“El aspecto meramente físico de una enfermedad es el más visible y normalmente el que mejor se detecta, superándose sus secuelas con los tratamientos adecuados. Sin embargo, los sicológicos y emocionales tienen una solución más difícil y sobre todo, más dilatada en el tiempo”
OPINIÓN. Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA
24/02/22. Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la convalecencia: “Hoy en día cuando los síntomas de la enfermedad desaparecen, al paciente se le expulsa del sistema sanitario (a veces se le somete a revisiones según el tipo y...
...gravedad de la enfermedad) y se le incorpora al sistema productivo lo más rápidamente posible, todo ello en razón a la economía de recursos y la máxima productividad del sistema económico”.
El olvido de la convalecencia
En la vida de nuestros padres y abuelos la convalecencia era una etapa, al final de la enfermedad donde al enfermo se le trasladaba a un lugar de reposo, fuera su propia casa o en grandes haciendas dedicadas a este fin, para que se recuperara física, mental y emocionalmente. Evidentemente a esta etapa solo llegaban las personas pudientes, los pobres que enfermaban normalmente morían o, en caso contrario permanecían a su suerte en sus hogares en las condiciones de miseria en que vivían.
Hoy en día cuando los síntomas de la enfermedad desaparecen, al paciente se le expulsa del sistema sanitario (a veces se le somete a revisiones según el tipo y gravedad de la enfermedad) y se le incorpora al sistema productivo lo más rápidamente posible, todo ello en razón a la economía de recursos y la máxima productividad del sistema económico.
Una pequeña reflexión nos llevaría a la conclusión de que esto es un error para la vida de los enfermos y que una adecuada convalecencia es imprescindible para devolver la salud al enfermo del modo más completo posible.
El aspecto meramente físico de una enfermedad es el más visible y normalmente el que mejor se detecta, superándose sus secuelas con los tratamientos adecuados. Sin embargo, los sicológicos y emocionales tienen una solución más difícil y sobre todo, más dilatada en el tiempo. Si la dolencia es inesperada o hace peligrar la propia existencia del enfermo, uno no se recupera fácilmente y en muchas ocasiones le obliga a replantearse su modo de vida y sus relaciones personales y sociales.
Por ello, el problema tras la enfermedad no es solo dejar al paciente dispuesto para incorporase al aparato productivo, sino devolverle el equilibrio que perdió antes de tener esos problemas de salud.
Yo recuerdo en mi infancia cuando uno caía enfermo por los alifafes propios de esa edad (tosferina, sarampión o estrés de crecimiento), como, aparte de las posibles medicaciones, uno se volvía el centro de la atención familiar, preparándole caldos sustanciosos, y comprándole sus dulces preferidos. Lo que se trataba era de que el enfermo se sintiera querido (aspecto emocional) y devolverle la ilusión por la vida (sicológico), de manera que no le quedaran secuelas de la enfermedad. Parece ser que “los antiguos” entendían mejor como afrontar la convalecencia que la sociedad actual, con una medicina mucho más adelantada, pero con menos comprensión de lo que el ser humano precisa para superar con éxito estas situaciones.
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