“El suicidio en España es una de las principales causas de muerte. En 2018 afectó a 7,54 personas por cada 100.000”
OPINIÓN. Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA02/06/22. Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el suicidio: “Se da más entre hombres que entre mujeres y entre ancianos que entre gente joven, aunque también es considerable la tasa de suicidios entre adolescentes...
Los unos, posiblemente porque nada esperan ya de la vida, los otros porque aun no han aprendido a enfrentarse a ella”.
Aproximación al suicidio
El suicidio en España es una de las principales causas de muerte. En 2018 afectó a 7,54 personas por cada 100.000. La realidad es que el suicidio en España es desde hace trece años, la causa principal de muerte no natural. Se da más entre hombres que entre mujeres y entre ancianos que entre gente joven, aunque también es considerable la tasa de suicidios entre adolescentes. Los unos, posiblemente porque nada esperan ya de la vida, los otros porque aun no han aprendido a enfrentarse a ella. En uno y otro caso los médicos de la mente pueden evitar desenlaces fatales.
Si hay algo claro es que el hecho del suicidio se produce cuando la persona en cuestión decide que no le merece la pena seguir viviendo. Dicho de otro modo, los sinsabores y sufrimientos de la vida son muy superiores a los goces y satisfacciones que esta proporciona o promete. Es obvio que en estos casos ni siquiera el plus del instinto de supervivencia compensa los inconvenientes de seguir viviendo.
Es evidente que la acción del suicidio puede venir por diferentes caminos y circunstancias. En primer lugar, están aquellas que tienen una propensión genética, normalmente las propensas a la depresión, que pueden terminar en el suicidio. Esta tendencia, como en otras enfermedades de la mente, puede y debe ser tratada médicamente, no solo con fármacos, sino también con atenciones y tratamientos personalizados. Hay incluso personas que avisan de estas intenciones, mediante repetidos intentos de suicidio, hasta que tienen éxito, o no miden bien la ejecución del proceso.
También hay personas que por dolencias o enfermedades incurables que conllevan dolor o incapacidades severas se quitan la vida, o solicitan ser ayudados clínicamente para ello. La polémica sobre el derecho a una muerte digna y la práctica de la eutanasia, se ha desarrollado no solo en el ámbito de la opinión pública, sino también en el de la ciencia médica y en los campos político, legislativo y judicial, impulsado también por al aumento de los conocimientos clínicos que permiten prolongar la vida de las personas en un estado vegetativo. Parece que se va imponiendo el criterio de admitir la eutanasia considerando las circunstancias y estados en que se hace aconsejable, y siempre que el paciente lo solicite. Podríamos hablar entonces de un suicidio razonable y voluntario.
Pero los suicidios más comunes vienen siempre por carencias de salidas a las situaciones personales o sociales de los individuos que toman esa decisión final. En esto sigue siendo válido el análisis de Durkheim que lo formulara en 1897. Para él la persona que se suicida lo hace porque no encuentra salida a su situación personal o social, o, al menos, cree que no hay camino para sobrevivir en esa situación. Este autor lo definió como una situación de “anomia” (falta de normas para afrontar determinadas situaciones). Llegó a esta conclusión al observar que los campesinos en Francia se suicidaban en determinadas épocas del año que coincidían con la menor intensidad del trabajo agrícola, lo que les permitía pensar sobre su situación de miseria y nulas posibilidades de cambio a mejor.
Esta situación se produce también en un amor desesperado, que no entiende la vida sin estar con la persona objeto de sus deseos, con la persona arruinada o en la miseria, que tampoco entiende vivir y hacer vivir a su familia en la humillación de la pobreza, incluso el que no encuentra sitio en la sociedad, y muchas veces en la religión, en la que vive y creen. Como vemos en todos los casos existe una relación de entorno que les lleva a suicidio, el ser amado, las leyes económicas, o la estructura económica o/y la ética social.
Es evidente que partimos del principio humanístico de que la vida “debe ser vivida” y que no se debe rechazar. Es por ello que a las personas que están en esta situación se les debe ayudar a superar los problemas y causas que los conducen al suicidio, aunque hay que reconocer que la medicina del cuerpo está mucho más avanzada que la de la mente. De hecho hasta hace poco estos problemas se dejaban en manos de otros actores externos como magos, brujas o religiosos, con nefandos resultados. Como es sabido la religión católica consideraba el suicidio como un pecado mortal y hasta se le negaba a la victima el entierro en suelo sagrado, y la única solución que se le daba era la “resignación” y la penitencia.
En realidad la mejor medicina que para estos estados reside en la capacidad de ilusionarse por nuevos proyectos, o dicho de otro modo, devolverle la ganas de vivir. También lo decía Virgina Wolf, una vida sin ilusiones no merece la pena ser vivida.
Caminar por la vida es difícil a veces, si no estamos preparados para superar las múltiples dificultades que en ocasiones son muy difíciles de superar, incluso que nos superan a nosotros. Por ello la necesidad de formar a los jóvenes en los principios filosóficos de la vida. Por lo tanto, coincido con Lou Marinoff cuando exclamaba “Más Platón y menos Prozac”.
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