El director del certamen consolida el evento peligrosamente y hace lo de siempre
12/12/06 MÁLAGA. El Festival Internacional de
Teatro de Málaga ha realizado su tradicional presentación anual a la
prensa con su habitual despliegue de inteligencia, sagacidad y capacidad
de fascinación.
TODOS los lectores de la revista EL OBSERVADOR recuerdan (o no, tampoco es vital) lo que aquí se ha dicho al respecto en años anteriores. Así que, como son el Cervantes, Rodríguez y el festival los que se repiten, pues se relee o se refresca lo del año anterior y se aplica a éste, sustituyendo los nombres de la programación que convenga. Esta publicación puede parecer parcial al citarse a sí misma, pero aquí se incluye la entrevista que La Opinión publicó el año pasado con Francisco Rodríguez (Pulse aquí). Lo de sustituir los nombres que haga falta debería superar los límites curriculares del festival para integrarse en el proceso histórico. En serio. Se puede empezar por la alcaldía, pero eso es labor ciudadana y estamos con este otro asunto. Sí se podría cambiar al director titular del teatro Cervantes, y de camino, sus empresas asociadas por buena voluntad cultural, como G2, por ejemplo, y también unos pocos subalternos.
QUÉ menos que mandar a donde corresponde al máximo representante de la competencia municipal Francisco Rodríguez, que después de 24 años de festival lo mantiene donde lo dejó, hace ya tantísimos años, Miguel Romero Esteo: arbitrariedad de programación y combinación de populismo pestiñante con las ganas de sorprender con producciones festivaleras de tercera fila; y encima sin la capacidad de riesgo e inventiva caprichosa del viejo ex director. Pocos festivales pueden presumir de ser tan fieles a sí mismos durante tanto tiempo sin alcanzar ninguna relevancia a nivel nacional e internacional, de no ser ni conocido ni mencionado jamás fuera de las oficinas de las agencias de representación. De ahí la rueda de prensa en Madrid para decir lo mismo que aquí, y que se hace con dinero de aquí y no poco apoyo de la gente de allí que va a venir aquí, y no para que se hable allí, sino para que aquí se diga que allí se habla de aquí.
LA parte que Rodríguez dice en las presentaciones del festival viene a ser un equivalente del nivel intelectual de ‘a mí me gustan mucho los niños; yo tengo tres niños’. Era lógico esperar de un presidente de gobierno de la extrema derecha, ya que no una tesis sobre la reproducción, sí una defensa de una política de fomento de la natalidad y de la familia más que una declaración algo equívoca. Lo mismo pasa cuando se trata de una actividad inscrita dentro de una política cultural. No hace falta una clase magistral sobre las distintas corrientes del teatro actual, las distintas posiciones sobre las filosofías de la representación escénica y las variables sobre las escuelas y tendencias vivas. Lo que sí hace falta es que, a partir de ese conocimiento que el director debe tener, desarrolle, a partir de unas bases de programa y de método inteligibles, tanto su realización práctica con enfoque público como una exposición verbal coherente. Lo contrario lleva a pensar que la programación es la que es porque no existen recursos intelectuales para que sea de otra forma. También es cierto que a la extrema derecha no le importan los conceptos abstractos, esas justificaciones para débiles, sino el cumplimiento de su voluntad, directamente o a través de otros.
LOS logros de esta edición son tan evidentes como siempre. Una coherente demostración -otra más entre las prácticas de Castiel, sus subalternos y sus socios externos en el Cervantes-, tanto de que no les importa nada de lo que una política cultural pública exige, como de la exhibición desinhibida de quien cumple su voluntad, sólo o en compañía de otros, más allá de toda responsabilidad paterna.
CORTITO. El programa incluye al grupo británico The Tiger Lillies y la producción española del musical americano Cabaret. The Tiger Lillies son mucho más que una más de esas compañías que suelen venir por aquí a esto. Este grupo británico se mueve entre los márgenes de la banda musical y la compañía de variedades, entre las líneas fronterizas de la comercialidad al uso y la cultura popular post-media del siglo XXI, entre las tradiciones burlescas del siglo XX y la visión moderna de los problemas contemporáneos, entre la necesidad de hacer la pregunta infantil y la de recibir respuestas adultas… Desde 1998, con el estreno de Shockheaded Peter, la proyección de los Tiger Lillies no ha dejado de crecer y sus creaciones se pasean por toda Europa, como ocurre con esta tremenda versión del cuento de La Cerillera de Andersen, uno de sus espectáculos más reconocidos. Los Tiger Lillies disfrutan de una magnífica acogida popular al tiempo que han obtenido el reconocimiento crítico como renovadores del lenguaje del teatro musical.
LO de Cabaret. Teatro musical al estilo americano, construido a razón de espectacularidad alienante y adocenada a base de muchos millones de dineros. Por supuesto, no es ninguna renovación, al contrario, se trata de recuperar y reeditar hasta el infinito no sólo las formas ya conocidas y las prácticas más que sobadas, sino llevarlo hasta el extremo y explotar la memoria de una película de las más conocidas y reconocibles del género para un público lamentablemente sin referencias. Por supuesto, a nadie se le va a ocurrir comentar esta obra en función de su estrategia americanizada –ya visible en la película– de reducción y desactivación del poder subversivo que tuvo el cabaret berlinés de los años 20 y 30 del siglo pasado; de su carácter popular, su inteligencia y su mordacidad; de cómo sirvió de conector para distintos sectores sociales; de cómo con mucho oído callejero, mucho ingenio, no poca poética y tres cuartos se podían crear ejemplos perfectos de aquello que entonces debía ser el teatro, difícilmente visible en las instituciones (vaya, y eso que parecía que esto se refería al pasado).
PARA acabar con este juicio de dios. El festival opta por los Tiger Lillies y por Cabaret; una vela a dios y otra al diablo. Por si hace falta en algún sitio: ‘es un espectáculo de prestigio’; por si se necesita en otro: ‘ha llenado’. Y eso que el año pasado Francisco Rodríguez declaró: “No quiero que me obsesione el número de espectadores”. Claro que hay que sumar otras cosas. La presencia del teatro comercial nacional en un festival es injustificable desde un punto de vista de rendimiento público; un ejemplo histórico: esa pringue llamada Una noche con Gabino. Otra cosa son las conveniencias de la mediocridad: lo de salir en la tele y que las salas se llenen, además de los compromisos e historias con agencias. En cuanto a los espectáculos post-aviñón/post-edimburgo; los que circulan por aquí son la herencia de ese teatro mágico simbólico de mediados-finales de los 70 que recupera una cierta poética narrativa anterior al realismo y sus subordinaciones, esquiva convenientemente toda implicación ideológica del hecho teatral y se dirige a todos los públicos combinando técnicas y recursos de representación del teatro de marionetas, el clown, la magia de salón, la comedia del arte y acaban por resolverse en bonitos espectáculos algo pueriles, fáciles de ver y más de olvidar; otro modo de comercialidad, aunque sin zafiedad. Después de 23 años, tener que recurrir a este tipo de estrategias –comercialidad televisiva, comercialidad elegante- es una verdadera exhibición desinhibida de miseria.
PERO la mejor definición del festival la ofrece el propio director en la entrevista con Jesús Zotano: “…pero es la oferta que hay en el mercado la que condiciona las elecciones de las obras”. Es decir, Francisco Rodríguez carece de toda pretensión de generar un discurso, de establecer relaciones críticas, de reformular las dialécticas locales en sus relaciones con la producción artística. Rodríguez se limita a ir al mercado.
COMO colofón, y ya que estamos venga a dar vueltas, habrá que volver con esa entrevista al director Rodríguez: “Las consolidaciones son peligrosas; a veces, se refieren a hacer siempre lo mismo, a acomodarse”. Una extraña reflexión. Porque este año nos dice que Cabaret "tuvo un éxito rotundo en la edición anterior y supone un desafío técnico", que vuelve Pippo del Bono y que Teatro Nowy repite con otro espectáculo, que es (sic) “la niña de sus ojos” (¿También tiene tres?). En fin, un enigma que sólo tiene solución si se goza de la claridad mental de Rodríguez. Que lo explique, al menos en la medida en que tenga explicación este eterno retorno de la misma caricatura.
PUEDE consultar aquí el artículo sobre el Festival de Teatro publicado en el número 46 de EL OBSERVADOR: