“La ciudadanía tiene que recuperar la soberanía económica. Supeditando la economía a dar respuesta a la crisis social y ambiental que encaramos

OPINIÓN. Las historias que nos contamos. Por Carmen Molina Cañadas
Bióloga y ecologista


07/06/21. 
Opinión. La bióloga Carmen Molina escribe, en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, un texto sobre la pérdida de soberanía por parte de los ciudadanos: “Así que la soberanía, en realidad la ejerce el poder económico de las élites mundiales y no la ciudadanía. La globalización ha potenciado este hecho y los tratados internacionales de comercio lo han normalizado. Hay un gobierno...

...global soberano sin rostro, nada representativo, que ostenta cada vez más poder y resta soberanía. El hecho de que la riqueza a nivel mundial se acumule cada vez en menos manos es la manifestación clara de este hecho”.

Soberanía y territorio

¿Quién ostenta en la actualidad la soberanía en todos los ámbitos y territorios del planeta, en esta aldea global en que nos hemos convertido?


Hablamos, sin analizarlo demasiado, del Sur global, del Norte rico, de las periferias de un sistema global o de los márgenes de ese sistema. Son expresiones que conforman un discurso que cambia nuestra percepción del espacio que ocupamos y del territorio que nos contiene. Es como un juego dialéctico en el que la geopolítica conforma y decide las relaciones entre estados. Al fondo, conflictos fronterizos, refugiados que migran buscando territorios y horizontes amigables que difícilmente encontrarán.

Hay muchos “sures” en el norte que mantienen una relación económica de neo-colonia, en relación a un, cada vez mas reducido norte rico global. Y los territorios fuera de ese privilegiado círculo, carecen de soberanía para decidir cómo gestionan y usan el espacio que ocupan.

La soberanía tiene distintas escalas. Como ciudadanas, somos sujetos titulares de derechos políticos, a la vez que estamos sometidos a leyes autonómicas, estatales y de instituciones supraestatales como la Unión Europea, además de otros marcos globales como los que imponen los tratados de libre comercio, que son limitadores de soberanía, sin duda. La soberanía ciudadana está menos delegada, cuando los derechos y los deberes se concretan en un espacio próximo o local. Es más fácil ejercer nuestra soberanía y sentir como nuestro lo que conocemos en primera persona, lo que nos afecta a nosotras y lo que afecta a nuestros prójimos y vecinas de forma directa.

Hay en la percepción del paisaje y paisanaje que compartimos, un componente emocional. Sentir como nuestro el territorio que pisamos, no por poseerlo, sino porque nos acoge, puede significar asumir un proyecto colectivo que valga la pena y que consideremos nuestro. Un proyecto ligado al territorio, pero no entendido éste como superficie y divisorias sino como continente del paisaje y las personas que lo habitan. Ese paisaje, que mientras perdura, es testimonio de pasado y esperanza de futuro.

Por esto es imperativo fortalecer y hacer efectiva la soberanía, partiendo del nivel municipal, asegurando la representación y participación de los vecinos (munícipes) y potenciar las herramientas de participación y corresponsabilidad vecinales. Es el municipalismo una herramienta esencial.


Si vamos a un ámbito superior de gobernanza, asumimos que todos los Estados de la UE, en mayor o menor grado y a pesar de que la soberanía que prima todavía es la soberanía nacional, han cedido una parte de ella a esta institución que, lamentablemente, todavía carece de un parlamento que haya alcanzado la mayoría de edad, ya que como europeos no tenemos aún una constitución.

Desde un punto de vista económico, en general a todas las regiones y jurisdicciones territoriales menores les toca jugar el papel en que, el dinero que generan es el resultado de vender y estropear los recursos de los que disponen, poniendo en peligro la salvaguarda de los bienes comunes que garantizan la supervivencia, y por tanto hipotecando el futuro. En este sentido está justificado decir que somos una tierra sin soberanía y en el contexto socioeconómico global la situación en muchos lugares del sur y otras periferias europeas es la de ser colonias del siglo XXI.

En aras de la convivencia en cualquier sociedad, hay que definir los mecanismos y formas de gobierno territoriales que permitan y aseguren a los ciudadanos unos mínimos para disfrutar de un buen vivir en libertad y ejerciendo la solidaridad. Buen vivir significa asegurar el disfrute efectivo de derechos como la educación, la sanidad, el techo, acceso a la energía, al agua y a alimentación sana, el cuidado de los mayores y los refugiados entre otros. Para esto hay que concretar en el marco de convivencia e incluir soberanías, como la alimentaria o la energética. Algunos de estos derechos se pueden concretar desde el ámbito municipal, pero otros encuentran mejor encaje en estructuras de gestión de nivel autonómico, federal o confederal, de manera que se aseguren los derechos y el bienestar de las personas allí donde vivan, es decir facilitar que sean soberanas.

De nuestro propio pasado reciente y el de estados como Portugal y, especialmente, Grecia (recordemos como estaba en 2012 y como continúa estando) ha quedado bien a las claras que, en una Europa sin constitución y con un parlamento limitado, la soberanía ha estado en manos del poder económico y que los estados se han plegado a él, supeditando los derechos de las ciudadanas a, por ejemplo, dar "prioridad absoluta" al pago de la deuda, algo que lamentablemente se incluyó en la constitución vigente, sin preguntar a los depositarios directos de la soberanía que somos los ciudadanos. En la actual situación parece que las prioridades económicas hubiesen cambiado, pero no es así. Lo que ha cambiado es la situación general de degradación ecológica y disminución de recursos energéticos y materiales en general.

Así que la soberanía, en realidad la ejerce el poder económico de las élites mundiales y no la ciudadanía. La globalización ha potenciado este hecho y los tratados internacionales de comercio lo han normalizado. Hay un gobierno global soberano sin rostro, nada representativo, que ostenta cada vez más poder y resta soberanía. El hecho de que la riqueza a nivel mundial se acumule cada vez en menos manos es la manifestación clara de este hecho. La globalización económica está permitiendo intercambios financieros y comerciales sin límites de fronteras, mientras impide movimientos de personas y deja que se mueran los desposeídos y los que huyen de conflictos bélicos, de gobiernos injustos o, cada vez mas, de condiciones climatológicas extremas que expulsan a las gentes de sus tierras.

Hay que romper el paradigma de que el crecimiento económico permanente sea condición necesaria e incuestionable para progresar. De sobra sabemos que no puede ser en un planeta finito del que ya hemos extraído y consumido recursos físicos, que nunca más volverán a estar disponibles. No podemos mantener una economía equivocada asumiendo que crecer es la única manera de generar empleo, porque el objetivo de la economía es asegurar el bienestar de los ciudadanos que viven hoy y de las que están por llegar, sin sobrepasar los límites planetarios.

Debemos andar los caminos que faciliten una transición ordenada hacia un modelo de economía estacionaria donde impere sobre todo el bien común.

La ciudadanía tiene que recuperar la soberanía económica. Supeditando la economía a dar respuesta a la crisis social y ambiental que encaramos. ¿Cómo empezar a hacerlo?: Por ejemplo, incluir en un nuevo marco constituyente, que no se antepongan los intereses comerciales y financieros a los derechos de las personas. Un Anti 135, dicho sin rodeos. Para conseguir objetivos de este tipo se requiere que este marco también se incluya a nivel europeo, no solo estatal. Al menos, un nuevo tratado que complete el poder del parlamento, y con un núcleo de países que realmente crean en esa Europa con identidad ciudadana y no sólo de los mercados.

Creo que hay un sentir general manifiesto a favor de una Europa de los ciudadanos.

Me gusta pensar en un marco constituyente que potencie la soberanía a distintos niveles, desde lo más local hasta lo europeo, un marco enfocado al aseguramiento de los derechos de todos los ciudadanos/as y la preservación de los recursos naturales de los que dependemos, por encima de los intereses comerciales y financieros globales. La soberanía global depende de que se respeten las soberanías de cada comunidad local.

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