“Los cánceres de la cementera o de los atascos son para los vecinos de barrios sumisos, pero que un ayuntamiento no recicle es algo demencial y a todas luces intolerable”
OPINIÓN. ECOselección BlogSOStenible. Por Pepe Galindo
Profesor de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la UMA15/12/23. Opinión. El profesor de la UMA, Pepe Galindo, comparte en su espacio de colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com textos de su web Historias incontables. En esta ocasión es un relato sobre los motivos para ser alcalde: “A los ciudadanos tampoco nos importó —al menos, no a la gran masa— cuando el regidor mandó talar los árboles de varias calles o cuando le dio por podar ridículamente...
...los de unas plazas. Todo sin compasión, ni por las plantas ni por los viandantes del verano”.
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Por qué quise ser alcalde
El papeleo me destroza el ánimo. En mi trabajo, soy una persona activa y alegre…, hasta que llega el típico mail que me pide amablemente que pierda mi valioso tiempo. Me solicitan que mande datos que ya tienen, porque son suyos; o que ya les facilité por duplicado meses atrás. A veces, quieren que rellene una encuesta de mil cuestiones. Mi norma es cerrar el navegador a la décima pregunta. «Fallo del sistema», pienso. La rabia me carcome cuando piden algo «en papel»; o cuando tengo que formatear a su gusto datos que están al mío.
Por favor, burócratas del mundo, no me hagáis perder tiempo porque seáis sencillamente comodones o directamente incompetentes. Esta gente debe pensar que el tiempo es oro; y por eso te lo quitan.
La semana pasada tuve que ir al ayuntamiento para un trámite sencillo. Mientras esperaba, me senté en un rincón. Por mi lado, nadaron con fluidez unos gordos peces con corbata. Pasé desapercibido oculto tras unas algas. Entre el fango consistorial, balbucearon esta nauseabunda conversación:
—La cementera se queda donde está —sentenció uno con rotundidad—. Ni contaminación ni pamplinas. La empresa colabora en muchos programas del ayuntamiento y dona un buen dinero a organizaciones humanitarias…, grupos de vecinos y esos rollos. Los tiene comprados.
—Tenemos todos los informes que queramos, pero los ecologistas meten ruido.
—Hazme caso. Son cuatro gatos mal contados; y a la gente no le interesa saber qué narices respira. ¿Qué va a ser? Aire. Vamos a mi despacho. Aquí las paredes tienen orejas.
Desaparecieron de mi vista —y de mi vida— como habían llegado. Cualquier persona sensata, al menos se plantearía si indignarse o no. En mi caso, ni eso. Los tejemanejes de los ayuntamientos salen en las noticias y en el BOE. Miren lo del Algarrobico de Almería. Otra sonrojante vergüenza nacional, como la de los toros, la de Doñana o la de Marina Isla de Valdecañas.
A los ciudadanos tampoco nos importó —al menos, no a la gran masa— cuando el regidor mandó talar los árboles de varias calles o cuando le dio por podar ridículamente los de unas plazas. Todo sin compasión, ni por las plantas ni por los viandantes del verano.
Menos aún interesa el desprecio del Gobierno municipal hacia nuestro río y hacia los caballos de las calesas para turistas de poca monta. Desde aquí pido perdón a los equinos en nombre de la humanidad. Y hasta diría que algunos votantes se alegran de que haya más cemento y menos árboles; más césped de plástico y menos verde natural; más circunvalaciones y menos fauna urbana; más luces navideñas y menos respeto al descanso; más farolas encendidas cuando no toca y cero ahorro de luz y agua, ni en sequía ni con saqueo.
Olvidadas estas nimiedades, mi mente se fue a lo importante. Repasé mis papeles para comprobar por enésima vez que estaban en orden todos los que exige la burrocrática normativa vigente (perdón de nuevo a los equinos). En ese momento, estalló mi indignación más irracional. Un funcionario del ayuntamiento llevaba un tocho de quinientos o mil folios y lo tiraba a la papelera junto con botellas de plástico y la piruleta de un niño, calificada de «asquerosa» dos minutos antes.
Obviamente, aquello era intolerable. Los cánceres de la cementera o de los atascos son para los vecinos de barrios sumisos, pero que un ayuntamiento no recicle es algo demencial y a todas luces intolerable. Puede que hasta insostenible, aunque, con el desastre del reciclaje en España, tampoco debe ser para tanto.
¿Qué puede hacer un ciudadano corriente ante este atropello? En efecto, solo una cosa tan sensata como inconsciente: presentarme para alcalde. Así ganaré tiempo quitándoselo a los demás.
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