Invitamos a vivir otras vidas. Pasen y lean. Despegarse de la realidad está al alcance de su dedo. Con la ayuda de pequeños y hermosos textos, aquí podrán encontrar un trampolín diario para zambullirse en el mar de la lectura

CULTURA. Escápate a la lectura. Por 
Paz Sánchez Pérez y
Antonio Álvarez de la Rosa

27/03/20. 
Cultura. Paz Sánchez Pérez y Antonio Álvarez de la Rosa comparten con todos los lectores de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com varios fragmentos de diversos libros seleccionados con la finalidad de animar a la lectura. En esta primera entrega proponen libros con la temática “Comparte la vida”, y eligen como texto de ejemplo un fragmento del libro ‘Juan Belmonte, matador de toros’ de Manuel Chaves Nogales...

Puede ver la selección de libros “Comparte la vida” pinchando aquí.

Escápate a la lectura: Comparte la vida

En el mundo de la fantasía

Eran tres muchachos raros que no se parecían a los demás muchachos que andaban por Triana. Eran tres hermanos tipógrafos, que tenían una imprenta en el hueco de una tienda accesoria. No sé si por amor del oficio, o por qué, lo cierto es que les daba por leer y, convirtiendo la lectura en un verdadero vicio, se metían entre pecho y espalda todos los folletines que caían buenamente entre sus manos y los que afanosamente buscaban por toda Sevilla.


La amistad con aquellos tres tipos raros me contagió, y ya no hice otra cosa durante muchos meses que leer desesperadamente con verdadera fiebre. Devoraba kilos y kilos de folletines por entregas, cuadernos policíacos y novelas de aventuras. Los héroes del Capitán Salgari, Sherlock Holmes, Arsenio Lupin y Montbars el pirata eran nuestra obsesión. Más tarde, empezó a publicar unos cuadernos con novelas de más enjundia una editorial que, si no recuerdo mal, estaba dirigida por Blasco Ibáñez, y de semana en semana esperábamos angustiosamente el curso de las aventuras maravillosas que corrían nuestros héroes novelescos.

El efecto que la lectura producía en aquellos tres muchachos y en mí era tan intenso, que mientras estábamos leyendo una de aquellas novelas de aventuras, nos identificábamos con el héroe, hasta el punto de que la vida que vivíamos era más la suya que la nuestra. Seguíamos las sugestiones de los folletines con tal fervor, que una semana éramos piratas en el golfo de Maracaibo, y otra, detectives en Whitechapel, y otra, ladrones en las orillas del Sena. Pero la sugestión más fuerte que padecimos fue la de los audaces exploradores de África. Lo que más nos impresionó de todo aquel mundo de fantasía en que vivíamos fue la figura gallarda del cazador de leones en la selva virgen. Aquella lucha clásica del hombre con la fiera nos hacía desvariar de entusiasmo. En una tienda de cuadros de la calle Regina había entonces unos cromos con escenas de la caza de fieras en África y la India, con tan vivos colores pintadas, que ante ellas nos pasábamos horas y horas vibrando de emoción y esperando de un momento a otro que el cromo se animase y la escena de la cacería que representaba prosiguiese. Si este hecho milagroso se hubiera producido, no nos habría causado la menor extrañeza. Había en uno de aquellos cromos un cazador blanco con su salacot y sus polainas relucientes, que estaba rodilla en tierra con el rifle echado a la cara apuntando serenamente a un tigre formidable que clavaba su garra en el pecho desnudo de un negrito. Aquel cazador impertérrito era nuestro ídolo, lo que todos hubiéramos querido ser: nuestro arquetipo.

Juan Belmonte, matador de toros
Manuel Chaves Nogales