“El tema no es en dejar de ser racistas, echo imposible sin una siempre lenta educación social, sino en no comportarnos como tales”
OPINIÓN. Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA
09/11/23. Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el racismo: “Creo que se nace, o se educa después del nacimiento, con unos valores que nos inocula el propio ambiente en que vivimos y nos hace ponernos alerta ante el 'otro', más aun...
...si ese 'otro' está lleno de tópicos atenazados en nuestros hábitos y compartidos con nuestro entorno más próximo”.
Del racismo asesino al racismo cotidiano
“¡Ay de ti, destructor que aún no has sido destruido, traidor no traicionado! Cuando hayas terminado de destruir serás destruido, cuando hayas completado tu traición, te traicionarán”
Libro de Isaías
En la vida hay gentes (y grupos) cuya maldad y arbitrariedad ofende a la moral y a la razón. Hechos como el Holocausto judío por los nazis no solo son difíciles de entender, sino que provocan indignación en los hombres de buena fe. Pero no solo es este ejemplo tan evidente el que se puede argüir, sino que de forma cotidiana hay trasgresores de las más reglas de las éticas más básicas como son los llamados derechos humanos.
Dice Saramago en sus Cuadernos de Lanzarote, que un día fue invitado a cenar en un restaurante que quedaba cerca del Harlem y como su hotel estaba también próximo decidió ir andando hasta él. El caso es que se perdió en el trayecto y estaba anocheciendo por lo que comenzó a sentir temor por las pintas de las personas que le rodeaban en la calle. Al fin y a base de preguntar a los transeúntes logró dar con el restaurante. Fue entonces que se dio cuenta que a todos los que había pedido referencias eran blancos. Su conclusión es que el racismo lo llevamos todos dentro.
Creo que se nace, o se educa después del nacimiento, con unos valores que nos inocula el propio ambiente en que vivimos y nos hace ponernos alerta ante el “otro”, más aun si ese “otro” está lleno de tópicos atenazados en nuestro hábitos y compartidos con nuestro entorno más próximo.
El tema no es en dejar de ser racistas, echo imposible sin una siempre lenta educación social, sino en no comportarnos como tales. Para ello debe de haber primero una normativa que por un lado prohíba actos de este tipo, los penalice apoye y favorezca la integración del “otro” en nuestro entorno, como resulta en el caso de los refugiados en Europa. En estos apoyos es donde las mente más reaccionarias se indignan bajo el falso argumento de que al “otro” se le trata mejor que al “propio” y se les una ventajas de las que estos carecen.
Recuerdo que hace años leí un magnífico libro, del premio Nobel Gunnar Myrdal, El Dilema Americano, basado en un informe encargado por el gobierno de los EEUU sobre las desigualdades de los afrodescendientes de este país respecto a la población blanca.
La principal conclusión tras un extenso trabajo de campo, es que estas diferencias no había razones genéticas, sino de educación, sanidad y carencia de servicios. Los negros americanos no eran inferiores a los blancos, sino que habían llegado a serlo por las condiciones de vida a que los había llevado la propia sociedad americana. La única solución que el veía a este problema es que durante los próximos años vivieran en condiciones superiores a los blancos (mejores escuelas, mejor sanidad, mejores servicios,… Cosa a la que los blancos no estaban dispuestos a consentir.
Bajo esta perspectiva habría que examinar los problemas con los inmigrantes en Europa.
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