“A pesar de que sabemos que la muerte es nuestro más cierto destino, pasearse por sus aledaños es una experiencia profunda, que va más allá del miedo y del terror, de la que uno no regresa indemne”
OPINIÓN. Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA
20/01/22. Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la salud: “En cuanto a los médicos siempre pensé que son una casta aparte y que es una difícil profesión. La función de chaman o brujo de tribu la han heredado con sus ventajas y...
...sus inconvenientes. Es la figura que debe protegernos de la muerte y del dolor por lo que no solo depositamos en él nuestra confianza, sino que estamos dispuestos a entregarle todo lo que tenemos a cambio de que nos devuelva la salud”.
Transitando por los aledaños de la muerte
Uno sufre a lo largo de la vida situaciones críticas singulares que ejercen de parteaguas de su existencia y que para sobrevivir y mejorar requieren de revisión no solo de su forma de vida, sino también de sus actitudes dentro de su devenir cotidiano. En Navidades sufrí una crisis de salud que pudo haber terminado conmigo. Operación de gran calado, UVI, estancia hospitalaria y el mismo día de fin de año vuelta a casa con un cierto periodo de recuperación por delante, antes de mayores análisis y remedios.
Es la cuarta operación por la que paso en mi vida, pero evidentemente única por su gravedad y lo profundo de las experiencias que supone. Durante el periodo más crítico, en que uno no es uno, o es otro uno, o incluso dos unos, se siente vergüenza e impotencia ante la nimiedad de nuestro ser, una profunda pena cuando ve sufrir a las personas que nos quieren, y se desquicia por la tormenta que se desata en nuestra mente. A pesar de que sabemos que la muerte es nuestro más cierto destino, pasearse por sus aledaños es una experiencia profunda, que va más allá del miedo y del terror, de la que uno no regresa indemne.
Este periodo lo viví como una continua lucha por el equilibrio. Equilibrio de nuestro propio cuerpo que necesita volver a un estado saludable, de nuestra propia mente perdida en un lugar por ella desconocido y sobre el que difícilmente puede ejercer control, y sobre nuestros sentimientos que se desbordan, te inundan, llevándote al llanto y a la ira. Ciertamente se produce un desequilibrio del que es difícil de salir y que desemboca no solo en el dolor por la pérdida de la salud, sino también en la sensación de sentirse solo.
En esos momentos entiende uno la profundad soledad del enfermo necesitado como nunca del roce de una mano o de una sonrisa amiga. Debió de ser terrible lo que sintieron y dejaron de conocer los enfermos de COVID, especialmente los mas desvalidos, los mayores, tan necesitados en esa edad del cariño y consuelo de los suyos en un afán justo de morirse en paz.
Por otra parte están los hospitales, en el que estuve creo que es un ejemplo de excelencia, pero que por parte del paciente son, a veces, difíciles de entender. Su funcionamiento se basa en la especialización de funciones y en los protocolos de actuación y a eso se ajustan en lo posible, los diferentes profesionales, aunque a veces a mi me pareciera mi habitación el camarote de los hermanos Max. Lo cierto es que para que la sanidad funcione de un modo eficaz es modelo referido es necesario, aunque a veces nos parezca que se ignora el aspecto más humano del enfermo (posiblemente en un hospital privado con un precio mucho más elevado no ocurra esto). A pesar de todo, en mi opinión el trato no solo es amable, sino afectivo. Al fin y a la postre son personas que atienden a personas.
En cuanto a los médicos siempre pensé que son una casta aparte y que es una difícil profesión. La función de chaman o brujo de tribu la han heredado con sus ventajas y sus inconvenientes. Es la figura que debe protegernos de la muerte y del dolor por lo que no solo depositamos en él nuestra confianza, sino que estamos dispuestos a entregarle todo lo que tenemos a cambio de que nos devuelva la salud. El médico en la sociedad occidental actual es un profesional al que el avance de los conocimientos ha llevado a mayor especialización y a mejorar mucho sus posibilidades en el diagnóstico y cura de las dolencias. Pero no deja de ser falible como persona que es y en sus análisis funciona, como en otras muchas ramas de la ciencia, mediante aproximaciones, pruebas y descartes. Sin embargo, para los pacientes no es así. El médico es alguien que nos va a solucionar nuestros problemas de salud, por lo que si duda en lo que nos pasa es que no es un buen médico, hecho que en la mayoría de los casos es justamente lo contrario.
Otro tema importante es su papel, así como el de otros profesionales de sanidad, en un sistema público de salud, necesariamente masificado. El médico se encuentra con el dilema de atender a cada paciente como persona sufriente que es o hacer lo justo para que pueda sanar. Es evidente que la atención y la creación de empatía entre médico y enfermo puede ayudar a la curación, pero también que una atención médica generalizada para toda la sociedad como existe en los países desarrollados no es posible la humanización de esta relación. Por eso los médicos y personal sanitario están obligados a guardar las distancias con los pacientes, sin que esto quiera decir que no los traten y atiendan debidamente.
Hay que reconocer el difícil papel del médico en la sociedad. Tradicionalmente como guía de conducta en occidente propuso el juramento hipocrático, pero yo aquí voy a copiar el que propuso Maimónides, médico cordobés del S. XI. No debemos de olvidar que en esa época oriente estaba más desarrollado en conocimientos teóricos y prácticos que Europa, sumida en el oscurantismo fanático de la edad media, tal como lo muestra Amin Maluf en un libro poco conocido “Las cruzadas contadas por los árabes”.
“Dios, llena mi alma de amor por el arte y por todas las criaturas. Aparta de mí la tentación de que la sed de lucro y la búsqueda de la gloria me influyan en el ejercicio de mi profesión. Sostén la fuerza de mi corazón para que esté siempre dispuesto a servir al pobre y al rico, al amigo y al enemigo, al justo y al injusto.
Haz que no vea más que al hombre en aquel que sufre. Haz que mi espíritu permanezca claro en toda circunstancia; pues grande y sublime es la ciencia que tiene por objeto conservar la salud y la vida de todas las criaturas.
Haz que mis enfermos tengan confianza en mí y en mi arte y que sigan mis consejos y prescripciones. Aleja de sus lechos a los charlatanes, al ejército de parientes con sus mil consejos y a los visitantes que siempre lo saben todo; es una casta peligrosa que hace fracasar por vanidad las mejores intenciones.
Concédeme Dios mío, indulgencia y paciencia con los enfermos obstinados y groseros.
Haz que sea moderado en todo, pero insaciable en mi amor por la Ciencia. Aleja de mí la idea de que lo puedo todo. Dame fuerza, la voluntad y la oportunidad de ampliar cada vez más mis conocimientos a fin de que pueda procurar mayores beneficios a quienes sufren.
Amén".
Puede leer aquí anteriores artículos de Enrique Torres Bernier