EL OBSERVADOR les adelanta ‘Entre el cementerio inglés y el Museo Picasso’, un paseo para desvelar rincones olvidados
20/04/07 MÁLAGA. Entre las actividades que genera la Casa Invisible de calle Nosquera nº 11 destacan las derivas, una iniciativa coordinada por el profesor de Geografía de la UMA Alfredo Rubio mediante la cual se proponen nuevas formas de acercarse y representar la ciudad.
EL OBSERVADOR les adelanta ‘Entre el cementerio inglés y el Museo Picasso’, un paseo para desvelar rincones olvidados
20/04/07 MÁLAGA. Entre las actividades que genera la Casa Invisible de calle Nosquera nº 11 destacan las derivas, una iniciativa coordinada por el profesor de Geografía de la UMA Alfredo Rubio mediante la cual se proponen nuevas formas de acercarse y representar la ciudad. En cada deriva se propone una ruta peculiar por la ciudad de Málaga, el recorrido se realiza en conjunto con un grupo de trabajo, después se analiza lo captado y experimentado por cada uno de los integrantes hasta llegar al producto final: textos e imágenes que descubren aspectos, detalles y rincones olvidados de Málaga. EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com les adelanta algunas de las producciones que han surgido de la primera de las rutas ‘Entre el cementerio inglés y el Museo Picasso’.
DEL CEMENTERIO INGLÉS A LA TRASERA DEL MUSEO PICASSO.Alfredo Rubio Díaz
Un sábado a las cinco de la tarde parece una cita imposible. Paso toda la mañana con la sospecha de que nadie acudirá a la deriva, un asunto tan poco específico, de límites tan borrosos. ¿Que será -se preguntarán todos- exactamente eso de hacer un recorrido aleatorio con una actitud experimental? Pero, sorprendentemente, en la puerta del cerrado Cementerio Inglés, están ya algunos “derivantes”, incluso hay niños muy pequeños. Suman unos veinte.
No podemos acceder al cementerio, que hubiera sido lo ideal. Es uno de mis lugares preferidos. Ahora está cambiando, me cuenta Isabel que el jardinero esta podando como loco la floresta y no se si vendiendo las plantas. Un día, con el arroyo Cauche a nuestros pies, hablamos de este asunto. Llegan incluso algunos que no tienen mas interés que la visita al cementerio, uno de mis mitos urbanos desde que lo recorrí con J. Guillén -más bien lo paseé- y, poco después, hicimos aquel vídeo que titulamos el cementerio marino, con textos de P. Valery y música de Gigi Gismondi y Nana Vasconcelos. Los viejos tiempos con Carlos Gallego haciendo geografía con y desde las imágenes. Después, leído aquel pequeño y hermoso libro de M.H, pensé que nunca más debía hablar ni divulgar el cementerio, para evitar que fuera “rehabilitado” y “puesto en valor”.
Tras una más o menos larga explicación comenzamos la deriva. Supuse que lo mejor sería ir sólo, para evitar tanto convertirme en el profesor andarín que van soltando su particular ‘coñazo’ de guía ilustrado, ante un paisaje urbano que siempre me ha interesado y que llevo estudiando muchos años, la Malagueta, tan extraña, tan cercana y lejana a la vez del resto de la ciudad.
No pudimos entrar en el cementerio. Voy caminando por el Paseo de Reding y la luz, casi metálica, convierte en sombras los edificios, apenas perceptibles tras los árboles. Siento que detrás de los árboles no hay nada, pero no puedo evitar saber que allí detrás es seguro que está el antiguo Hotel Miramar. Apenas percibo nada de los edificios de la acera derecha. Le siguen el Palacio de la Tinta y el edificio gris de José González Edo, donde siempre estuvo la cafetería Flor.
Me quedo encajado entre un bosque de farolas, indicadores direccionales y la torre de la Catedral, al fondo, desdibujada, sin apenas entidad física. Aunque es sábado, entre la luz brillante y el fondo del paisaje, el ruido de los motores de motos y coches se sobreimpone, como otro día cualquiera de la semana. Brillan los materiales de los bajos de los edificios y las losas del suelo. La única síntesis posible es la luz, pero no como en las Vegas. Me ha venido a la memoria, mientras camino, la descripción que hace Bruce Bégout de la bóveda cilíndrica multiluminosa de Fremont Street, que pagan los casinos, ante cuyo espectáculo se extasían miles de ojos. Aquí no hace falta. Entonces me veo invadido por la necesidad de escribir automáticamente en el cuaderno, hasta que me encuentro con Salvador Moreno, que debe ir hacia su estudio. Parece omnipresente en todo lo que sea o huela a urbanismo, incluso en una deriva outsider un sábado a esta hora intempestiva. Hablamos, nos reímos.
La cuenca visual se va abriendo y poco a poco aparece el perfil del Castillo de Gibralfaro y la vegetación. Comienzo a sentir molestias en los pies y un poco de calor. Puertas y rejas. Interior y exterior. Las farolas son el paisaje, a las que se agregan los salientes bruscos del edificio de Guerrero Strachan, pero me debería olvidar de todo lo que sé. De la fecha de los edificios, de las circunstancias que rodearon la urbanización de la Malagueta, de la historia de la plaza de toros. Me quedo contemplando las yedras de villa San Pedro y tengo la impresión de que dos círculos contradictorios dominan la lógica del paisaje. Hago un pequeño dibujo del extraño encuentro del arco de los árboles y la curva de la Malagueta. El cielo se sigue abriendo y, poco a poco, se concretan los perfiles de la Catedral y los juegos de luces y sombras.
Ayuntamiento de Málaga: estado del tráfico. Itinerario recomendado: Paseo de los Curas.
Comienzan a aparecer los lugares imposibles: el monte cercado, las calles sin salida (Andrés Mérida y Salcedo, anoto). Son las 19,11 horas con veintidós grados de temperatura.
Se abre el plano: ganan la luz, el cielo y la vegetación. No puedo entrar en los jardines de Pedro Alonso. Comienzo a recordar mi niñez y adolescencia aquí: los olores de los rosales y el azahar, de los “conejitos”, los patos y la pajarera. Había entonces tristeza y melancolía. La soledad de un niño en una ciudad que, sin saber por qué, le parecía cercada e inaccesible. Aumentan el ruido y el calor y comienzo a sudar suavemente. Con todo hay una cierta paz hasta que los histéricos invitados a una boda aparecen repentinamente tocando los bocinas de sus coches desde el túnel.
MLK
en una pared del túnel.
+
calor
y una cierta angustia ante la posibilidad de introducirme en el túnel. Enciendo un cigarro y recuerdo a Ch., que estará en la terraza entre macetas tomando la atmósfera.
En el túnel:
al fondo, el rojo muerte de los super-carteles de Picasso. Marca del territorio estratégico. Territorio conquistado. Sigo avanzando y emerge el caserío del siglo XIX, más o menos, imponiendo su lógica aplastante pero sin aplastar el cielo. La calle Álamos y, ya fuera, nuevo plano de apertura (el cielo) y la fachada lateral del cine Astoria, cuyo desagradable edificio impide ver la plaza. Si te giras: los muros, el hueco del túnel y el desastre de los laterales. En los bajos del Astoria se agolpan los carteles. Todo parece más urbano. Destacan los de grupos musicales -Maná y el insoportable Luis Gabriel o como se llame- y políticos -”TU GOBIERNAS”, promete uno.
Experimento una sensación de ruptura. Estoy en algo caótico y me digo “Alfredo,la ciudad. La ciudad”, ya en la calle Alcazabilla, tan tematizada, y con sus múltiples ciudades superpuestas. Me siento en un café y nadie se acerca para preguntarme qué deseo. La gente sale del cine y por sus gestos parece que las películas han gustado. De repente me doy cuenta de que la gente ha adquirido todo el protagonismo. Hacen el paisaje pero, a pesar del tiempo transcurrido desde que lo abandoné, me sigue golpeando el ruido del túnel, como si contuviera una centrifugadora gigante.
Jóvenes en las terrazas. Ambiente sereno. No hay circulación de coches y, sin saber que será exactamente, me digo que se está recuperando algo. Me pongo a pensar en el significado del comenzar de nuevo. La hostelería:
pincho + pollo + papas brava + ensalada +copa vino
=
4,50
El cine. Suenan las campanas y me afano por oír algo de las conversaciones plácidas de los que me rodean en las mesas.
PIKASSO
vinoteca
cocina creativa
deliciosos cafés de invierno (?)
Me levanto y sigo hacia el lugar de la cita con el resto de los “derivantes”. Allí cerca de Ibn Gabirol, pues siempre me negué a aceptar que fuera una estatua. Mas ahora que está a ras de suelo con su aire de personaje del Greco pero en bronce. Sillas apelmazadas, la Alcazaba y
el giro de 360 grados
pero me falta algo. Me gusta hacer allí ese giro mientras explico a mis estudiantes que tenemos a la vista casi un tratado de la historia de la ciudad - un concentrado de historia urbana. También el lugar más difícil para cualquier proyecto urbano. Ha desaparecido uno de los edificios medianeros junto al Pimpi. Está demolido. Sigue el estado de guerra. Todo en reconstrucción, rehabilitación, renovación para la tematización y aquí están presentes algo mas que las huellas. Me quedo esperando al resto con la sensación de haber recorrido una secuencia urbana inhóspita cuando me llegan el aroma del azahar, los cantos de los pájaros urbanos y más luz, ya tenue que acaricia las murallas de la Alcazaba. Y pienso en la lentitud y la constancia con que crece el roble. En el camino del roble las cosas se dicen cosas entre sí, es decir, se hablan. Por alguna razón recuerdo el camino desde San Juan a San Saturio, a la vera del Duero, como un paradigma (¡vaya palabreja!) del equilibrio y la serenidad que inducen las conversaciones entre las cosas. Donde todo dialoga y comprendo lo que me ha pasado: aquí las cosas no hablan entre sí, en todo caso lo intentan. Apenas un balbuceo. Las cosas aquí no tienen tiempo para llegar a ser.
En el teatro romano la gente, más de la que pudiera imaginarse, está sentada en las gradas, frente a la scena y hablan. No se si recrean el tiempo pasado o, simplemente, conversan de sus cosas de turistas, o de ambas cosas a la vez. Me da igual que sean turistas o ciudadanos de Málaga, ahora también turistas en los lugares donde nació la ciudad. Me da por pensar en todo aquello que no se pudo hacer. Todo lo que queda pendiente. Algo así como que las cosas hablen entre sí en el paisaje de Málaga, distinto de la guerra de la puesta en valor.