El Envío de Noticias se retomará después de las vacaciones en el mes de septiembre
27/07/07. Comunicación. EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com se va de
vacaciones e interrumpe durante el mes de agosto el Envío de Noticias. Como
despedida a los lectores, ‘Una historia
de verdad. Dos décadas de conflictos con alcaldes y broncas con los poderes
locales’, extenso artículo que repasa...
El Envío de Noticias se retomará después de las vacaciones en el mes de septiembre
27/07/07.
Comunicación. EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com se va de vacaciones e interrumpe durante
el mes de agosto el Envío de Noticias. Como despedida a los lectores, ‘Una historia de verdad. Dos décadas de
conflictos con alcaldes y broncas con los poderes locales’, extenso artículo
que repasa lo que han sido veinte años de vida de esta publicación en paralelo
al devenir de una ciudad, Málaga, “que ha dejado de ser tantas veces que ya
poco se puede decir de lo que ha venido siendo”. El reportaje está incluido en
el último número de EL OBSERVADOR y puede acceder a él en pdf completamente
gratis en la web. Volveremos en septiembre.
EN diciembre de 1987 aparece el
primer número de El Observador papeles/imágenes,
más tarde revista de culturas urbanas.
Su portada ya era una declaración de principios en muchos sentidos. La ocupaba
una recreación de la imagen de la cubierta del libro Málaga in memoriam, editado simultáneamente por la Universidad de Málaga,
y coordinado por Javier Ramírez, entonces uno de los directores de la revista
junto a Fernando Rivas, que sigue siéndolo todo este tiempo. Con esa imagen de
cubierta, El Observador mostraba su voluntad de prestar atención tanto a la
actualidad como a la historia local, con el correspondiente desarrollo de temas
en el interior; revelaba una voluntad inédita y pocas veces repetida en la
tradición local: la reproducción-recreación de la carátula de un libro es lo
primero que la revista muestra; y pese a la evidente escasez de medios con que
aparece, una voluntad clara de delimitar un lenguaje gráfico distinguible de
las tendencias en boga en la época.
EL segundo número también llevaba en la
portada un verdadero manifiesto. Denunciaba la manipulación de los ánimos en
contra de esa Sevilla que, a estas alturas, todos reconocemos como ficción
interesada, pero entonces era epidemia. Por el otro señalaba la orientación
capitalina de la Junta
de Andalucía y su reinvención del centralismo. En otra dirección, El Observador
aparecía como publicación independiente con carácter político y social. Esta
conjunción es lo que va a marcar el devenir de la revista, tanto en lo que a
línea editorial se refiere como a los altibajos, momentos álgidos y
momentos peores por los que ha pasado.
A
finales de los años 80 el panorama de la información impresa en Málaga no tenía
mucho que ver con el de ahora. Todavía no se habían producido las macrofusiones
que darían lugar a los grandes grupos, e incluso la mayoría de los que hoy
operan en el viscoso mercado de los medios de comunicación no habían hecho aún
su aparición. No hacía tanto que el gobierno [Felipe González] había liberado y
puesto a la venta los periódicos de la llamada Prensa
del Movimiento, y que éstos habían pasado a manos privadas. El caso de
la privatización de diario Sur, que formó parte de esa cadena, es quizás uno de
los más curiosos, con ese punto de aspiraciones trágicas y exhalaciones
ridículas que casi todo tiene en Málaga. En el momento de la salida a la calle
de El Observador, la situación se encuentra en un punto intermedio entre la
privatización reciente de esas publicaciones y su futura adscripción a grupos
mediáticos con expresa voluntad de gran expansión empresarial. No obstante, hay
que recordar que los diarios locales que entonces existían -Sur, etc- eran los
ejemplos -dominantes- de carácter empresarial y profesional en el campo de la
información impresa en el ámbito provincial.
MIRANDO en dirección de las revistas las circunstancias eran muy distintas. Las revistas de información general existían a nivel nacional. Cambio 16, Tribuna y otras más o menos relevantes, casi todas productos de la transición y algunas (El Globo, de Prisa), que supusieron los primeros tanteos de esos tiempos en que eran menos protagonistas los grupos de comunicación que la información sobre los acontecimientos reales. En los ámbitos regional y local había y sigue habiendo intentos, pero lo cierto es que ninguno ha prosperado. Es en otra dirección donde habría que mirar para encontrar ejemplos de revistas de ámbito local.
DURANTE los años 80 se produjo la explosión de las revistas culturales. El PSOE, que dominó en todos los niveles de la Administración del Estado en esa década, tuvo verdadera obsesión por el lanzamiento cultural del país. Menos por la educación, pero es que colegios, escolares y profesores autóctonos no dan tan buenas fotos como la de esa/e ministra/o junto al Rostropóvich de turno (quien dice un chelista ruso dice Miguel Bosé o Rocío Jurado, por evitar citar estrellas vivas).
ALGUNAS
de estas revistas culturales, o así llamadas, eran oficiales, como boletines
más o menos informativos o simplemente propagandísticos de las entidades
públicas (Ministerio de Cultura, áreas de cultura de diputaciones y
ayuntamientos, etc.), pero la mayoría surgía a iniciativa de grupos de personas
interesadas o más o menos integradas en el más que escueto panorama
artístico-cultural local, o lo que entonces se entendía por tal (los panoramas
culturales también han cambiado mucho). Todas esas revistas se sostenían en un
dinero público más o menos generoso. Muy excepcionalmente duraban más de unos
pocos números, y en cuanto a constancia o regularidad no se puede decir mucho
de ellas. Se trataba de proyectos en los que se mezclaban el voluntarismo, el
exhibicionismo y otros ismos, algunos aún más desafortunados que el resto, pero
que en cualquier caso definían una situación no profesional dentro de un
proyecto que en ningún modo se podía enmarcar dentro de una producción
empresarial.
GENERALMENTE las revistas culturales se apoyaban en subvenciones públicas conseguidas a través de la amistad, la afinidad o el carnet de partido (más cercanía, más dinero), así que mostraban una desmedida simpatía hacia la programación cultural de las entidades que las subvencionaban. Esto, no hace falta explicarlo, sigue siendo así, pero en aquellos años en que se iniciaba o era muy reciente la aparición de la gestión pública de bienes y recursos económicos en materia cultural, se notaba más.
ES
decir, pocas revistas paradójicamente llamadas culturales hicieron valer la necesidad de la reflexión, el
análisis, la crítica y el debate, y propusieron estrategias prácticas para que
eso se hiciera público y abierto. La mayoría de ellas se limitó a la
publicación de textos sobre lo que hacían otros que no eran los que escribían
los textos. En definitiva, como la mayoría de todo lo que tuviera que ver con
la palabra cultura, se trataba de la difusión de la conducta de recepción en
que se basa la concepción de la vida cultural que trabajan las instituciones
públicas, y que no son otra cosa que trasunto de la mentalidad con que los
partidos abordan el asunto: la cultura es ser espectador pasivo, no activista.
Comenzó el PSOE, no demasiado disimuladamente, y el PP impulsó la visión
comisarial hacia la de somatén, y le aplicó privatización y subsidiariedad. De
ahí que la noción de cultura de este país sea la negación de la actividad y la
autonomía intelectual. Las revistas culturales de la época eran excelentes
transmisores de esa noción y nulos estimuladores de lo contrario.
LA resaca de los primeros 80 en cuanto a diseño, el déficit metodológico y su servilismo causaron la caracterización de estas revistas con el calificativo de sobrediseñada, que venía a ser como una especie de contradeclaración de principios que permitía exhibir el vacío de la noción y las prácticas de lo que se denomina cultura en términos oficiales, pero con buenas pintas.
EL OBSERVADOR se presentaba en su portada como todo lo contrario. Un diseño muy parco, con clara referencia a los formatos informativos y no a los medios culturales; sin color y una cierta rudeza visual, muy lejana de la adopción de las apariencias pop y la influencia americana que, salvo excepciones, entonces imperaba en el grafismo nacional. A pesar de ser revista de culturas urbanas, El Observador nunca se pretendió revista cultural, en ninguno de los sentidos en que antes se definió qué era tal cosa, pero tampoco en otro que los contradijera. El Observador siempre ha tenido sección dedicada a lo que hacen quienes participan en la actividad artística, pero jamás ha adoptado una noción cultural de los hechos y las prácticas de la ciudad.
EN general, la metodología de esta revista siempre ha sido la periodística clásica, la de producirse en un ambiente determinado como medio de captación y distribución de los flujos de información de acontecimientos de su ámbito territorial. Quizás la parte más original y sugestiva de la revista, la que no tenía precedentes locales ni, por desgracia, paralelos ni continuadores -aunque sea sólo por el orden cronológico- es la búsqueda de análisis efectuados por especialistas. La consideración de la necesidad de textos con validez científica ha sido una de las grandes constantes de El Observador. De ahí los extensos artículos sobre urbanismo, ecología o movimientos sociales, en combinación con reportajes amplios sobre temas de actualidad.
EL OBSERVADOR
ha sido desde su comienzo un proyecto empresarial y profesional. Y también y
sobre todo un proyecto de información ciudadana independiente. Su independencia
y su profesionalidad se expresaban con claridad en la práctica crítica, tanto
en el nivel científico, con la publicación de textos escritos por especialistas
en muy diversas materias, como por la parte política, con una muy
característica y consciente distancia de los poderes institucionalizados de
cualquier género y número.
SI bien El Observador
fue capaz de reunir a buena cantidad de colaboradores -periodistas
profesionales de distintos medios locales (antes era posible), profesores
universitarios, arquitectos, abogados, economistas, etc.-, esto no le libró de
numerosos conflictos que se vienen repitiendo más o menos regularmente con
distintos personajes visibles o entidades de peso (calificativos
intercambiables).
EL Observador nace como una publicación
de la editorial
Primtel. Años más tarde pasará a ser propiedad de Airon
Sesenta, nueva marca de empresa, adaptada a los nuevos aires tecnológicos y
necesidades empresariales sin cambiar de equipo en lo básico. En esta empresa
se gesta y se desarrolla un proyecto de revista informativa con un perspectiva
y un desarrollo diferentes de las visiones y versiones oficiales. Centra su
atención en los puntos de fricción y tensión que afectan a la ciudad y sus
habitantes. En lugar de recabar información en las instituciones, las busca en
fuentes directas. Y en lugar de presentar una versión aceptable por los poderes
implicados, busca una interpretación en los estudios científicos y técnicos y
los datos obtenidos de ellos. El Observador se niega a ser mero órgano de
transmisión de las versiones de los profesionales y las industrias de la
política, que ya en los años 80 habían dado suficientes muestras de ser la
versión reducida de como siguen siendo, lo que resulta determinante para que la
línea editorial de la revista, al menos por lo que respecta al tratamiento de
la información política y al trato a los políticos, se mantenga en la misma
posición que en sus inicios.
LA
independencia de un medio informativo se define en estos tiempos por su
pertenencia o no a un grupo de comunicación. Con ser éste un criterio, no es el
único ni el más certero; de hecho, no pasa de ser una simple arma arrojadiza
entre los distintos medios mayoritarios.
El grado y, sobre todo, el sentido de independencia de un periódico se
mide mucho mejor atendiendo a lo que cuenta, y cómo, y a lo que no cuenta, y
cómo.
LA información en Málaga es cualquier cosa menos independiente de los poderes institucionales. El grupo más característico es el formado por los partidos y las instituciones del Estado que ocupan, asociados a su vez a grupos o sectores empresariales concretos, produciendo una sinergia que no tiene paralelo en ningún otro campo ni fenómeno histórico. La confluencia de intereses entre partidos, ayuntamientos, diputaciones (cualquier nivel de la Administración del Estado), constructoras, inmobiliarias, entidades financieras y grupos de medios de comunicación ha acabado por determinar tanto la trama de intereses en que se ha convertido el sistema político-financiero nacional como la imagen que los ciudadanos tenemos de nuestro país.
LOS medios de comunicación local, en Málaga, están sometidos a dos presiones. La del grupo al que pertenecen y la de las relaciones con las fuerzas locales. La noción aplicable de dependencia de estos medios se caracteriza por el alto nivel de sumisión a intereses y voluntades de esas fuerzas -en lugar de producirse como órganos de servicio ciudadano-, y en cuanto a su línea editorial por su grado de fidelidad a la tradición de reducción de sus horizontes al localismo costumbrista -en lugar de seguir la tradición crítica de la prensa democrática. Algún periódico parece seguir fiel a los principios del Movimiento.
LA
suma de los dos factores en la cúspide de sus escalas (máximo nivel de interrelaciones
con los poderes locales y máximo nivel de filolocalismo) resulta en unos medios
de información cuyo signo de identidad sigue la tradición totalitaria
mediterránea, muy en la línea de Mussolini o Franco, con sus respectivas
políticas de ensalzamiento constante de unas ficticias virtudes propias
autoasignadas (los valores patrios)
y la negación por ocultación de la realidad exterior, también convenientemente
ficcionalizada, a la par que exhibición del complejo de inferioridad frente a
todo lo extranjero. Por desgracia, hay varios casos y es muy contagioso. El
trayecto de la prensa local corre parejo a la de la política local o el
ambiente cultural local, o, quizás lo más evidente, del espacio urbano y el
tejido social. Sobre la evolución de los medios locales desde la Transición en adelante,
habrá que esperar a que alguien haga una historia crítica razonada.
EN cualquier caso El Observador aparece cuando esta situación aún no ha incorporado la omnipresencia de los grupos corporativos que hoy dominan el panorama. Y el filolocalismo, aun siendo ya ridículo, todavía no llegaba a los extremos actuales en que todo y cualquier cosa (Semana Santa, la feria, cualquier procesión, Picasso, Banderas, Fran Perea, El Koala...) vale con tal de que sea de la tierra, o adoptado. Aunque bien es cierto que en esos años 80, el diario Sur especialmente, en connivencia tácita con el entonces alcalde Pedro Aparicio, fomentaron el antisevillanismo sobrepasando el inicial patetismo y orientándose con el tiempo a terrenos peligrosos que años más tarde tratarían de borrar de sus respectivos historiales. El antisevillanismo y sus responsables también merecen una historia crítica, aunque se sobrentiende que no será su autor ninguno de esos columnistas hipermalagueños de mucho pregón y mucha presencia.
LA salida a la calle de El Observador coincide también con el ascenso de la influencia de la Universidad en la sociedad malagueña. El equipo que entonces dirigía Martín Delgado desde el rectorado fue bastante más activo que sus sucesores en casi todo, especialmente en los niveles extra-académicos. Seguramente se fijó en que la cosa cultural daba mucho lustre. La ciencia, por ejemplo, no da tanta presencia, que es otra opción de la Universidad. De hecho, era bastante evidente que se trataba de una estrategia de visibilización en la trama local de instituciones respetables. En aquellos años la Universidad tuvo galería de arte, impulsó programaciones musicales de todo tipo -llegó a incluir cantautores- mantuvo el aula de teatro, aunque no le fuera muy bien con la experiencia, abrió su sala de exposiciones tras varias intentonas, aunque finalmente tampoco fuera muy allá... Y apoyó las publicaciones locales. Litoral, Puertaoscura o Bulevar, revistas culturales locales, se beneficiaron de aquellos años de política de brazos abiertos.
TAMBIÉN
El Observador. El entonces vicerrector de Extensión Universitaria, José Ignacio
Velázquez, firmó un acuerdo por el que compraba 400 ejemplares de cada número
al 75% del coste de quiosco. Esta época fue la de mayor regularidad en
ediciones y en tirada en la historia de la revista. Otro
beneficio directo para El Observador fue la conexión con algunos profesores y
alumnos de la Universidad
de Málaga, que aportaron textos, en no pocas ocasiones resúmenes de sus
investigaciones o trabajos. Por supuesto, la crítica sistemática que la revista
hacía a la política municipal, a la Diputación o a la Junta de Andalucía era no
menos sistemáticamente comparada por sus detractores con la que no se hacía a la Universidad y al
controvertido rector Martín Delgado. Lo que solía dar en una acusación de falta
de independencia: la crítica hacia todas las demás instituciones se tornaba,
supuestamente, todo amabilidad en el caso de la Universidad. El caso
real es que si Martín Delgado o la Universidad de Málaga en esa época tenían algún
esqueleto en el armario, ningún medio, ni local ni no local, lo hizo público. Y
los que tenían el Ayuntamiento, la Diputación o la Junta de Andalucía tuvieron, en los casos en que
existía constancia de ser verdad, su justo reflejo en El Observador. Sólo en El
Observador y en ningún otro medio, como puede comprobarse en numerosos casos.
EN aquellos años, por mucho que se pueda opinar sobre el poder de Martín Delgado o de Juan Antonio Maldonado al frente de la Diputación, quien verdaderamente tuvo la ciudad en sus manos y realmente hizo lo que le dio la gana fue el alcalde Pedro Aparicio. Y en esas circunstancias, con un alcalde de manos libres que había empezado en 1979 y seguía y seguiría siéndolo ininterrumpidamente hasta 1995, El Observador se dedicó a informar de lo que estaba sucediendo en esa ciudad que sólo era la Málaga de Pedro Aparicio, un alcalde que jamás negoció nada. Sólo decidió.
LA era de Pedro Aparicio, como puede seguirse en El Observador, fue la de la destrucción del Centro, de La Trinidad, de El Perchel, del Guadalmedina, de La Coracha, de un tejido social tradicional que entonces tenía posibilidades tanto de relevo generacional como de un asentamiento hacia el desarrollo de una cultura popular local, moribunda, pero no cadáver. El Partido Socialista y Pedro Aparicio como cabeza visible, recibieron del franquismo una ciudad casi extinguida y un panorama social bastante atormentado por numerosas penalidades. Urgía una política de izquierdas para reparar y recuperar. En lugar de esto, Aparicio se empeñó a fondo en prolongar el franquismo, tanto en sus maneras de entender el poder como institución personal, como en las medidas aplicables: puro autoritarismo y concepciones desarrollistas insostenibles en cuanto al medio ambiente y en cuanto a la vida social de la ciudad. Aparicio acabó por acabar con la ciudad.
TODO lo que Aparicio destruyó ha quedado sin posibilidad de recuperación. Y entre la opción, nunca planteada en el poder municipal, de recuperar la muy dañada ciudad heredada del franquismo, desde una perspectiva social y abierta, ni tan siquiera tomando modelos brasileños de éxito, sino otros más modestos, donde la racionalidad, la prudencia, la honradez y el conocimiento fueran el norte de la vida, se cogió el vigente: mucho negocio insostenible.
CON Pedro Aparicio y sus secuaces comienza la folclorización de la vida social e institucional y la turistización de la noción de participación ciudadana. La estrategia de anulación del movimiento vecinal y de cualquier iniciativa ciudadana que no fuera la potenciación de las peñas y cofradías, así como la anulación del normal derecho a la visibilidad de cualquier iniciativa crítica fueron las grandes líneas políticas del Partido Socialista a nivel local. El control férreo de la Administración y la inercia del franquismo hicieron posible que el Ayuntamiento que Pedro Aparicio dirigió durante 16 años convirtiera la ciudad en escenario de acción de especuladores inmobiliarios.
LA obligación de Pedro Aparicio, como alcalde, era proteger la ciudad para sus ciudadanos. En lugar de esto, Málaga sufrió un proceso de degradación fulgurante desde un punto de partida a todas luces insostenible. El vaciamiento del Centro, de barrios históricos, la destrucción continuada de espacios de referencia en la vida social... Los malagueños se acostumbraron a pasear por una ciudad llena de espacios fantasma y edificios y calles enteras en ruinas durante años; no pocos siguen así. Los otros malagueños tuvieron que vivir en casas en ruinas y calles en ruinas sin ninguna atención institucional; lo único que se esperaba era su traslado cuando conviniera a los intereses de un núcleo de empresas que sacó mucho beneficio del traspaso de terrenos y la construcción de edificios de oficinas. Esto fue lo más evidente. Ahora está muy de moda hablar de estos asuntos. Incluso en los programas de telemierda. La realidad es que nadie lo ha hecho antes por las razones que apuntábamos: la sinergia partidos-empresas-grupos de comunicación es muy eficaz. Desde hace 20 años, sólo El Observador ha integrado en su línea editorial la información y crítica de la corrupción inmobiliaria desde el punto de vista del perjuicio público y medioambiental (y no desde el punto de vista del daño que se puede hacer a un partido u otro con ellas).
LA segunda parte de la estrategia Aparicio era hacerla pasar por inevitable, y todo lo demás, por consiguiente, también. No era posible hacer de Málaga lo que no ya era, así que sólo quedaba la posibilidad de echarla abajo y hacer pasar por su reconstrucción la libre recreación como decorado, con el correspondiente trasiego de solares, pastillas de terreno y otras denominaciones de espacio libre para construir. En esto se sigue una tradición local que viene de antiguo, quizás desde el asedio a la Málaga andalusí, y que culmina en la expulsión de todos los habitantes de un barrio popular para reconstruir la alcazaba escenográfica que todos conocemos y hoy se prolonga en el cartón piedra de la calle Alcazabilla, el Museo Picasso Málaga, en el muro de la desvergüenza que sustituye a La Coracha, y todos esos alrededores que en un futuro que seguro no tiene remedio alcanzarán su cúspide en un establecimiento sucursal de la colección kitsch de Tita Cervera.
DE todos estos acontecimientos y de su curso fue informando la revista El Observador desde su aparición. Es evidente que en 1987, después de casi una década de Aparicio en el sillón, el nivel de daños y destrucción era tan alto que muy poco tenía remedio. Y eso sin contar que ningún perro viejo aprende trucos nuevos y Aparicio y sus concejales ya sabían todos los que tenían que saber. Lo que pasó en esos años puede verse en la calle aún. Y también en algunos estudios técnicos. En ningún periódico local de aquellos días. Sólo en El Observador se pudo leer un titular como La destrucción del Centro y la colaboración del Ayuntamiento, por ejemplo, o La Trinidad: ¿liquidación por derribo?, o La sombra de la especulación planea sobre El Perchel, o Un ejercicio de valor: desempolvar La Coracha. La lista de ejemplos es larga (de hecho, ocupa 16 páginas de este número); pero sobre todo hay que señalar que esos artículos se publicaron en tiempo presente y real, cuando todo aquello ocurría.
EL declive de Aparicio fue terrible: el
Ayuntamiento endeudado hasta el cuello y en desprestigio absoluto. Tras su
renuncia a ser candidato de nuevo y su recambio por Martín Toval, el PSOE pasó
a ser eso que se llama la tercera
fuerza política. Antonio Romero, candidato que fue de Izquierda Unida,
daba saltos de alegría impulsado por el sorpasso.
De muy arriba en sus respectivas formaciones políticas vino la orden de al enemigo ni agua, así que de pactos
mejor no hablamos. Romero se había destacado en el frente antifelipista Julio
Aznar-Josemari Anguita, y González, que sabía que le quedaba poco y que aquello
«era la misma mierda» en su propia expresión, siguió el principio de morir
matando. Celia Villalobos fue alcaldesa en primavera de 1995; en minoría, pero
lo fue. Es que era la lista más votada. Desde entonces, el Ayuntamiento de
Málaga está en manos del Partido Popular. No fue la única institución que
cambió de manos. La
Universidad y la Diputación también. Esta última institución pasó
a manos del Partido Popular durante cuatro años gracias a un acuerdo con don
Jesús Gil y Gil, que a cambio consiguió la presidencia de la Mancomunidad de
Municipios de la Costa
del Sol. Justo es decir que los demás partidos con representación le dijeron al
amigo Vázquez Alfarache y a Javier Arenas que le votarían incondicionalmente
para que no facilitara el camino a Gil. Pues no.
CON
el cambio de equipo rector vino también un cambio en la política de la Universidad. Es un
lugar común en la ciudad la sucesión del hombre del traje gris. Díez de los
Ríos es un hombre corriente y sin grandes aspiraciones personales de brillo
propio, lo cual le podría definir como hombre cabal; no es así, claro. El
problema es que, tras la época exhibicionista de Martín Delgado, vino una era
de mediocridad que una mejor gestión económica no pudo evitar.
LO anterior ha sido una pequeña digresión para entrar en la tercera época de El Observador, y explicar que la salida de Velázquez condujo a la suspensión de la colaboración de la Universidad con la revista. En el número de mayo de 1991, el logo de la Universidad -ése de la palomilla con el que los picassos vivos quisieron sacarle a la docta institución unas perrillas- desaparece. Esto coincidía con el comienzo de los años de crisis económica de la década pasada. Fueron malos para todo el mundo menos para los de siempre, y la reiteración hasta el sarpullido de la frase la crisis ha tocado fondo demostró fehacientemente no servir para salir del hoyo. La revista siguió su camino manteniendo su regularidad hasta el año 1994. En ese año se hace el experimento del Suplemento espontáneo. Se trata de la publicación de la revista por entregas parciales, que después se unen en el número final, que contiene otras informaciones. El suplemento espontáneo se entregaba gratuitamente en la calle.
EN el número 28, primavera-verano de 1994, El Observador deja de publicarse hasta octubre de 1996, en que aparece con un nuevo diseño; un formato más pequeño, distinto papel, cubierta en brillo. El nuevo intento dura tres números, hasta abril de 1997.
EL Observador deja de salir hasta mayo, pero de 2002, con lo que el ayuntamiento de Celia Villalobos no encuentra en esta ciudad ni un sólo eco impreso de la contestación que merecía por sus actuaciones, más allá de esos periodos coincidentes ya señalados: sólo tres números, cuando se hubiera merecido un diario para ella sola. La voluntad de la alcaldesa de dejar Málaga perita no se corresponde con la realidad de sus actos, más ceñidos a sus ganitas de crecer dentro del éxito al que su partido estaba condenado durante los años siguientes que a las necesidades de la ciudad, efectivamente sentenciada a años de lentitud que el lastre dejado por Aparicio imponía y la crisis económica del momento no ayudaba a aligerar.
EN aquellos años, especialmente entre el 93 y el 96, también asistimos a la gran bronca montada por la extrema derecha aznariana, la Era de la Gran Crispación, la legislatura de la pinza y, en fin, todo eso que hace de aquellos años un pésimo recuerdo, el germen del ambiente preguerracivilista que el Partido Popular quiere y está logrando reinstaurar en la sociedad española.
EL Observador quedó en una conflictiva situación en medio de aquella batalla. Las muchas barbaridades cometidas por Pedro Aparicio a lo largo de los 16 años como alcalde, se coronaron en unos últimos años en los que la pésima gestión y la nefasta política se unieron a un estado de endeudamiento insostenible, lo que se manifestaba en una parálisis municipal insultante para la ciudad.
AHORA venía el
turno del PP. En realidad, y como antes había ocurrido con Aparicio, no se ha
tratado nunca de una política de partido, sino de una política personal. En el
poder local malagueño, el siglo XX lo cerró Aparicio; el siglo XXI lo abre Paco
de la Torre,
alcalde primero por delegación y luego por derecho propio. El Observador también
ha optado por informar sobre este nuevo alcalde de manos libres que tanto está
machacando la ciudad, a pesar de haber adquirido los mismos compromisos que
Aparicio. Quizá de ahí las coincidencias. Y de ahí que, de nuevo, la posición
de El Observador se caracteriza por su coincidencia consigo mismo hace ya
veinte años y hacia acá.
EL mandato
de Celia Villalobos no llegó a era
Villalobos. Así como existe la expresión en los tiempos de Aparicio y existirá en los tiempos de Paco de la
Torre, no han existido los tiempos Villalobos. Hay una razón clave: incluso para
restaurar la imagen del pasado en reencarnación turística hacía falta dinero y
Aparicio ya había dejado vacía la caja fuerte del Ayuntamiento incluso en su
penúltimo mandato. Celia Villalobos se dedicó a sanear las cuentas y a decir
que las calles estaban mu limpias
con ella.
AL contrario que su antecesor, Celia Villalobos no pretende mandar sin más: no podía permitirse no caer bien. El partido le pone un equipo de gestiburones de la escuela de Chicago que se ocupan de la reorganización del Ayuntamiento y su reconversión en empresa privada, y ella se dedica a hacerse fotos con quien sea, aunque sea pisoteando a los fotógrafos para ponerse junto a Indurain, ese hombre tan dueño de su silencio como debía ser Aznar del suyo.
EL Observador poco pudo hacer durante esos años de alcaldesa Celia. Tres entregas dan para poco. No se podrá decir que faltaron reportajes interesantes en la revista. Por ejemplo, el número 30 abre con el problema de La Coracha y el de la privatización de la gestión municipal, que aquí van juntos. Lo que sí se puede decir es que, ausente de la calle El Observador, no hubo ningún medio local que informara de la política que estaba desarrollando el PP en la ciudad. Porque aquí sí es bastante más verdad que en los casos de su antecesor y su sucesor: Celia Villalobos fue la única persona que hizo más caso al partido que a su capricho o su soberbia o su afán de protagonismo (y de eso le sobraba de sobra). Otra cosa es la de barbaridades que dijo e hizo. Pero es que le pagan por eso.
ASÍ que en realidad Celia Villalobos ocupó un puesto más bien de interinidad, lo que en sí era el puesto para ella, algo transitorio a lo que le habían obligado las circunstancias. El apoteosis se produce con el heredero, Paco de la Torre.
PACO de la Torre es alcalde tapado. El Partido Popular lo tuvo en barbecho esperando el momento oportuno para sustituir a Celia Villalobos, que fue de interna al Ministerio de Sanidad. Cuando nuestra heroína se liberó de su compromiso con la tierra que le vio nacer, Paco de la Torre llegó con su traje gris y su escasa telegenia a continuar el proyecto comenzado. ¿Cuál? Sencillo: sólo hay que leer El Observador.
PACO de la Torre está vendiendo Málaga en porciones a las constructoras, inmobiliarias y especuladores varias, en operaciones legales, por supuesto. De los beneficios para el alcalde o para la ciudad nada sabemos, pero está claro que sustituir un parque por torres de hormigón no puede ser una política urbanística sana. Tampoco puede serlo ir subcontratando empresas para realizar los servicios públicos a precios millonarios, sabiendo cómo esa práctica se presta a grandes errores de contabilidad. Tampoco puede ser una buena política disminuir las zonas naturales de la ciudad, construir desesperadamente, ampliar la ciudad por encima de las rondas...
PACO de la Torre ha desarrollado una terrible política en un momento en que ya no se puede llevar más al extremo. Si el síndrome del desarrollismo franquista ha afectado a todos los alcaldes españoles por igual, eso no quiere decir que todos tengan las mismas opciones. No es lo mismo liarse a construir en Manganeses de la Lampreana que en Málaga. Por una razón sencilla: en Málaga se agotan los recursos y se está generando un meta-caos urbano que indefectiblemente tiene conscuencias de dimensión social, ambiental y económica. No tiene remedio lo hecho por sus antecesores, pero lo que Paco de la Torre está haciendo es apurar hasta las heces los últimos tragos de este festival que comenzó con la reconversión de Málaga en equívoca ciudad turística y acabará con la saturación poblacional y edificatoria hasta su probable colapso.
¿POR qué esa batalla contra los alcaldes de la ciudad? Porque en los tiempos en que nos ha tocado vivir alguien tenía que decir lo evidente. El desarrollo de las políticas locales se hace desde los ayuntamientos, al margen de la influencia de las presiones de partido y las limitaciones legales. Nada ha habido en Málaga que sobrepase el problema de su destrucción a partir de las políticas urbanísticas y sociales.
NO fue un hecho aislado la rebelión de los Sinvis, un grupo organizado de población sin vivienda; ni la existencia de una coordinadora de transeúntes; ni las organizaciones de parados como parados, ni siquiera como trabajadores en busca de empleo... No es un hecho aislado la crisis de la vivienda, a la que cada vez menos tienen acceso, y la explosión inmobiliaria, el verdadero terrorismo, producto de una política muy clara de un Gobierno que reconstituyó un grupo antinaturaleza de ladrillación en el sector cemento, ya que con los movimientos de liberación se llevaba muy bien. En cambio con los precarios en movimiento ya es otra cosa.
ÉSTE ha sido el gran problema de esta ciudad. El Observador no sólo se ha ocupado de problemas. Pero, sobre todo, el otro gran tema de El Observador ha sido el medio ambiente. La preocupación por la sostenibilidad, la sequía, los campos de golf, la contaminación de las aguas, y todo ese largo etcétera que tanto preocupa a algunos desde hace tan poco, es un tema de El Observador desde hace muchos años.
LA plaga de los campos de Golf, se titulaba el artículo que resumía dos informes de Ítaca y Silvema, aparecidos en 1993. La preocupación por ellos no ha dejado de crecer, pero mientras el poder inmobiliario-mediático siga en vigor, difícilmente va a haber una sola mención a una realidad que no hace ningún bien social: por mucho que a algún idiota con culo en institución y cabeza en culo se le ocurra decir que el golf da más dinero que el cultivo de cualquier cosa, la realidad es que el golf sólo genera riqueza para unos pocos que son muy pocos y los de siempre. Que los periódicos locales tengan suplemento dedicado al golf es puro colaboracionismo; que después hagan especiales sobre el calentamiento global, la capa de ozono, la sequía y otras menudencias que no merecen ni suplemento semanal ni información regular, sobrepasa el espíritu colabo para entrar de lleno en el de la militancia. Sobre todo si se observa que pagan empresas como Italcementi (máxima contaminadora en Málaga) o empresas constructoras de esas que se están cargando el litoral a ladrillazo limpio.
EL medio ambiente es un asunto conflictivo. Tiene importancia mundial y afecta a todos los seres vivos del planeta. Muy recientemente ha empezado a aparecer en la televisión. No ocupa tanto tiempo como Marina d'Or, ni como la publicidad de automóviles, ni la de refrescos hechos con transgénicos (la naturaleza es sabia, pero menos que Monsanto), ni... De la misma forma, la prensa local ha dejado sin investigar casos que merecían mucha atención, y ha colaborado con la imposición del Centro Ruso, incluso dedicando especiales a sabiendas de que había una orden de paralización de las obras, y reportajes y publicidad a manta; con la destrucción de Gibralfaro, con la destrucción de barrios enteros. Son los mismos medios que sólo piensan en una Málaga, la suya: la de los hermanos mayores y los peñistas y el fútbol y el baloncesto y la biznaga en flor y no se sabe cuántas cosas más de las que se pregonan y pregonan pero no se debaten ni cuestionan. El Observador, que decidió no ser una revista local de esa Málaga como decidió no ser una decorativa y bien pagada revista cultural, comenzó a publicar la verdad sobre los campos de golf y la verdad sobre la destrucción patrimonial y social, y la verdad sobre el nuevo totalitarismo de alcaldes monoparentales, y la verdad sobre la conexión entre partidos, obras públicas, recalificaciones, ladrillo. La verdad de la historia cuando ha sido sólo y exclusivamente actualidad, es decir, El Observador se ha limitado a ser un medio de información social.
¿HAY vida más allá de la Málaga oficial y oficialmente colapsada? Pues sí. En los últimos años, poco a poco, casi con sigilo, han surgido movimientos y grupos ciudadanos que dedican parte de sus esfuerzos a hacer pública su crítica, su protesta y su exigencia, acompañados incluso por propuestas alternativas.
DESDE la Casa de Iniciativas en Postigo de Arance a La Casa Invisible de Nosquera van cinco años de trabajo que se notan en un proyecto ciudadano de unas dimensiones sin precedentes: pero no en el nivel independiente, sino en el institucional, que todo lo que sabe hacer es gastarse los millones en Castiel y en Troyano.
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- Número 51 de EL OBSERVADOR: Una historia de verdad. Dos décadas de conflictos con alcaldes y broncas con los poderes locales