El amor quizá no sea lo primero de la vida, pero tiene pinta de ser, como mínimo, lo segundo

Invitamos a vivir otras vidas en libros. Pasen y lean. Despegarse de la realidad está al alcance de su dedo. Con la ayuda de pequeños y hermosos textos, aquí podrán encontrar un trampolín diario para zambullirse en el mar de la lectura

CULTURA. Escápate a la lectura.
Por 
Paz Sánchez Pérez y
Antonio Álvarez de la Rosa

30/03/20. 
Cultura. Paz Sánchez Pérez y Antonio Álvarez de la Rosa comparten con todos los lectores de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com varios fragmentos de diversos libros seleccionados con la finalidad de animar a la lectura. En esta entrega proponen libros con la temática “Del amor al amor”, y eligen como texto de ejemplo un fragmento del libro ‘Veinticuatro horas en la vida de una mujer’ de Stefan Zweig...

Puede ver la selección de libros “Del amor al amor” pinchando aquí.

Escápate a la lectura: Del amor al amor


Ya le he dicho que únicamente deseaba hablarle de un solo día de mi vida; el resto de ella me parece desprovisto de importancia y sin interés para nadie. Lo que vivía hasta los cuarenta y dos años no se sale de lo común. Mis padres eran unos ricos landlords de Escocia; poseíamos grandes fábricas y alquerías y, según la costumbre de la nobleza, vivíamos la mayor parte del año en nuestras haciendas, y pasábamos la season en Londres. A los dieciocho años, conocí en un salón a mi marido; era el hijo segundo de la conocida familia de R... y había prestado servicios durante diez años en el ejército en la India. Nos casamos en seguida y llevamos la vida, exenta de preocupaciones, propia de nuestra clase: tres meses en Londres, otros tres en nuestras propiedades, y el resto del tiempo viajando por Italia, España y Francia. Nunca la más leve sombra enturbió nuestro matrimonio. Los dos hijos que tuvimos son ya adultos. Cuando llegué a los cuarenta años, murió inesperadamente mi esposo. Había contraído en el trópico una enfermedad del hígado, y al cabo de dos semanas de angustias horribles le perdí. El mayor de mis hijos servía entonces en el ejército, el menor estaba aún en el colegio, así es que me quedé completamente sola, siendo esa soledad para mí, acostumbrada a la tierna compañía de mi esposo, un tormento insoportable. Vivir aún un día más en la casa donde todo me recordaba la trágica pérdida del ser querido, lo juzgaba imposible; me decidí, pues, a viajar intensamente durante los años siguientes, mientras mis hijos permaneciesen solteros (...).


Primeramente, me fui a París y allí, para matar el tedio, me dediqué a visitar tiendas y museos, pero la ciudad y las cosas se me hacían algo extrañas. Huí de la sociedad porque no podía soportar las miradas compasivas que cortésmente se me dirigían al verme tan enlutada. No sabría decirle cómo pasé aquellos meses de vagabundeos; únicamente sé que no tenía otro deseo que morir, pero me faltaron las fuerzas para acelerar tan doloroso anhelo.

A los dos años de luto, o sea, a los cuarenta y dos de mi vida, hallándome en aquel estado de extrema atonía, fui a parar a Montecarlo, huyendo de una existencia falta de objetivo a la que no había sabido sobreponerme.

Hablando con sinceridad, he de decir que eso se debía al tedio, al afán de ahuyentar aquel penoso vacío de mi corazón que no podía nutrirse sino de pequeños estímulos del mundo exterior. Cuanto mayor era mi atonía, más intenso era en mí el deseo de hallarme allí donde la vida se agita más febrilmente (...).

Por eso también fui al Casino varias veces (...). Fue allí donde empezaron aquellas veinticuatro horas que fueron más excitantes que cualquier juego y que turbaron por muchos años mi existencia.

Stefan Zweig
Veinticuatro horas en la vida de una mujer


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- 27/03/20 Escápate a la lectura: Comparte la vida