“Queremos trascender para seguir viviendo, tal vez de otra manera, pero seguir viviendo, eso justifica nuestra conciencia de seres vivos”
OPINIÓN. Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA
15/07/22. Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el significado de la vida: “El hombre aspira a la trascendencia en sus más diversas formas. Bien teniendo fe en una vida posterior a la muerte, bien transmutándose en otros seres vivos, bien...
...siendo trasladado a un paraíso donde poseerá todos los disfrutes”.
El dilema humano de la trascendencia
No veo orgullo, ni sano ni insano. Yo no digo que merezcamos un más allá ni que la lógica nos lo muestre; digo que lo necesito, merézcalo o no. Y nada más. Digo que lo que me pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y que sin ella me es igual todo. Yo necesito eso, ¡lo ne-ce-si-to! Y sin ella ni hay alegría de vivir, ni la alegría de vivir quiere decir nada. Es muy cómo esto de decir: ‘¡Hay que vivir!’, ‘¡Hay que contentarse con la vida!’ ¿Y los que no nos contentamos con ella?
Miguel de Unamuno
Para mí, los seres humanos somos intrascendentes. Y eso hay que reconocerlo, nos traslada una sensación de angustia, la que procede de nuestra contingencia, del destino de disolvernos en la nada. La angustia que proporciona el saber que el hombre es un ser nacido no solo para la muerte como dijo Kierkegaard, sino también para el olvido.
Pero también el hombre aspira a la trascendencia en sus más diversas formas. Bien teniendo fe en una vida posterior a la muerte, bien transmutándose en otros seres vivos, bien siendo trasladado a un paraíso donde poseerá todos los disfrutes. Y aquí entra la razón de ser de las religiones que alivian esa angustia sobre el propio sentido de la vida.
Decía Saramago que “Dios es el silencio del universo y el hombre el grito que da sentido a ese silencio”, yo añadiría que es en ese silencio donde muchos encuentran la huella de Dios, en el silencio de los claustros, de las grandes catedrales, de las ermitas y de los amaneceres y en otros sonidos que le son hermanos a esos silencios como el ulular del viento, el soplo de la brisa, el rumor de las olas y, especialmente, las sonrisas de los niños.
Queremos trascender para seguir viviendo, tal vez de otra manera, pero seguir viviendo, eso justifica nuestra conciencia de seres vivos, aunque sea una vida externa a nuestro cuerpo, espiritual como la que deseaba Unamuno y de la que nos habla en el “sentimiento trágico de la vida”.
Un modo de trascendencia es la obra que uno deja después de desaparecer físicamente, y que podemos ver desde diversos aspectos. El primero la huella que en forma de recuerdo deja entre los que lo conocieron, especialmente en sus familiares y amigos con los que compartieron vida. Cada amigo que se va deja en mi un resplandor que me acompaña en la vida. El segundo, las obras que realizó en su vida que pueden ser de muchos tipos, literarias, arquitectónicas, de ingeniería, de investigación… y que se traducen en libros, premios, monumentos, nombres de calles y plazas... Por último, la herencia vital que puede dejar, los hijos y el ejemplo, que se traduce en la trasmisión de valores.
La memoria de los seres queridos dura lo que ellos duran más los que sobre ti son capaces de trasmitir, normalmente de modo idealizado, a sus descendientes y allegados, pero raramente trasciende a dos generaciones. Así, los cementerios se llenan de nombres anónimos y lápidas descuidadas.
En cuanto a la trascendencia por las obras es un tema diferente. Hay personalidades que dejaron su huella indeleble en los diferentes aspectos de la vida, ya sea en los avatares de la historia, la ciencia o las artes. Personas como Sócrates, Leonardo da Vinci o Alejandro Magno serán recordadas mientras la humanidad exista, aunque cambien los valores de las diferentes civilizaciones. Aun así, en su trascendencia juegan circunstancias que son ajenas a su propia valía personal. Aristóteles no tendría la importancia que tiene si no se hubieran conservado parte de sus escritos y reflexiones que influyeron de forma decisiva en la filosofía occidental, Leonardo no hubiese sido tan significativo si no hubiese vivido en el Renacimiento, una época en que la creatividad y el papel de la razón, así como los mecenas, ocuparon un lugar preeminente en esta sociedad. Alejandro, no hubiese sido dueño del mundo conocido si no hubiese estado en el lugar debido (La Macedonia de Filipo) y en el momento adecuado, cuando la liga de Delos mostró su debilidad.
A pesar de todo, otros muchos seres humanos que tuvieron por sus hechos notables cierto reconocimiento social en ámbitos locales, traducido en citas de texto o calles de ciudades, son sepultados por el simple paso del tiempo.
Por último también trascendemos por nuestra descendencia, nuestros hijos, incluso por las influencias que tenemos sobre aquellas personas que nos siguieron en nuestros conocimientos y nuestros ideales y sobre los que ejercimos de maestros.
Cierto es que todo lo relativo a la trascendencia de el hombre está unido a la pregunta postrera sobre lo que hay después de la muerte, pero yo creo que deberíamos comenzar por otra pregunta como planteó en su día Virginia Wolf, ¿Qué es la vida? Si lográramos saberlo tal vez tendríamos más clara la respuesta a la primera.
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