“Lo que no cabe duda, es que los factores principales que nos llevan al mal están en los que nos apunta nuestro gran filósofo Emilio Lledó, la ignorancia, el egoísmo y la codicia”
OPINIÓN. Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA
02/03/23. Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el mal: “En tercer lugar está la codicia, tan corriente en estos días en nuestra sociedad. Y no me refiero a la legítima ambición que toda persona debe de tener en sus proyectos de vida y...
...que tanto puede significar los éxitos personales como profesionales, sino ese afán sin límite de poseer más y más, pasando por encima de cualquier persona y cualquier principio. En ello sí que se encuentra el principio del mal”.
Repensar el mal
“La raíz del mal está en la ignorancia, el egoísmo y la codicia”
Emilio Lledó
Confieso que el mal, junto con el miedo, han sido temas que me han llamado la atención como hechos intrínsecos al ser humano.
El primero ha sido siempre un hecho central en la vida del hombre y de la sociedad, y aunque se haya intrínsicamente unido al tema de los valores y por lo tanto sujeto a la relatividad, siempre se ha hallado presente en la realidad humana, bien para distinguir el pecado de la virtud, o a los buenos de los malos.
La Iglesia católica dio sentido y equilibrio a este fenómeno introduciendo la figura del demonio, íncubo de nuestro pensamiento y centro de todo mal “sin mezcla de bien alguno”. Si existe el mal es porque existe el demonio. Que nos tienta y conduce a quebrantar las leyes de Dios (y las de los hombres de paso). A pesar de ello, al situarlo en la órbita angélica, da a los propios hombres que pensar sobre su propia naturaleza. Para ello baste leer “La rebelión de los ángeles” de Lamartine, que considera a Dios como un demiurgo y al diablo como verdadero dios.
Este planteamiento de la Iglesia encaja también con la idea de que el mal está dentro del hombre (pecado original) y que es éste quien debe domeñarlo mediante la práctica de la virtud. Un planteamiento más positivista admitiría que el mal se produce por una disfuncionalidad en el comportamiento humano, que se puede llegar a comprender (comprenderlo todo es perdonarlo todo), aunque no a admitir especialmente desde una perspectiva individual.
Al no admitir la razón demoníaca como origen del mal, hay que buscarla en el hombre en instintos perversos y carencia de virtudes. Por lo tanto, en sus valores, originales y adquiridos en su formación, estarían los principales medios para evitarlo. Claro que también aquí habría opiniones encontradas sobre lo que es “bueno” y “malo” y en qué grado puede admitirse cada uno, donde nos encontraríamos con el tema de las trasgresiones y el pecado, también de difícil comprensión racional.
Lo que no cabe duda, es que los factores principales que nos llevan al mal están en los que nos apunta nuestro gran filósofo Emilio Lledó, la ignorancia, el egoísmo y la codicia.
La ignorancia puede llevarnos al mal por desconocimiento. El ignorar la realidad en su complejidad y diversidad, el no saber las consecuencias de nuestros propios actos, puede generar mal en muchas ocasiones.
Otra causa que argumenta el filósofo es el egoísmo, que nos lleva en muchas ocasiones a actuar en función únicamente de nuestro propio provecho, sin tener en cuenta el bien de los demás perjudicando incluso a personas que amamos.
En tercer lugar está la codicia, tan corriente en estos días en nuestra sociedad. Y no me refiero a la legítima ambición que toda persona debe de tener en sus proyectos de vida y que tanto puede significar los éxitos personales como profesionales, sino ese afán sin límite de poseer más y más, pasando por encima de cualquier persona y cualquier principio. En ello sí que se encuentra el principio del mal.
Yo añadiría incluso otra causa, la soberbia, que nos hace sentirnos, sin argumentos, superiores a los demás y despreciarlos.
Se puede argumentar que en el origen del mal están los llamados por la Iglesia ‘los pecados capitales’.
Lo cierto es que el mal existe en nosotros y en los demás y que se debe luchar contra él, especialmente con la bondad, que también existe en los hombres, así como la piedad y la clemencia, fruto de la comprensión de nuestra condición de seres humanos.
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