CICO 26/11/13. Javier Martínez. Opinión. Javier Martínez estudia Periodismo en la Universidad de Málaga, y escribe en esta columna de opinión para el suplemento CICOEL OBSERVADORwww.revistaelobservador.com sobre la carga de trabajo que soportan sus compañeros de grado. Una carga “sangrante cuando somos bombardeados con mensajes del tipo ‘la carrera sólo sirve para sacarte el título’, ‘el periodismo es un oficio que se aprende trabajando, no en clases’ o peor, ‘no te ficharán por tus notas sino por tu última historia”.

Martínez afirma: “Si el tiempo que puedes dedicar a tu última historia se ve reducido progresivamente (por la carga de trabajo en la facultad), es difícil ponerte a buscarla”.

Las barreras de tu última historia

HACE
unas semanas vino David Jiménez, reputado corresponsal de medios como El Mundo en Asia, al aula magna de la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Entre anécdotas preciosas sobre periodismo de verdad nos contó lo de siempre. Que tenemos que emprender, en el sentido menos “startup” de la palabra. Que debemos luchar por hacernos un nombre, escribir historias a cascoporro, especializarnos, repartir codazos y destacar en el competidísimo sector. Es un discurso que, si bien fue aceptado con murmullos de aprobación por los aspirantes a Periodismo de la Universidad de Málaga, choca en ocasiones con la realidad de la carrera. Una carrera bastante asequible -quien se esfuerza obtiene su título sin mayores complicaciones-, pero laboriosa. Quizás demasiado.

NO es intención de esta columna poner en duda la labor educativa del “trabajo” en la carrera de Periodismo. Ni mucho menos. Durante mis ya cuatro años estudiando en la universidad he tenido la oportunidad de hacer trabajos muy gratificantes y con los que he aprendido muchísimo. Como futuro profesional e, incluso, como persona, al aprender a trabajar con gente muy variopinta y de ideas -e ideologías- dispares. El problema es que el estudiante medio del grado en Periodismo en Málaga, a partir de segundo, es responsable de gran cantidad de ensayos, presentaciones y prácticas que, si no lo saturan, le hacen bastante difícil poder “buscarse las habichuelas” y moverse escribiendo o locutando fuera de la facultad. Cuando esos ensayos, presentaciones y prácticas carecen de la más absoluta utilidad, y el estudiante se ve obligado un postergar un buen reportaje en favor de un estudio pormenorizado sobre el mercado de medicamentos en los 90, da rabia. Y mucha. Por experiencia previa.


EXISTE una creencia generalizada de que el estudiante universitario vive por y para la fiesta, deja sus tareas para última hora y que su carga de trabajo está, en general, sobrevalorada. Mi percepción es que el estudiante asume consciente o inconscientemente este prejuicio y sus quejas no pasan del lamento inútil y casi susurrado de “los profesores se pasan”. Esta carga de trabajo es aún más sangrante cuando desde todos los frentes somos bombardeados con mensajes del estilo “la carrera sólo sirve para sacarte el título”, “el periodismo es un oficio que se aprende trabajando, no en clases” o peor, “no te ficharán por tus notas sino por tu última historia”. Si el tiempo que puedes dedicar a tu última historia se ve reducido progresivamente, es difícil ponerte a buscarla. Y más si algunos profesores, quizá afectados por este prejuicio, pasan lista en las clases de teoría, cuando es perfectamente posible ejercer la evaluación personal que exige Bolonia en las clases prácticas sin limitar tanto la libertad del alumno de explorar el mundo mediático por su cuenta y riesgo.

NO es fácil encontrar una solución. La racionalización de las tareas que se mandan a los alumnos, una mejora de la comunicación entre departamentos… parecen parches cuando profesores entregados serían completamente capaces de parir planes de estudio brillantes, útiles y sensatos, harían que no nos perdiéramos una sola clase teórica excepto fuerza mayor y fomentarían la libertad creativa del alumno mientras exigen dedicación a su asignatura. No sé si es falta de ganas o de capacidad. Supongo que pasará en otras titulaciones, pero la impotencia se acumula en la nuestra cuando echas un vistazo al altísimo nivel de paro en la profesión de periodista, a los mensajes antes citados y, bueno, a la pasión que nos hierve a algunos en la sangre porque deseamos más que nada escribir sin miedo a ataduras, ahora que podemos.


A pesar de todo, algunos de nosotros seguimos intentándolo, ¡cómo no! Seguimos intentando obtener el título y poniendo nuestro interés en asignaturas y docentes que realmente merecen mucho la pena mientras no descuidamos nuestros proyectos alternativos fuera -o dentro- de los muros de la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Mientras ese batiburrillo de profesores, catedráticos y figuras influyentes en el mundo del periodismo se ponen de acuerdo en si la carrera merece la pena o no, si hay que ir a clases o salir a la calle -ay del estudiante de periodismo que reniegue de la calle-, nosotros buscamos el equilibrio, trabajamos y soñamos, porque el sueño es el rezo de los que creen en sí mismos.

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