además, se ha personalizado en figuras concretas, como el demonio en nuestra cultura judeo cristiana. La verdad es que esto nos permite dar cierta coherente tranquilidad a nuestra vida, materializando el mal fuera de nosotros en una figura maldita contra la que hay que luchar. De este modo desterramos nuestras propias angustias ante actos de barbarie que nos horrorizan como seres humanos que somos, y por lo tanto partícipes de la misma naturaleza que esos asesinos de criaturas. Es algo parecido a lo que ocurre con la figura de los dioses, que nos justifican todo lo bueno y lo malo que hacemos dejando los premios y castigos para otra hipotética vida. Con demonios y dioses podemos ir viviendo la vida con menos angustias.
Sin embargo, la realidad desnuda nos lleva en situaciones como la de estos seres “divinamente inocentes” a tener que enfrentarnos con estos hechos tanto en clave de funcionamiento social y de carencia de valores humanos, y, en algunos casos de anomalías genéticas.
En las estructuras de las sociedades democráticas occidentales la prevención y corrección de estos hechos tienen protocolos y tratan de ser previstos y corregidos, cosa que no siempre ocurre. No se permite ni la lobotomía de los agresores ni el pelotón de fusilamiento como en las sociedades primitivas y totalitarias. En todo caso y desde un cierto consenso con los protagonistas y sus entornos, se acude en casos extremos como la castración química (especialmente cuando existen anomalías genéticas). Pero, aun así, se siguen dando casos de asesinatos de menores por motivos diversos.
El otro tema, para mi más preocupante, son la pérdida o carencia de valores humanos. Este es un tema de mayor trascendencia ya que implica a muchos aspectos de nuestra sociedad y vida actual. Vivimos en una sociedad cada vez más materializada dominada por la competitividad y el consumismo y con unas pautas de cambio cada vez más rápidas cuyo resultado es la insolidaridad y la falta de respeto al “otro”, aunque sea el más cercano, como pueden ser la pareja o los hijos. Es cada vez más frecuentes que escuchemos “venganzas” sobre la pareja asesinando a los hijos y temas similares.
Debemos tratar de que estos hechos sean cada vez más aislados. Me recuerdan a lo que en su día significó la novela “Matar a un ruiseñor” de Harper Lee, cuya interpretación de Gregory Peck es inolvidable y que no solo sirvió para poner el dedo en la yaga sobre la violencia hacia los menores, sino que retrató los principales problemas de la sociedad americana de su época. Ojalá tuviéramos alguien que elevara estos hechos a una obra de arte capaz de remover los sentimientos de nuestra sociedad actual, aunque seguramente la pillaría mirando el teléfono móvil o un programa rosa de la televisión.
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