“Es evidente que el trabajo dignifica al hombre, pero más lo dignifica el ocio, entendido como lo hacían los romanos, un placer en si mismo”

OPINIÓN. 
Piscos y pegoletes. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA


05/09/24. 
Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la muerte por exceso de trabajo: “Puede decirse que ya no hay mejor retribución que el placer de trabajar disfrutando al mismo tiempo. El resto de los humanos trabajan, con más o menos...

...ahínco según su propia condición, para ganarse la vida y realizarse en su tiempo libre. Por ello es difícil entender que haya personas que sacralicen su trabajo hasta el punto que les ocasione la muerte”.

Morir de “Karoshi”

Oyendo hace poco un programa radiofónico, escuche que en Japón existe una palabra que se refiere a la muerte por exceso de trabajo, el “Karoshi” (disculpe el lector si la expresión no es correcta, pues está tomada al oído, como antes los números de la lotería que aparecían en los periódicos). No es de extrañar que esto ocurra en un país donde la devoción al trabajo tiene un carácter semi sagrado, como la del emperador, que se traslada también a la empresa donde uno lo ejerce. Ellos han puesto nombre al fallecimiento por esta adicción, como nosotros se lo hemos puesto a ir de copas cuando nos vamos a divertirnos y a beber a la calle, cada uno adapta el idioma a sus necesidades y hábitos.

Es significativo que una maldición bíblica, “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, pueda llegar a convertirse en una adicción que nos provoque la muerte. Es pasar de una necesidad a un hábito, hasta vicio podríamos decir, mortífero.

En una sociedad como la actual, el trabajo como realización y crecimiento personal es escaso, y pueden considerarse afortunados los humanos que durante su vida trabajan y disfrutan a la vez, independientemente de lo que se les retribuya. Puede decirse que ya no hay mejor retribución que el placer de trabajar disfrutando al mismo tiempo. El resto de los humanos trabajan, con más o menos ahínco según su propia condición, para ganarse la vida y realizarse en su tiempo libre. Por ello es difícil entender que haya personas que sacralicen su trabajo hasta el punto que les ocasione la muerte.


Es evidente que el trabajo dignifica al hombre, pero más lo dignifica el ocio, entendido como lo hacían los romanos, un placer en si mismo. La exaltación del trabajo proviene de una visión materialista, no precisamente histórica, del protestantismo como lo describió Max Weber en su libro “El protestantismo como espíritu del capitalismo” y que se encuentra en el origen de la revolución industrial. El problema es que esa interpretación “ética” del trabajo mataba también al hombre peor no por adicción, sino aniquilación física directamente.

Para mí está claro que el trabajo no nos trae nada bueno si no lo consideramos como un medio que nos haga felices a todos, especialmente a los que lo practican.

Imagen: Gráfico vectorial diseñado por Freepik

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