“Muchos padres, por acéfalos y egoístas, usando de su empoderamiento, arriesgan el equilibrio mental y emocional de sus hijos exponiéndolos a los medios de comunicación, como si fueran seres especiales, por no decir objetos de diversión”

OPINIÓN. 
Piscos y pegoletes
. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA


17/03/22. 
Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre los niños precoces: “Es evidente que detrás de esas demostraciones están siempre los padres apoyándolos y “conduciendo” sus incipientes carreras, de una manera que no siempre...

...es buena para la vida futura de esas personas durante esos años de formación, no solo en la afición para la que muestren dotes excepcionales, sino para la propia vida que después han de vivir como adultos”.

Artes y precocidad

Reflexiona Carmen Laforet en un artículo de los que publicó en la revista Destino, con su elegancia literaria y agudeza habitual, que entre las llamadas bellas artes, era en la música donde más casos había de precocidad infantil. Parece como si algunas personas viniesen al mundo con un don que les aproxima de forma inmediata al dominio de algún instrumento de expresión musical, como, parece ser que ocurrió con Mozart. No digamos ya de los deportistas precoces, que en el caso del futbol terminan en muchos casos desquiciados como personas incluso antes de llegar a la madurez.


Este es el tema, el de los niños “estrella” que estamos viendo con frecuencia en la televisión en programas en que los niños o adolescentes actúan como adultos dominando con soltura algún tipo de disciplina que los adultos tardan mucho en hacer.

Es evidente que detrás de esas demostraciones están siempre los padres apoyándolos y “conduciendo” sus incipientes carreras, de una manera que no siempre es buena para la vida futura de esas personas durante esos años de formación, no solo en la afición para la que muestren dotes excepcionales, sino para la propia vida que después han de vivir como adultos.


Hay que admitir que en las primeras etapas de la vida hay una función de impostación de los padres sobre los hijos, como comenta Fernando Sabater en su “Ética para Amador”, como un hecho inevitable por el que el padre impone ciertas reglas y valores a su hijo durante un tiempo, la infancia y parte de la juventud, por considerar que es él el que sabe lo que más le conviene. Pero aun en ese caso se aprecia, no solo de una explicación de los “porqués”, sino de la necesidad de dejar en la conciencia del impostado que la última decisión, aunque esta sea diferida en el tiempo, debe de caer de su voluntad.

Esta incapacitación transitoria de su voluntad, hace que muchos de estos niños revelación puedan perder la capacidad de lograr su propia identidad, o que esta se vea alterada de manera que vivan en un mundo irreal cuyas consecuencias en el futuro puedan serles muy perjudiciales.

Muchos padres, por acéfalos y egoístas, usando de su empoderamiento, arriesgan el equilibrio mental y emocional de sus hijos exponiéndolos a los medios de comunicación, como si fueran seres especiales, por no decir objetos de diversión.

Lo malo es que en un mundo donde la competitividad es una meta suprema que hay que alcanzar al precio que sea, esa precocidad es una ventaja comparativa, de manera que la tentación de usarla lo antes posible e intensamente es demasiado fuerte para todos los implicados, padres, hijos, agentes y medios de comunicación. Tal vez sea preferible ser una persona normal y vivir tranquilamente.

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