EMPYRIA 15/04/14. Ismael Reyes. Ismael Reyes, para EMPYRIA / EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, reflexiona sobre la utilidad de participar en un proyecto de investigación científica en el departamento universitario de turno. “Por muy decidido que el estudiante esté a introducirse de forma voluntaria en la actividad científica de la mano de uno de sus profesores, que actuará tutelando su trabajo, la incertidumbre seguirá susurrando a sus espaldas: “¿Y si no te aceptan?”
"¿Y si fracasas?” “¿Y si no te gusta?” “Tus notas no son tan buenas”; cuando, a pesar de todo, la motivación del propio alumno para formar parte del mundo de la ciencia y labrarse un futuro en ese campo debería ser (aunque no siempre se cumple) el único factor a tener en cuenta”. Fotografía de Carlos Vivar.
Sobrevivir al departamento: La agogé del científico
LAS manecillas continúan marcando el ritmo inexorablemente, como si trataran de insistir al alumno promedio de ciencias que espera frente a la puerta del departamento para que se decida de una vez por todas. Al fin y al cabo, ese reloj lleva entonando la misma canción durante cinco minutos, rodeado de un silencio tan sólo perturbado por el sonido errático de las uñas al ser mordidas. Mientras tanto, el cerebro del alumno despliega un desfile de escenarios mentales, a cada cual más desesperanzador, sobre los posibles resultados de su encuentro académico. Por fin, aún enajenado, el alumno reacciona, da la espalda a la puerta y se marcha otro día más con unas uñas extremadamente cortas y una promesa a sí mismo de que la próxima vez abrirá esa puerta.
LA inseguridad es uno de los principales factores que mantienen a los alumnos lejos de la idea de participar en un departamento de investigación. Por muy decidido que el estudiante esté a comenzar a introducirse de forma voluntaria en la actividad científica de la mano de uno de sus profesores, que actuará tutelando su trabajo, la incertidumbre seguirá susurrando a sus espaldas: “¿Y si no te aceptan?” “¿y si fracasas?” “¿Y si no te gusta?” “Tus notas no son tan buenas”; cuando, a pesar de todo, la motivación del propio alumno para introducirse en el mundo de la ciencia y para labrarse un futuro en ese campo, debería ser (aunque no siempre se cumple) el único factor a tener en cuenta, tanto por parte del alumno como del tutor. Un alumno puede ser un estudiante excelente, tener una memoria prodigiosa y unas notas dignas de un miembro de Mensa, pero eso no lo convertirá en un buen científico. Al buen científico ha de importarle su trabajo, ha de estar dispuesto a invertir una buena parte de su vida en solucionar los problemas de otros o simplemente en conocer el mundo que nos rodea, ha de ansiar conocimiento y disfrutar con la ganancia de éste. Un buen científico no se hace con una burda colección de rótulos verde pistacho en Campus Virtual.
LA motivación es realmente importante; el trabajo de laboratorio, que se muestra interesante y cautivador para el científico iniciado, acaba convirtiéndose, a veces, debido a la necesidad de realizar repeticiones de cada uno de los experimentos, en un proceso tedioso, rutinario y en ocasiones frustrante, ya que en los experimentos más complejos, un pequeño fallo en uno de los pasos puede llevar al fracaso completo del proyecto, fracaso que en ocasiones sólo es detectable una vez terminado todo el procedimiento, en el que pueden haberse invertido semanas. Contratiempos como éste son capaces de mellar la moral del estudiante, que de no poseer una clara motivación para el trabajo que desempeña, verá el tiempo empleado en la actividad como malgastado. Pero corre de cuenta del joven científico aprovechar estos errores, utilizarlos para aprender de ellos, y asumir que son una parte innata del proceso científico y del aprendizaje en sí. De hecho, estos errores serán una de las mejores herramientas que disponga para seguir mejorando. Al fin y al cabo, una vez superadas estas adversidades, los resultados del trabajo son tan satisfactorios e inspiradores que hace que cada hora invertida en el proceso valga la pena.
LAS ventajas que proporciona participar en el proyecto de investigación de un departamento son enormes, tanto más cuanto más temprana sea la entrada en dicho departamento: Desde posibles participaciones en congresos, pasando por la publicación de trabajos científicos, la adquisición de experiencia en laboratorio y en la planificación de experimentos hasta la maestría en el fregado de probetas y en el anilingus académico. Todo depende, evidentemente, del enfoque que se le de a la actividad del alumno. No es lo mismo poseer una investigación propia dentro de un departamento que proporcionar ayuda técnica en la investigación de otra persona o que ser relegado a limpiar los tubos de ensayo de otros y hacer el café de las cinco.
POR ello es necesario que el alumno siempre tenga presente que él es el que decide qué trabajo quiere desempeñar y hasta qué punto quiere involucrarse, y que tiene la completa potestad de dejar el trabajo (que recordemos, carece de contrato y de remuneración) en caso de que, después de probarlo, no le agrade o sienta la menor incomodidad.
LA participación en un departamento es una experiencia absolutamente recomendable para el estudiante de una carrera relacionada con la ciencia, independientemente de que el resultado sea bueno o malo. Te permite conocer cómo funciona realmente la actividad científica, cómo es el trabajo de un científico y cómo es trabajar en un grupo de investigación. Es un choque de las idealizaciones con las que todos comienzan una carrera científica contra la realidad, una prueba de fuego para la que piensas que es tu vocación, que será agitada, azotada, vapuleada y sodomizada hasta hacerte dudar de esa supuesta realidad que creías cierta sobre ti mismo, hasta hacer que te plantees esas ganas de dedicar tu vida a la ciencia hasta el punto en que descartes dicha idea como una de las peores que has tenido nunca o te haga reafirmarla hasta convencerte completamente de que hiciste bien en abrir esa puerta.
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