“En este mundo no existe mayor dicha que la contemplación de la belleza, pero también mayor dificultad que el saber administrarla para no hacer daño a los demás ni tampoco a si mismo”

OPINIÓN. 
Piscos y pegoletes
. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA


02/12/21. 
Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la belleza: “En esto, como en otros aspectos de la vida, suele imponerse la opinión de la mayoría que se convierte en dogma cuando está compuesta por lo que solemos llamar expertos, aunque...

...en este aspecto tal vez deberíamos llamarlos “influencers”, a los que los papanatas de siempre miran esperando que les iluminen sus cabezas, refractarias a cualquier destello de razonamiento o incluso resplandor divino”.

El amargo don de la belleza

La mitad de la belleza depende del paisaje;
y la otra mitad de la persona que lo mira.
Hermann Hesse

El hombre siempre ha perseguido la belleza, pero resulta que ésta, se encuentre donde se encuentre, en las cosas, las personas, en las construcciones intelectuales como la literatura o en las creaciones artísticas,…. es bastante relativa por una serie de razones. La primera de ellas tiene un origen temporal o histórico. Los cánones de belleza cambian con el tiempo, basta recordar los ideales de mujer en tiempo de Rubens que ahora las mandarían directamente al dietista. Me acuerdo de mi madre y sus enfados cuando en el pueblo le decían “pero que guapa y que gorda está usted, Antoñita”, consecuencia directa del hambre de la guerra.

La otra consideración que relativiza lo que es o no es bello, se refiere, y esto si que puede sorprendernos, a la consideración personal. Cuantas veces hemos oído a alguien que su novia/o mujer o marido es muy guapo o guapa, y al conocerlo/a nos hemos encontrado con la general opinión de que es un adefesio. A pesar de todo en esto, como en otros aspectos de la vida, suele imponerse la opinión de la mayoría que se convierte en dogma cuando está compuesta por lo que solemos llamar expertos, aunque en este aspecto tal vez deberíamos llamarlos “influencers”, a los que los papanatas de siempre miran esperando que les iluminen sus cabezas, refractarias a cualquier destello de razonamiento o incluso resplandor divino. De hecho, como también dice Hess, “la belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla”.


Cuando existe un consenso, aunque solo sea temporal, sobre la belleza de los humanos, aquellos que se ven ungidos por ese don, que no virtud, se les plantea, a pesar de que la gente cree lo contrario, una serie de problemas de difícil solución. La razón es que al bello o bella le es muy fácil equivocarse a la hora de elegir pareja, ya que se encontrará con una multitud de pretendientes y accederá al que más le plazca sin probar sus intenciones ni sus méritos. De otro lado, también ocurrirá al contrario, el bello o la bella no tendrá que demostrar ningún mérito para escoger con quien quiere estar, pues considerará que se lo merece todo por causa de su belleza. Tal vez sea esa el origen principal de los fracasos de las estrellas del espectáculo que ascienden por su aspecto y figura y luego fracasan en el desarrollo de su vida personal y familiar.

En una excelente novela con el mismo título que este artículo en la que Tereci Moix plantea el problema de la belleza y del amor entre un artista cretense y Nefertiti, también lo hace el “El Sueño de Alejandría,” en este caso entre Fedro jardinero y enamorado de su bellísimo amante que conviven en la casa de Octavia, la hermana del emperador y viuda de Marco Antonio. Cuando Fedro parte hacia Mauritania con Juba y Cleopatra Selene, el amante le encarga al preceptor de ambos que lo cuide y le dice que en las relaciones desiguales siempre los ajenos se apiadan del amante, pero nunca del amado, sobre el que recae la culpa por el mero hecho de poseer el “amargo don de la belleza”.

Ciertamente en este mundo no existe mayor dicha que la contemplación de la belleza, pero también mayor dificultad que el saber administrarla para no hacer daño a los demás ni tampoco a si mismo.

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